Si no hubiera sido por su hija, no habría podido superar aquellos últimos meses. Y en aquellos momentos, cuando resultaba evidente que la pequeña Noelle compartía la brillantez de su padre, Daisy había decidido encontrar a Justice aunque él se ocultara en los últimos confines de la tierra. Incluso Jett le recordaba a él.
Apretó la mandíbula pensando en el enfrentamiento que iba a tener con Justice. De algún modo, tenía que endurecerse, cerrarse a sus sentimientos como había hecho él. No podía cometer el error de hacerse ilusiones por tercera vez. No creía que pudiera sobrevivirlo.
–Está bien, Jett. Vamos a terminar con esto –anunció Daisy–. ¿Dónde estoy ahora y cómo tengo que hacer para llegar a Justice? Porque, por lo que yo puedo ver, no hay nada en un billón de kilómetros a la redonda.
–Pues eso sí que es imposible, teniendo en cuenta que la circunferencia de la Tierra es de solo 40.000 kilómetros aproximadamente.
–Ya sabes lo que quiero decir.
En principio, Jett había estado en acogida en casa de los padres de Daisy. Y aún lo estaría si los Marcellus no se hubieran retirado del programa debido a un repentino ataque al corazón del padre de Daisy. Cuando esto ocurrió, Jett le suplicó a Daisy que diera los pasos necesarios para acogerla, pues las dos se llevaban muy bien. Afortunadamente, los libros de cuentos de Daisy habían sido un gran éxito y le proporcionaban derechos de autor. Este hecho le permitía vivir la vida como ella más lo creyera conveniente y eso incluía acoger a una adolescente. Eso había ocurrido diez meses antes y ambas habían descubierto que la nueva situación funcionaba perfectamente para ambas.
–Escucha y obedece –le ordenó Jett–. Conduce exactamente cinco kilómetros y cuatrocientos metros al sur desde el lugar en el que estás ahora. Allí, encontrarás una carretera de grava a la izquierda. Tómala. Sigue conduciendo otros dieciséis kilómetros y cuatrocientos metros. Si sigues sin ver nada, llámame.
–Una cosa más. ¿Cómo sabes dónde estoy?
–Me lo ha dicho Dora.
Daisy suspiró.
–Chivata.
–Noelle y yo estamos siguiendo la señal de tu GPS, ¿verdad, pelirroja?
Daisy escuchó el alegre gorjeo de la voz de su hija a través de las ondas. De repente, la echó de menos más de lo que creía posible. Era la primera vez que se separaba de Noelle.
Arrancó el coche, metió la primera y volvió a salir a la carretera.
–Te llamaré en cuanto llegue.
–Estaremos esperando.
Jett estaba muy emocionada. Desde que descubrió que Daisy conocía al gran Justice St. John y, más aún, que era el padre de Noelle, Jett había trabajado sin descanso hasta descubrir dónde estaba la guarida de Justice. Al menos, así era como Daisy lo consideraba, teniendo en cuenta que mantenía su domicilio tan bien escondido. Ella jamás lo había conseguido, y eso que lo había intentado.
En el momento en el que descubrió que estaba embarazada, se había pasado un año tratando de averiguar dónde estaba sin éxito alguno. Había enviado cartas a todas las empresas de ingeniería que se le ocurrió sin resultados. A Jett le costó exactamente un mes. En realidad, veintinueve días, once horas, catorce minutos y un puñado de segundos.
El trayecto de dieciséis kilómetros y lo que fuera llevó a Daisy casi una hora. El sendero era pésimo. Seguramente, se trataba de un intento deliberado por parte de Justice para evitar que los visitantes pudieran llegar con facilidad a él. Por fin, cuando coronó una pequeña subida, divisó un enorme complejo que se extendía a sus pies. Se fundía bellamente con la pradera que lo rodeaba de tal manera que casi parecía un espejismo.
Inmediatamente, llamó a Jett.
–Ya he llegado.
–¿De verdad que lo he encontrado? ¡Genial!
–Te llamaré después de mi reunión.
–Quiero que me lo cuentes todo.
Daisy se quitó el auricular y lo apagó. Metió la primera al coche y bajó lentamente por la ladera de la colina hasta lo que parecía ser un rancho, con su granero, sus pastos e incluso un molino. A pesar de todo aquello, sobre el rancho pesaba una gran sensación de vacío, como si el tiempo se hubiera detenido. Paró el coche frente a la enorme casa, apagó el motor y permaneció unos instantes sentada, tratando de encontrar tranquilidad.
¿Qué le iba a decir a Justice? ¿Cómo iba a reaccionar él? ¿Le importaría el hecho de que hubiera tenido una hija suya? ¿Reconocería a su hija?
Había llegado el momento.
Observó el amplio porche y se mordió el labio. Entonces, abrió la puerta del coche, salió y la cerró de un portazo. A continuación, subió los escalones que llevaban a la puerta principal. Había algo extraño en todo aquello. Tardó un instante en darse cuenta de qué se trataba.
No había ventanas ni en la puerta ni alrededor de esta. Ni manilla. Ni timbre o llamador.
Maldita sea.
Apretó los puños y empezó a golpear la pesada puerta de roble.
–¿Justice? ¿Justice St. John? Quiero hablar contigo.
Nada.
Le dio a la puerta una patada.
–No me voy a marchar, Justice. Hasta que hablemos, no pienso hacerlo.
Nada.
Tal vez, simplemente, no estaba en casa.
Paseó por delante de la puerta preguntándose qué era lo que debía hacer. Entonces, notó otra cosa extraña sobre aquella puerta. Algo brillaba en el marco. Se detuvo y lo observó atentamente. ¡Dios santo! Se trataba de una cámara. Alguien la estaba observando y estaba dispuesta a apostarse cualquier cosa a que sabía quién era.
Se dirigió directamente hacia la cámara y levantó la cabeza para poder mirar al pequeño círculo de cristal.
–¿Justice? O abres esta puerta o voy a sacar el teléfono y voy a llamar a todos los medios de comunicación que se me ocurran para decirles dónde vives. Entonces, voy a meterme en Internet y voy a publicar la localización de tu casa en todos los sitios web de tíos raros como tú que pueda encontrar.
Un instante más tarde, la puerta emitió un clic y cedió un poco. Daisy la empujó y vio que se abría sin el más mínimo esfuerzo. Dio un paso al frente y entró en un ambiente en penumbra que le impedía ver nada. La puerta se cerró a sus espaldas con un estruendo de pestillos y cerrojos. Estaba encerrada ahí dentro.
–Si con eso has querido asustarme, no lo has conseguido. Tal vez me hayas intimidado un poco, pero no me has asustado.
Miró a su alrededor y, a duras penas, consiguió distinguir algo. El frío aire olía a polvo y a cerrado, como si aquella zona se utilizara en pocas ocasiones. Justice ciertamente no había gastado ninguno de sus millones en calentar aquella zona de su casa. Daisy tembló con su fino abrigo. Echaba de menos la calidez y la luz del sol de Florida.
Dio un paso al frente y miró a su alrededor. No había mesas, ni perchas, ni espejos ni cuadros. Solo… vacío. Y polvo. Trató de encontrar el interruptor de la luz, pero sin éxito. Intuía otras habitaciones a su alrededor, que sí que tenían ventanas a pesar de que estuvieran cerradas a cal y canto con las contraventanas. ¿Por qué vivía Justice en aquella casa tan magnífica si la tenía completamente cerrada y vacía?
Antes