¡Unas calles tan tenebrosas! Manzanas de negrura, no de casas, a cada lado, y aquí y allí una candela, como una vela que se moviera ante una tumba. En esta hora de la noche del último día de la semana, ese barrio de la ciudad resultó estar casi desierto. Pero al poco llegué hasta una luz humeante que salía de un edificio bajo y ancho, cuya puerta estaba acogedoramente abierta. Tenía un aspecto descuidado, como si estuviera destinado al uso del público; entrando por tanto, lo primero que hice fue tropezar contra una caja de ceniza en el porche1. «¡Ja!, pensé, ja, mientras las partículas volantes casi me asfixiaban: ¿son éstas las cenizas de aquella ciudad destruida, Gomorra? Pero ¿Los Arpones Cruzados y El Pez Espada?... ¡éste entonces, debe ser necesariamente el rótulo de La Trampa!». Sin embargo, me recompuse, y escuchando dentro una potente voz, avancé y abrí una segunda puerta interior.
Parecía el gran Parlamento Negro sentado en Tofet. Un centenar de rostros negros se volvieron en sus filas para mirar; y, más allá, un negro Ángel del Juicio golpeaba un libro en el púlpito. Era una iglesia negra; y el texto del predicador versaba sobre la oscuridad de las tinieblas, y el sollozo y el lamento y el rechinar de dientes que allí se dan. «Ja, Ismael, murmuré, retrocediendo: ¡desdichado esparcimiento bajo el rótulo de La Trampa!»
Continuando, por fin llegué a una especie de tenue luz colgante no lejos de los muelles, y escuché un desamparado chirrido en el aire; y, alzando la vista, vi un rótulo oscilante sobre la puerta, con una pintura blanca en él, que vagamente representaba un largo surtidor de nebulosa aspersión, y estas palabras debajo: «La Posada del Surtidero2: – Peter Coffin».
¿Coffin, es decir, ataúd?... ¿Surtidero?... Bastante fatídico en ese particular vínculo, pensé yo. Pero Coffin es un nombre usual en Nantucket, según dicen, y supongo que este Peter es un emigrante de allí. Como la luz parecía tan tenue, y el lugar, por el momento, suficientemente tranquilo, y la propia pequeña y desmoronada casa de madera daba la impresión de haber sido transportada allí desde las ruinas de algún distrito quemado, y como el balanceante rótulo tenía una especie de chirrido afectado de indigencia, pensé que éste era el lugar perfecto para un alojamiento barato, y el mejor de los cafés de bayas3.
Era un lugar de singular índole... Una vieja casa con tejado a dos aguas, uno de sus lados como si estuviera paralizado e inclinándose lamentablemente. Se alzaba en una abrupta y desolada esquina, en la que el tempestuoso viento Euroaquilón sostenía un aullar peor que el que nunca sostuvo cerca de la zarandeada nave del pobre Pablo. El Euroaquilón, sin embargo, es un céfiro enormemente agradable para cualquiera que esté resguardado, con los pies en el revellín, tostándose plácidamente para la cama. «Al considerar ese tempestuoso viento llamado Euroaquilón», dice un antiguo escritor –de cuyas obras poseo la única copia existente–, «prodúcese una espectacular diferencia entre si lo miráis desde una ventana de cristal en la que la helada está toda en el exterior, o si lo observáis desde una ventana sin marco, en la que la helada está en ambos lados, y en la que el único cristalero es la Muerte personificada». Verdaderamente cierto, pensé, al venírseme a la mente este pasaje... viejo Letra Gótica, habéis razonado bien. Sí, estos ojos son ventanas, y este cuerpo mío es la casa. Qué pena, sin embargo, que no taponaran las fisuras y las grietas, y embutieran un poco más de borra aquí y allá. Pero ya es demasiado tarde para hacer ninguna mejora. El universo está terminado; la piedra clave está puesta, y las esquirlas se retiraron hace un millón de años. El pobre Lázaro ahí, rechinando sus dientes contra el bordillo como almohada, y sacudiéndose de encima los andrajos con sus temblores, podría taponarse ambos oídos con trapos, y ponerse una panocha en la boca, y, aun así, con ello no lograría mantener fuera al tempestuoso Euroaquilón. ¡Euroaquilón!, dice el viejo Epulón con su manto de seda roja (después tuvo otro aún más rojo)... ¡Bah, bah! ¡Qué buena noche de helada; cómo centellea Orión; qué Aurora Boreal! Que hablen de sus orientales climas veraniegos de sempiternos invernaderos: denme a mí el privilegio de hacer mi propio verano con mi propio carbón.
Pero ¿qué piensa Lázaro? ¿Puede calentarse las azuladas manos extendiéndolas hacia la grandiosa Aurora Boreal? ¿No preferiría Lázaro estar en Sumatra que aquí? ¿No preferiría con mucho tenderse a lo largo siguiendo la línea del ecuador; sí, ¡vosotros, dioses!, caer en el propio pozo ardiente, para poder guarecerse de esta helada?
Ahora bien, que Lázaro hubiera de yacer abandonado allí, en la acera ante la puerta de Epulón, es un hecho más asombroso que el que un iceberg hubiera fondeado en una de las Molucas. No obstante, el mismo Epulón también vive como un zar en un palacio de hielo hecho de sollozos helados, y al ser presidente de una sociedad de templanza4, sólo bebe las tibias lágrimas de los huérfanos.
Pero basta por ahora de este gimoteo: nos vamos a pescar ballenas, y todavía queda mucho de eso por llegar5. Rasquémonos el hielo de nuestros congelados pies, y veamos qué clase de sitio pueda ser este «surtidero».
1 una caja de ceniza en el porche: en algunos lugares de Nueva Inglaterra se mantiene aún hoy la costumbre de guardar las cenizas de la salamandra en una caja, para esparcirlas luego sobre la nieve y el hielo, favoreciendo que se derritan.
2 La Posada del Surtidero. En el original, The Spouter Inn. El término spouter era en la época un modo irónico y despectivo de referirse al barco ballenero.
3 cafés de bayas: en la época se utilizaban en Estados Unidos las bayas del raigón del Canadá, un árbol conocido allí como «Kentucky coffeetree», para, una vez tostadas, elaborar un sustituto del café.
4 sociedad de templanza: el elevado consumo de alcohol en los Estados Unidos hizo que durante el siglo xix surgieran múltiples temperance societies que preconizaban la moderación o prohibición de las bebidas alcohólicas.
5 mucho de eso por llegar: hay doble sentido. He traducido blubber como «gimoteo», pero también significa «grasa o gordura de la ballena», y con ese significado se emplea profusamente en la novela.
Capítulo 3
La Posada del Surtidero
Al entrar en el inmueble con tejado a dos aguas de la Posada del Surtidero, te encontrabas en un amplio y destartalado zaguán de poca altura, con anticuados zócalos de madera que a uno le recordaban las amuradas de algún viejo navío desahuciado. A un lado colgaba una pintura al óleo muy grande, tan ahumada y en todo modo deteriorada, que bajo las desiguales luces opuestas con las que la veías, sólo a través de un diligente estudio y de una serie de visitas sistemáticas, y de detallada consulta a los residentes, podías de alguna manera llegar a una comprensión de su propósito. Unas inexplicables masas de penumbras y sombras tales, que inicialmente casi pensabas que algún ambicioso joven artista, en la época de las arpías de Nueva Inglaterra, se había propuesto plasmar el caos embrujado.