Después del «la metemos» de Abuela Amigorena, Miki toma aire, hace una larga pausa, y retoma el tema con fuerzas renovadas.
Hace mucho que está claro para todas: el error se cometió hace cinco años, cuando Miki eligió entre un instituto jesuita y la escuela de negocios. Entonces eligió la segunda.
—Será como un lifelong learning business familiar —Miki hace caso omiso de Abuela Amigorena—. Venderemos una parte del material de enseñanza a colegiales y estudiantes, y otra parte, a empresarios. Yo me reservaría el sesenta por ciento para mí.
—¡¿El sesenta por ciento?! —se asombra Abuela Amigorena.
—A usted aquí no le roba nadie —dice Miki.
—Entonces, bueno… —dice Abuela Amigorena después de reflexionar unos segundos. Y vuelve—: ¿Qué es un laiflong larning biznex?
—Cuando estudias durante toda la vida —responde Shasha.
—¿Toda la vida?
—Toda. Hasta que te mueres.
Mamá Nora desearía que algún día… un día de un futuro lejano… cuando el mundo cambie y sea otro… Mamá Nora desearía que Shasha volviera a su doctorado. Que acabara sus estudios. Y que las cosas volvieran a su orden natural.
—¿Qué hace? —pregunta Miki después de observar largo rato a Abuela Amigorena encorvada sobre la mesita de juego, bajo la lámpara de pie con estampados en relieve.
—Escribo una carta —responde Abuela Amigorena pasados unos instantes. Es evidente que las últimas palabras de Shasha le han molestado mucho.
—¿A quién?
—A la policía.
—¿Por qué motivo?
—Les voy a contar lo del laiflong biznex.
—¿Lo del lifelong learning business?
—Esas… clases de inglés tuyas… —dice Abuela Amigorena—. Eróticas…
—Bueno, ¿y qué tiene usted en contra de mis clases?
—Que no quiero estudiar.
—Ah, ¿y se puede saber qué quiere?
—Pues mira, lo que quiero es ver la tele.
***
—Últimamente son muy populares los voluntariados. Los voluntariados entre la juventud —dice Miki.
—¿Estás perdiendo la cabeza, Miki? —pregunta Shasha.
—Los voluntarios son el futuro. El futuro de todos. Solo ellos pueden salvar el país de la paralización y de la pereza.
La ansiedad de Miki por haber superado la barrera de los veinte años y no haberse realizado en la vida es contagiosa.
Deberían quizá aislar a esta clase de personas hasta que se tranquilizaran.
—¿Qué propones? —pregunta Mamá Nora.
—Creo que habla de donar sangre —dice Shasha.
—En mis tiempos, los voluntarios no donaban sangre; la derramaban —murmura Abuela Amigorena dándoles la espalda.
—Estos ya no son sus tiempos y los voluntarios ahorran sangre, no la derraman —dice Miki—. ¡Yo propongo una idea totalmente nueva, jamás explotada!
—¿Cuál? —pregunta Shasha.
—Fundar una asociación erótica de voluntarios… Un banco… Un banco-asociación erótico de voluntarios…
—¿¿??
—Podríamos pedir financiación al ayuntamiento. Pero yo tendría que recibir el sesenta por ciento de todo este asunto.
—Pero, ¿tú te crees que el ayuntamiento va a dar dinero para un asunto como ese? —pregunta Shasha.
—Por supuesto. Si no lo hiciera, quedaría fatal por no apoyar una iniciativa de la juventud.
—Por ese tipo de iniciativas te pueden meter en la cárcel, ¿sabes? —dice Mamá Nora.
—No estaría mal —dice Abuela Amigorena, al tiempo que empuja a Miki para hacerse sitio en el sofá y alcanzar su paquete de cigarrillos.
El paquete está vacío.
Abuela Amigorena lo arruga hecha una furia.
—¿Tan difícil es dejarlo? —pregunta Miki.
—¿Al cabo de setenta años? —murmura Abuela Amigorena—. ¿Tú qué crees?
Después apoya los pies en la mesita baja.
—Usted antes se comportaba mejor.
—Sí. Bueno. ¿Y qué?
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