–Sí, por favor. Estaría bien viniendo de ti.
–Yo jamás te he mentido –le espetó ella muy enfadada–. Te dije que nos habíamos conocido antes. Jamás afirmé ser ingeniera. De hecho, había empezado a explicarte lo que hacía para ganarme la vida cuando llegó la camarera.
–Tal vez deberías haberme dicho desde el principio que tú eras la mujer que me estropeó la oportunidad de ser alumno de Harvard. Eso habría sido lo mejor.
–Lo siento. No tenía ni idea –dijo ella. Aquella disculpa parecía sincera.
–Podrían haber presentado cargos contra mí. Tus padres amenazaron con hacerlo.
–Si hubieran presentado cargos, yo les habría contado a las autoridades la verdad. Que te había mentido sobre mi edad y que lo que había ocurrido entre nosotros había sido consentido. Completamente consentido. Te lo juro, Justice… Yo no sabía que ellos se enterarían. Jamás me lo dijeron. Simplemente me desperté un día y ya no estabas.
–¿Y crees que así se habría solucionado todo? Maldita sea, Daisy. Te llevé a un salón de tatuajes. Madre mía. Te dejé que fueras conduciendo hasta el salón de tatuajes.
Daisy se enrojeció.
–Yo era… algo precoz por aquel entonces.
–¿Precoz? Eras un montón de hormonas andantes y parlantes que solo querían meterse en tantos líos como fuera posible, y que, de paso, me metió a mí en más líos de los que yo pudiera desear.
–Tienes razón, pero fue muy divertido mientras duró, ¿verdad?
–Fuera –rugió Justice. No podía aguantar más sin perder completamente el control–. Quiero que te marches. Ahora mismo.
–Por el amor de Dios, Justice. Lo siento mucho. Yo jamás me di cuenta de que habías pagado un precio tan alto por algo tan maravilloso.
–Para mí no lo fue.
–No… supongo que no. Igual que anoche tampoco lo fue.
–Fue sexo.
Ella cerró los ojos. Justice comprendió que le había hecho daño. Daño de verdad. Daisy se humedeció los labios y asintió brevemente.
–Por supuesto. Bueno, pues gracias por un sexo maravilloso, Justice.
Sin decir una palabra más, Daisy se dio la vuelta y se marchó del dormitorio. Oyó que ella rebuscaba en su bolsa algo. Entonces, silencio. ¿Qué diablos estaba haciendo? Justice sabía perfectamente bien que ella no se había marchado de la suite. Aún sentía su presencia. Este hecho bastaba para volverlo loco. Por fin, por fin, por fin… La puerta de la suite se abrió y se volvió a cerrar.
Justice soltó el aliento que había estado conteniendo. Ya se había marchado. Aquella vez, para siempre. Se dirigió al salón y tomó el teléfono, con la intención de alertar a recepción de que pensaba marcharse antes de lo esperado. Entonces, vio un libro que no había estado allí antes. Un libro infantil. Lo tomó y lo observó.
La cubierta estaba llena de color, rebosante de plantas y flores. Entonces, Justice vio los intensos ojos dorados que se asomaban entre el follaje de la selva. Su aspecto era casi idéntico al tatuaje que ella llevaba.
Aquellos ojos resultaban extrañamente familiares. Tal vez porque Justice los veía todos los días en el espejo.
Tocó la portada y descubrió el trozo de una pantera negra que ella había ocultado en la escena. Incapaz de contenerse, abrió el libro. Ella lo había firmado con su nombre de pila y el breve boceto de una flor. Una margarita. Para Justice. Me equivoqué. Tú no eres Cat.
Las palabras no tenían ningún sentido para él. Solo las entendió cuando empezó a hojear el libro y descubrió que Daisy había llamado Cat a la pantera. Junto al enorme felino iba siempre un gatito doméstico que se llamaba Kit. El gatito tenía unos enormes ojos verdes y rayas amarillas, idéntico en nombre y en aspecto al gatito que él le había regalado a Daisy el día en el que hicieron el amor. Había elegido aquella pequeña criatura porque le recordaba a ella. Incluso le había puesto un enorme lazo verde alrededor del cuello.
Incapaz de resistirse, volvió al principio del libro y empezó a leer más cuidadosamente. Muy pronto, comprendió que aquel era el primero de una serie de libros sobre las aventuras de Kit y Cat. Contaba la historia del gatito perdido en la selva y que se encuentra con una pantera. Los dos se hacen muy amigos. Kit no causa más que problemas. Justice sonrió al encontrar las similitudes con la clase de cosas que Daisy solía hacer. Sin embargo, Cat siempre estaba a su lado para rescatarlo y para protegerlo de los peligros de la selva, aunque eso significara elegir entre el gatito y su manada.
Cerró el libro y miró su Rumi. De algún modo, en algún momento de su discusión con Daisy, lo había tomado y lo había transformado. Allí estaba, en el escritorio, brillando a la luz del sol. Los símbolos matemáticos fluían simétricamente por los pétalos de la flor que él había creado.
Una margarita, que es lo que Daisy significa en inglés.
Apretó los puños y dio un paso atrás rechazando la flor y el libro. Él no era Cat ni Daisy Kit. Además, ella había cometido un error en su libros. ¿Acaso no se había dado cuenta? ¿No había investigado los datos para su libro? Las panteras no vivían en manadas. Las panteras eran animales solitarios.
Capítulo 4
Diecinueve meses, quince días, cinco horas, diecinueve minutos y cuarenta y tres segundos más tarde…
Daisy trató de colocarse el minúsculo auricular que jamás parecía encajarle adecuadamente en la oreja.
–¿Estás segura de que sabes dónde tenemos que ir, Jett? –le preguntó a la niña que había accedido a acoger casi un año antes.
–Segurísima.
Con inseguridad, Daisy abandonó la carretera y se detuvo en el estrecho arcén. Soplaba un fuerte viento del mes de noviembre, lo que provocaba que el pequeño coche de alquiler se meneara peligrosamente.
Tomó el mapa que llevaba en el asiento del copiloto y lo extendió en el volante. La memoria no le había fallado. El desvío que Jett había descrito no existía.
–Escucha, Jett –dijo Daisy–. Estoy perdida en medio de Colorado. Este lugar no está en el mapa y tu estúpido GPS me pide que dé la vuelta en cuanto pueda y me marche. Y eso es precisamente lo que me siento más inclinada a hacer.
–Dora es una idiota –anunció Jett alegremente.
–Creo que eso ya te lo dije yo cuando tú insististe en que la aceptara.
–Es aún muy joven. Dale tiempo para madurar.
Daisy ahogó una carcajada.
–¿Que es muy joven? Eso sí que es bueno viniendo de ti.
–Yo tengo dieciséis años y ocho meses. O más bien los tendré mañana. Dora tiene once meses y tres días. La misma edad que Noelle.
Daisy se sorprendió ante la precisión de Jett. Aunque no había relación biológica, aquel comentario habría sido muy propio de Justice. ¿Cuándo iba a superarlo? ¿Cuándo dejaría de pensar en él? Nunca.
Por muy imposible que pudiera parecer, se había enamorado de Justice cuando no era más que una niña y se había sentido destrozada cuando él se marchó sin decirle ni una sola palabra. Sin ni siquiera despedirse de ella. Daisy había sufrido durante años. Lo había buscado durante años con la esperanza constante de que algún día él regresaría a su lado. Tan fuerte era la esperanza, que se había negado a tener ninguna otra relación con nadie en su primer año de universidad. Después, se había