Cassie caminó sigilosamente por la cocina, pero no encontró a nadie allí.
Decidió ir a ver a las niñas y asegurarse de que estuvieran bien. Entonces, una vez que se asegurara de que estaban a salvo, despertaría a la señora Rossi y le explicaría lo que había visto. Podría tratarse de una falsa alarma, pero era mejor prevenir que curar, especialmente viendo que el hombre parecía haber desaparecido.
Había sido un vistazo tan fugaz que si no hubiese visto las huellas de los zapatos, Cassie hubiera creído que se había imaginado al furtivo personaje.
Trotó por las escaleras y se dirigió a los dormitorios de las niñas.
Antes de llegar se volvió a detener, tapándose la boca con la mano para sofocar un grito.
Allí estaba el hombre, una figura delgada, vestida con ropa oscura.
Estaba afuera del dormitorio de la señora Rossi, extendiendo la mano izquierda hacia la manija de la puerta.
No podía ver su mano derecha porque la tenía enfrente de él, pero por el ángulo, era obvio que estaba sosteniendo algo con ella.
CAPÍTULO OCHO
Cassie necesitaba un arma y agarró el primer objeto que sus ojos aterrados pudieron ver: una estatuilla de bronce en una mesilla cerca de la escalera.
Luego, corrió hacia él. Ella tendría la ventaja del efecto sorpresa, ya que él no podría voltearse a tiempo. Lo golpearía con la estatuilla, primero en la cabeza y luego en la mano derecha para desarmarlo.
Cassie saltó hacia adelante. Él estaba girando, esta era su oportunidad. Alzó su arma improvisada.
Entonces, mientras él se volteaba para enfrentarla, se resbaló y se detuvo. El grito de disgusto de él sofocó el suyo de sorpresa.
El hombre delgado de baja estatura sostenía un vaso grande de café para llevar en la mano.
–¿Qué diablos? —Gritó él.
Cassie bajó la estatuilla y lo miró con incredulidad.
–¿Estabas intentando atacarme? —Refunfuñó el hombre— ¿Estás loca? Casi me haces soltar esto.
Él miró hacia abajo, al café, que le había salpicado la mano por el agujero de la tapa. Unas pocas gotas se habían derramado en el suelo. Él buscó en su bolsillo un pañuelo descartable y se inclinó a limpiarlas
Cassie adivinó que tendría treinta y pocos años. Estaba inmaculadamente arreglado. Su cabello castaño tenía un corte de pelo degradado a la perfección y tenía una barba bien cortada. Detectó una pizca de acento australiano en su voz.
Incorporándose, la miró con furia.
–¿Quién eres?
–Soy Cassie Vale, la niñera. ¿Quién eres tú?
Él levantó las cejas.
–¿Desde cuándo? Ayer no estabas aquí.
–Me contrataron ayer en la tarde.
–¿La Signora te contrató?
Él remarcó la última palabra y la observó por unos segundos, en los que Cassie se sintió cada vez más incómoda. Asintió en silencio.
–Ya veo. Bueno, mi nombre es Maurice Smithers, y soy el asistente personal de la señora Rossi.
Cassie lo miró boquiabierta. Él no encajaba con el perfil que ella tenía de un asistente personal.
–¿Por qué entraste a la casa a hurtadillas?
Maurice suspiró.
–La cerradura de la puerta del frente es difícil de abrir los días fríos. Hace un ruido nefasto y no me gusta perturbar a la casa cuando llego temprano. Así que uso la puerta trasera porque es más silenciosa.
–¿Y el café?
Cassie observó la taza, aún sintiéndose atacada por sorpresa por la extrañeza de su apariencia y su supuesto rol.
–Es de una cafetería artesanal calle abajo. Es el favorito de la Signora. Le traigo una taza cuando tenemos nuestras reuniones matinales.
–¿Tan temprano?
Aunque su tono era acusador, Cassie se sentía avergonzada. Había creído que estaba siendo heroica, actuando por el bienestar de la señora Rossi y sus hijas. Ahora descubría que había cometido un grave error y había empezado con el pie izquierdo con Maurice. Como su asistente personal, obviamente era una figura influyente en su vida.
De pronto, sus perspectivas de una pasantía futura parecían cada vez menos seguras. Cassie no podía soportar pensar en que su sueño ya estaba en riesgo gracias a sus acciones imprudentes.
–Tenemos un día muy ocupado hoy. La señora Rossi prefiere comenzar temprano. Ahora, si no te importa, quisiera entregarle esto antes de que se enfríe.
Golpeó la puerta respetuosamente y un momento después, esta se abrió.
–Buongiorno, Signora. ¿Cómo está esta mañana?
La señora Rossi estaba perfectamente vestida y arreglada. Hoy tenía un par de botas distintas; estas eran color cereza, con enormes hebillas plateadas.
–Molto bene, grazie, Maurice —y tomo el café,
Cassie se dio cuenta de que los cumplidos en italiano parecían ser una formalidad antes de que la conversación cambiara al inglés mientras Maurice continuaba.
–Está muy frío afuera. ¿Quiere que vaya a subir la calefacción en su oficina?
Hasta ahora, Cassie no sabía que Maurice podía sonreír, pero ahora su rostro estaba estirado en una sonrisa servil y prácticamente estallaba su deseo de complacerla.
–No, no estaremos allí por mucho tiempo. Estoy segura de que la calefacción será la adecuada. Trae mi saco, ¿sí?
–Por supuesto.
Maurice tomó el saco con cuello de piel del soporte de madera cerca de la puerta de su dormitorio. La siguió de cerca y comenzó a hablar animadamente.
–Espere a escuchar qué tenemos preparado para la semana de la moda. Ayer tuvimos una reunión excelente con el equipo francés. Por supuesto que grabé todo, pero también tengo la minuta y un resumen preparado.
Cassie se dio cuenta de que la señora Rossi no le había dirigido la palabra. Debía haberla visto allí parada, pero su atención había estado totalmente enfocada en Maurice. Ahora, los dos se dirigían a la oficina en donde Cassie había sido entrevistada el día anterior.
No creía que la señora Rossi la estuviese ignorando a propósito, al menos eso esperaba. Era más como si estuviese totalmente distraída y con toda su atención en el día de trabajo que la esperaba.
–Tengo el informe de ventas de la semana pasada y una respuesta de los proveedores indonesios.
–Espero que sean buenas noticias —dijo la señora Rossi.
–Eso creo. Están solicitando más información, pero parece positivo.
Maurice estaba prácticamente adulando a la señora Rossi, y Cassie no sabía si él la estaba ignorando sin intención o si lo hacía a propósito, quizás para demostrarle que él era mucho más importante que ella en su vida.
Los siguió hasta la oficina, arrastrándose unos pocos pasos más atrás, esperando el momento en que hubiera un hueco en la conversación para poder preguntar por los horarios de las niñas.
Poco tiempo después, resultó claro que no habría ningún hueco. Con las cabezas inclinadas hacia la pantalla de la computadora portátil de Maurice, ninguno de ellos siquiera la miraban. Cassie tuvo la seguridad de que Maurice la estaba ignorando a propósito. Después de todo, él sabía que ella estaba allí.
Pensó en interrumpirlos, pero eso la ponía nerviosa. Estaban concentrados y Cassie no