El primer capítulo de la Biblia nos enseña que, al final de cada día de la Creación, vio Dios que todo lo creado era bueno. Declaró el Creador la bondad de la luz, el firmamento, los océanos, la tierra, la hierba, los árboles, el sol, la luna, las estrellas, los animales marinos, las aves y los animales terrestres. También se nos dice que Dios hizo al hombre a su imagen y conforme a su semejanza.
Del relato obtenemos al menos dos fuentes de autoestima. Primera, Dios creó al hombre a su imagen y conforme a su semejanza. Puso en él cualidades nobles, una mente compleja y equilibrada, dotes de armonía y rasgos bondadosos de carácter. Segunda, le concedió “potestad” (poder, mando, autoridad) sobre todo lo creado.
Dedicamos este mes a la autoestima. Si bien es verdad que el mal casi ha borrado la imagen de Dios en nosotros, contar con la semejanza a nuestro Creador es un privilegio que debería producir un sano orgullo y un deseo de servirle mejor. Es también un honor poseer autoridad para administrar los recursos de la naturaleza. Si en alguna ocasión estás tentado a pensar que eres incapaz, inferior, o falto de valor, piensa en tu origen divino y en el cargo sublime que Dios te ha encomendado.
Eres de alta estima ante el Señor. Y lo eres más porque Jesús te ha redimido para restaurar la imagen completa de Dios en ti.
2 de enero - Autoestima
La verdadera autoestima
“Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ ”
(Mateo 22:39).
El mandato: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sugiere que el amor hacia nuestros semejantes debe ser amplio y generoso, pues todo ser humano cuenta con una medida razonable de amor hacia sí mismo. Es una comparación similar a la que usa Pablo cuando dice que “los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” (Efe. 5:28, énfasis añadido), pues es natural que cuidemos y protejamos nuestro cuerpo, buscando el bienestar y evitando el dolor.
Sin embargo, hay excepciones a esta regla. Hay personas que, afectadas por desequilibrios emocionales, se desprecian a sí mismas. Hemos encontrado jóvenes de apariencia hermosa, con grandes habilidades académicas y musicales, así como dotes de liderazgo que están convencidos de una supuesta fealdad, torpeza, carencia de talento musical e incapacidad de dirigir un grupo. Esos son los resultados de la autoestima pobre. Es más, hay quienes alcanzan el extremo de desear la muerte y expresan tendencias, o incluso intentos, suicidas. Estos pueden llegar a aborrecerse a sí mismos y, por lo tanto, no podríamos invitarlos a que amaran al prójimo “como a sí mismos”, pues estaríamos pidiéndoles que odiasen a su prójimo.
Pero ¿qué significa amarse a uno mismo? Para algunos, supone cuidar su apariencia y prolongar la juventud tanto como sea posible. Después de que el bótox y los lifting han estado en uso durante años, empezamos a ver que este tipo de amor a uno mismo conlleva consecuencias adversas. En Hollywood, estas caras retocadas preocupan a los directores de cine, pues les resulta imposible tomar primeros planos faciales que reflejen emociones claras. Es más, hay estudios que muestran que, aparte de limitar la expresión verbal, también limitan la experiencia emocional. Se han observado tomografías cerebrales en las que los centros de la emotividad no solo son motivados por la voluntad y los pensamientos propios, sino también por medio de la expresión facial; y cuando esta es deficiente, la sensación emocional se percibe solo a medias. Llegar a extremos de este tipo de amor hacia uno mismo no parece la mejor solución a la autoestima empobrecida.
El amor hacia uno mismo del que habla la Biblia debe traducirse en reconocer los dones recibidos por el Creador, ser consciente de su valor, aceptarlos con gusto y utilizarlos para el servicio a los demás y para la gloria de Dios.
Pensemos hoy en nuestras fortalezas, todas de origen divino. Agradezcámosle a Dios lo que nos ha otorgado y roguémosle que nos presente las oportunidades precisas para ponerlas en función de acuerdo con su voluntad.
3 de enero - Autoestima
Una obra formidable
“Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré, porque formidables y maravillosas son tus obras; estoy maravillado y mi alma lo sabe muy bien”
(Salmo 139:13, 14).
La perfección de la maquinaria humana es siempre motivo de asombro. Una mirada detallada a cualquier sistema orgánico nos abrirá la puerta a un microcosmos misterioso e infinito. Pensemos en una simple pregunta con respuesta:
—¿Cómo se llama el jefe de ventas?
—Su nombre es Álvaro.
Las terminales nerviosas del oído interno reciben las vibraciones sonoras y las transforman en impulsos eléctricos. Por medio de los neurotransmisores, las señales pasan de neurona a neurona a través de la intrincada comunicación sináptica. La comunicación ocurre simultáneamente en ambos lados del cerebro hasta alcanzar sendas áreas auditivas. De este modo, la persona “oye” el sonido de las palabras y rápidamente procede a comprenderlo. Para ello, neuronas especializadas transmiten señales dirigidas a la corteza cerebral concretamente al área de Wernicke, que “entiende” el mensaje. A partir de ahí, el cerebro necesita evocar el nombre del jefe de personal.
Nuevas células nerviosas por medios eléctricos y químicos se ponen en funcionamiento para localizar el nombre. No existe una zona específica de almacenamiento de datos, sino que estos están dispersos en diversas ubicaciones. Una vez hallado, el nombre ha de ser emitido usando un código fonético. Las instrucciones fonéticas corresponden al área de Broca, en el lóbulo frontal izquierdo, y de ahí la información se desplaza al área motriz de la corteza, pues solo esta zona cerebral puede dar órdenes a los músculos y órganos de la fonación (cuerdas vocales, laringe, lengua, etc.). Así viene la respuesta: “Su nombre es Álvaro”.
Cualquier conducta o función orgánica del ser humano tiene una enorme complejidad. Detrás de ella está la inteligencia infinita de nuestro Creador. El texto de hoy describe una acción personalizada y llena de amor: “Tú formaste mis entrañas”. Amigo lector, Dios conoce cada una de las células de tu cuerpo porque él las ha creado y las ha formado. El resultado es el ser único e irrepetible que tú eres: privilegiado y especial, creado para honrar al cielo y servir al prójimo.
Agradece al Señor por las muchas dádivas recibidas. Aunque, como cualquier otra persona, tengas debilidades, las virtudes que él te concede las sobrepasan. Es más, el Creador cuenta con todo lo que necesitas para suplir tus deficiencias: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).
4 de enero - Autoestima
Predestinados a ser salvos
“Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones”
(Jeremías 1:5).
Se cuenta la historia de un grupo de jóvenes seminaristas que debatían intensamente el tema de la predestinación. La discusión llegó a tal grado de acaloramiento que se apartaron unos de otros formando dos bandos: uno a favor y otro contra. En medio quedó un joven indeciso que no estaba seguro de dónde ubicarse. Finalmente, se decantó por el grupo de la predestinación. Cuando se acercó, los compañeros le preguntaron:
—¿Quién te envía a nuestro grupo?