Alejándose, Cassie se sintió desanimada e insegura. Intentó ahuyentar los pensamientos negativos y se recordó a sí misma firmemente que su papel era cuidar de las niñas y no monopolizar la atención de la señora Rossi cuando estaba tan ocupada. Con suerte, Nina y Venetia sabrían cuáles eran sus horarios.
Cuando Cassie fue a las habitaciones de las niñas, las encontró vacías. Ambas camas estaban hechas de forma inmaculada y sus habitaciones estaban ordenadas. Cassie supuso que se habrían ido a desayunar, se dirigió a la cocina y se alivió de encontrarlas allí.
–Buen día, Nina y Venetia —dijo ella.
–Buen día —respondieron ellas con amabilidad.
Nina estaba sentada en una silla mientras detrás de ella, Venetia le ataba la coleta con un lazo. Cassie supuso que Nina recién habría hecho lo mismo por su hermana, porque el cabello de Venetia ya estaba prolijamente recogido. Ambas niñas estaban vestidas con un guardapolvo de color rosa y blanco.
Habían hecho tostadas y jugo de naranja, y los habían dispuesto sobre la mesa de la cocina. Cassie estaba sorprendida por cómo parecían actuar como una unidad. Por lo que había visto hasta ahora, tenían una relación armoniosa; no había señales de peleas ni de burlas. Supuso que al tener tan poca diferencia de edad, eran más como mellizas que como hermanas mayor y menor.
–Ustedes dos son tan organizadas —dijo Cassie con admiración—. Son muy inteligentes al cuidarse entre ustedes. ¿Quieren algo para untar las tostadas? ¿Qué suelen ponerles? ¿Mermelada, queso, manteca de maní?
Cassie no estaba segura de lo que había en la casa, pero supuso que tendrían esos básicos.
–Me gustan las tostadas simples con manteca —dijo Nina.
Cassie asumió que Venetia estaría de acuerdo con su hermana. Pero la niña menor la miró con interés, como si estuviese considerando sus sugerencias. Luego, dijo:
–Mermelada, por favor.
–¿Mermelada? No hay problema.
Cassie abrió las alacenas hasta encontrar la que tenía los productos untables. Estaban en el estante de arriba, demasiado alto para que las niñas lo alcanzaran.
–Hay mermelada de frutilla y de higo. ¿Cuál prefieres? Si no, hay Nutella.
–Frutilla, por favor —dijo Venetia amablemente.
–No tenemos permitida la Nutella —le explicó Nina—. Es solo para ocasiones especiales.
Cassie asintió.
–Tiene sentido, porque es tan deliciosa.
Le alcanzó la mermelada a Venetia y se sentó.
–¿Qué tienen para hacer esta mañana? Parece que están prontas para la escuela. ¿Debo llevarlas allí? ¿A qué hora comienza y saben a dónde van?
Nina terminó de masticar su tostada.
–La escuela comienza a las ocho y hoy terminamos a las dos y media porque tenemos clase de canto. Pero tenemos un chofer, Giuseppe, que nos lleva y nos trae.
–Ah.
Cassie no pudo esconder su sorpresa. Esta organización iba mucho más allá de lo que ella había esperado. Sintió como si su rol fuese inútil, y se preocupó por que la señora Rossi se diera cuenta de que podía prescindir de ella y de que no la necesitaría por los tres meses de la asignación. Tendría que volverse útil. Con suerte, cuando las niñas volvieran de la escuela tendrían tareas con las que ella podría ayudar.
Reflexionando sobre su estrategia, Cassie se levantó a prepararse café.
Cuando se volteó vio que las niñas habían terminado el desayuno.
Nina estaba apilando los platos y vasos en el lavavajillas y Venetia había acercado un banquito de la cocina a la alacena. Mientras Cassie la observaba, ella se trepó y extendió la mano lo más alto que pudo para colocar la mermelada de nuevo en su lugar.
–No te preocupes, yo lo haré.
Venetia parecía tambalearse en el banquito y Cassie se acercó con prisa previendo que esto podía terminar en un desastre.
–Yo lo haré.
Venetia se aferró al frasco de mermelada con fuerza, negándose a que Cassie se lo quitara de las manos.
–No hay problema, Venetia. Yo soy más alta.
–Necesito hacerlo
La pequeña niña sonaba intensa. Más que eso, parecía desesperada por hacerlo ella misma. En puntas de pie, con Cassie merodeando ansiosamente detrás de ella y lista para agarrarla si la silla se caía, Venetia reemplazó la mermelada empujándola cuidadosamente hacia atrás, en el lugar exacto en donde había estado antes.
–Muy bien —la halagó Cassie.
Supuso que esta independencia feroz debía ser parte del carácter y la crianza de la niña. Parecía inusual, pero nunca había trabajado para una familia de la alta sociedad.
Se quedó observando mientras Venetia colocaba el banquito exactamente en su posición original. Para entonces, Nina había puesto la manteca en el refrigerador y el pan en la panera. La cocina estaba inmaculada, como si nunca hubiesen desayunado allí.
–Giuseppe estará aquí pronto —le recordó Nina a su hermana—. Debemos lavarnos los dientes.
Salieron de la cocina y se dirigieron a sus habitaciones en la planta alta, mientras Cassie las observaba con asombro. Cinco minutos después, volvieron cargando sus mochilas escolares y sacos, y se dirigieron hacia fuera.
Cassie las siguió, pensando más que nada en la seguridad, pero un Mercedes blanco ya se estaba acercando a la casa. Un momento después, se detuvo en la entrada circular y las niñas se subieron.
–Adiós —gritó Cassie, saludándolas con la mano, pero no debían haberla escuchado porque ninguna de ellas le respondió el saludo.
Cuando Cassie volvió para adentro, vio que la señora Rossi y Maurice también se habían ido. No parecía haber ningún miembro del personal trabajando en ese momento.
Cassie estaba completamente sola.
–Esto no es lo que esperaba —se dijo a sí misma.
La casa estaba muy silenciosa y estar allí sola la inquietaba. Había asumido que tendría mucho más para hacer y que estaría mucho más involucrada con las niñas. Toda esta organización le resultaba extraña, como si realmente no la necesitaran para nada.
Se aseguró a sí misma que recién comenzaba, y que debería estar agradecida de tener un tiempo para ella. Probablemente, esta era la calma que precedía la tormenta, y cuando las niñas volvieran a casa estaría muy ocupada.
Cassie decidió que usaría el tiempo para hacer seguimiento a la pista que había recibido ayer. La inesperada mañana libre que ahora estaba disfrutando podría ser su única oportunidad de descubrir en dónde estaba Jacqui.
No tenía mucho. El nombre de la ciudad no era mucho.
Pero era todo lo que tenía y estaba decidida que sería suficiente.
Utilizando el Wi-Fi de la casa, Cassie pasó una hora familiarizándose con la ciudad en donde vivía Jacqui, o en todo caso, en donde ella le había dicho a Tim, el barman, que estaba viviendo hacía unas semanas.
El hecho de que Bellagio era una ciudad pequeña, no un lugar enorme, jugaba a su favor. Una ciudad pequeña significaba menos hostels y hoteles, y también había más posibilidades de que la gente supiera lo que hacían los demás, y de que recordaran a una hermosa mujer estadounidense.
Otra ventaja era que era un destino turístico, un lugar pintoresco que limitaba con el Lago Como que ofrecía vistas espectaculares, además de varias tiendas y restaurantes.
Mientras investigaba, se imaginaba cómo sería vivir en esa ciudad.