Cuando llegó al otro bando, le preguntaron:
—¿Por qué has decidido unirte a nosotros?
—En realidad, me envían los del otro grupo —respondió el joven.
—¿Te han enviado ellos? ¡No! ¡De ninguna manera! No puedes ser de los nuestros ¡a no ser que vengas por tu propia voluntad!
La salvación cuenta con dos pasos: Dios nos escoge, de alguna manera nos “predestina” a ser salvos y, después, nosotros escogemos la oferta que Dios nos hace. Los dos pasos son necesarios. El primero está garantizado. El segundo, depende de cada persona.
El versículo de hoy puede mirarse desde la perspectiva de la “predestinación”. El Señor escoge a su siervo, el profeta Jeremías, desde que empieza a formarse en el seno materno. La promesa puede extenderse a todos los creyentes, como lo indican las palabras del apóstol Pablo a la iglesia: “Por su amor, nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efe. 1:5). Hecha esta oferta, este don, lo tenemos que aceptar, tenemos que hacer la elección correcta: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30:19).
La salvación eterna está disponible para todo ser humano. Jesús murió, resucitó e intercede para que nuestra salvación esté asegurada. ¡Qué enorme privilegio saber que Dios nos conoce y nos escoge desde antes de nuestro nacimiento y nos destina a ser salvos! Esta razón debería ser suficiente para sentir un sano orgullo, un gozo inefable por lo que Dios ha hecho por nosotros.
Si te tienta el pensamiento de no ser apto para algo, piensa que ya eras apto desde el vientre de tu madre, porque Dios te escogió. Solo tienes que escogerlo a él.
5 de enero - Autoestima
La arrogancia
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”
(Romanos 12:3).
Los apartamentos de lujo del edificio Richelieu en las playas de Pass Christian (Misisipi, EE.UU.) contaban con la animación propia del veraneante de la gran ciudad. Se divertían con espíritu despreocupado y abundancia de bebidas alcohólicas. La policía recibió la alarma de que el huracán Camille estaba tocando la costa occidental cubana y se aproximaba al Golfo de México para irrumpir de lleno en el estado de Misisipi. El jefe de policía, Jerry Peralta, movilizó su equipo para evacuar todos los edificios playeros. La mayoría de las personas obedecieron la orden, pero un numeroso grupo del edificio Richelieu desafió al agente:
—¡Señor Peralta, estamos en nuestra propiedad y para sacarnos de aquí tendrá que traer una orden de detención! ¡Hemos sobrevivido a varios huracanes! ¡Este edificio es sólido como la roca!
Aquella noche el huracán arrasó la costa de Misisipi a una velocidad de más de 280 km por hora, haciendo desaparecer varios edificios, entre ellos el Richelieu. Era el 17 de agosto de 1969. El Camille fue el segundo huracán más poderoso del siglo XX, después de otro que tuvo lugar en 1935. Solo en la localidad de Pass Christian murieron 78 personas. La mayoría de ellas pensaban que eran lo suficientemente fuertes para sobrevivir sin necesidad de evacuar.
La ausencia de autoestima conlleva riesgos: pérdida de rendimiento académico y laboral, dificultad en las relaciones, así como vulnerabilidad a la adicción a sustancias psicoactivas, a ser víctima de abusos, ansiedad y depresión, entre otros. Pero el exceso de autoestima es la arrogancia y conduce a situaciones desastrosas como la actitud de aquellos vecinos del edificio Richelieu y, aún más, lleva a la perdición moral. En efecto, actitudes tales como la vanagloria, el engreimiento, la altivez, el orgullo y la soberbia son rasgos diametralmente opuestos al espíritu cristiano de humildad.
El apóstol no recomienda ni la arrogancia ni el desprecio por uno mismo. Nos invita al pensamiento cuerdo (o equilibrado) sobre nosotros mismos. Algunos están tentados a alcanzar el extremo de la altanería, otros, el autodesprecio. Tanto si tiendes a un lado como al otro, piensa en los dones que Dios te ha dado y, al mismo tiempo, practica la humildad siguiendo el ejemplo supremo de Jesús, quien “no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mar. 10:45).
6 de enero - Autoestima
Autoalabanza y pseudoperfección
“Pero el que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba”
(2 Corintios 10:17, 18).
La sana autoestima no consiste en alabarse a sí mismo y a los atributos que uno pueda poseer, como es el caso de la personalidad narcisista. Tampoco consiste en hacer todo a la perfección, como intentan las personas perfeccionistas. Estos ejemplos suelen tener una autoestima desequilibrada.
Ricardo exhibía muchas características de la personalidad narcisista. Contaba con una gran necesidad de ser admirado y reconocido por sus logros. Por ello explicaba lo bien que hacía su trabajo, los conocimientos que tenía y cómo otros estaban muy por debajo de él. Creía que muchos lo envidiaban y se sentía superior, diciendo que era un incomprendido, pues la ignorancia de los demás no les permitía apreciar sus cualidades. Con tal aire de arrogancia, todo el mundo lo rehuía. Pero la verdad era que, en su fuero interno, se veía solo y herido por su ínfima autoestima.
Luisa era perfeccionista. Su empeño era hacer cualquier tarea a la perfección. Y al final, no quedaba satisfecha, pues no conseguía el nivel de sus altísimas exigencias. Con frecuencia le embargaba un temor profundo por no hacer su trabajo de forma cabal, no usar las palabras precisas, o no vestirse de la manera adecuada a la ocasión. Cuando otros le decían que no era necesario esmerarse tanto, se ponía a la defensiva y sus relaciones con otros sufrían. En realidad, Luisa poseía una autoestima insuficiente y secretamente se consideraba incapaz y limitada.
Ricardo no resolvió su problema hasta comprender y aplicar en su vida el versículo de hoy. Aprendió que no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba. Luisa se benefició profundamente del mensaje del texto: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9). Aprendió que su verdadero valor estaba en los dones que Dios le había otorgado y que sus debilidades podían reportarle poder. Precisamente por ello, el apóstol testificó: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vers. 10).
Ricardo y Luisa alcanzaron el nivel justo de autoestima al adoptar la humildad. Por eso Jesús bendijo a los pobres de espíritu (los humildes), en Mateo 5:3, se presentó a sí mismo como manso y humilde (Mat. 11:29), invitó a los encumbrados a hacerse siervos (Mat. 23:11) y se humilló, siendo el Rey del universo, a lavar los pies a sus discípulos (Juan 13:5).
Pide hoy a Dios que te indique qué puedes hacer para ser verdaderamente humilde.
7 de enero - Autoestima
Una imagen muy diferente
“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”
(1 Samuel 16:7).
Se cuenta que un día del año 1808 un hombre deambulaba deprimido por las calles de Mánchester. Al ver un letrero de consulta médica, decidió entrar para intentar curar su desánimo. Explicó al facultativo que estaba lleno de temor y terror sin saber por qué. También contaba con síntomas melancólicos que le impedían gozar de la vida. El médico le dijo:
—Su dolencia no es mortal. Usted necesita reír y encontrar satisfacción en las cosas simples de la vida.
—¿Y qué hago, doctor? –preguntó el paciente.
El