Había un teléfono en la cocina, así que llamó a uno de los restaurantes de la zona y ordenó una lasaña y una Coca-Cola dietética. Media hora después, llegó. Cassie no quería entrar al comedor formal, así que exploró otros lugares. El área de la planta baja tenía muchos salones más pequeños y uno de ellos, que supuso era el comedor de las niñas, tenía una pequeña mesa con cuatro sillas.
Se sentó allí y comió su comida mientras estudiaba su libro de frases en italiano. Luego, agotada después de todo lo que había ocurrido ese día, se fue a la cama.
Justo antes de dormirse su teléfono vibró.
Era el simpático barman de la casa de huéspedes.
“¡Hola, Cassie! Creo que recuerdo en donde estaba trabajando Jaxs. El nombre de la ciudad es Bellagio. ¡Espero que esto ayude!”
Al leer el mensaje, la inundó la esperanza. Esta era la ciudad, la verdadera ciudad en donde su hermana se había quedado. ¿Habría trabajado allí? Cassie esperaba que se hubiese quedado en un alojamiento o en un hotel, ya que eso significaba que podría rastrearla. Empezaría su investigación en cuanto tuviera tiempo, y Cassie estaba segura de que obtendría resultados.
¿Cómo sería la ciudad? El nombre sonaba encantador. ¿Por qué Jacqui había elegido viajar allí?
Le surgían tantas preguntas sin respuestas en su mente que le tomó más tiempo de lo que esperaba conciliar el sueño.
Cuando finalmente lo hizo, soñó que estaba en esa ciudad. Era singular y pintoresca, con terrazas salientes y edificios de piedra color miel. Caminando por la calle, le preguntó a un transeúnte:
–¿En dónde puedo encontrar a mi hermana?
–Está allí —dijo él señalando la cima de la colina.
Mientras caminaba, Cassie comenzó preguntarse qué era lo que había allí arriba. Parecía estar alejado de todo. ¿Qué hacía Jacqui allí? ¿Por qué no había bajado encontrarse con Cassie, si sabía que su hermana estaba en la ciudad?
Finalmente y sin aliento, llegó a la cima de la colina, pero la torre había desaparecido y todo lo que podía ver era un lago enorme y oscuro. Sus aguas oscuras salpicaban los bordes de las piedras oscuras que lo rodeaban.
–Aquí estoy.
–¿En dónde?
La voz parecía venir desde un lugar lejano.
–Es demasiado tarde —susurró Jacqui con voz ronca y llena de tristeza—. Papá me alcanzó primero.
Horrorizada, Cassie se inclinó y miró hacia abajo.
Allí estaba Jacqui, tumbada en el fondo del agua oscura y fría.
Su cabello se arremolinaba alrededor de ella, sus miembros estaban blancos y sin vida, y cubrían como algas a las rocas afiladas mientras sus ojos ciegos miraban hacia arriba.
–¡No! —Gritó Cassie.
Se dio cuenta de que esta no era Jacqui y de que no estaba en Italia. Estaba de nuevo en Francia, mirando por encima del parapeto de piedra al cuerpo despatarrado más abajo. Esto no era un sueño, era un recuerdo. El vértigo se apoderó de ella, y Cassie se aferró a la roca, aterrorizada de que también se iba a caer porque se sentía tan débil e impotente.
–Para eso están los padres. Eso es lo que hacen.
La voz burlona venía de detrás de ella y ella giró, tambaleándose.
Allí estaba, el hombre que le había mentido, la había engañado y había destruido su confianza. Pero no era a su padre a quien veía. Era Ryan Ellis, su jefe en Inglaterra, con el rostro retorcido con menosprecio.
–Eso es lo que hacen los padres —susurró—. Hacen daño. Destruyen. Tú no fuiste lo suficientemente buena, así que ahora es tu turno. Eso es lo que hacen.
Extendió la mano, la sujetó de la blusa y la empujó con todas sus fuerzas.
Cassie dio un alarido de terror al sentir que perdía la sujeción y la piedra se resbalaba.
Se estaba cayendo, cayendo.
Y cuando aterrizó, se sentó, jadeando, con sudor frío que le producía escalofríos aunque el espacioso dormitorio estaba templado.
La distribución de la habitación no le resultaba familiar y pasó un tiempo tanteando antes de encontrar su mesa de noche y luego finalmente el interruptor de la luz.
La prendió y se sentó, desesperada por confirmar que había escapado de su pesadilla.
Estaba en la enorme cama matrimonial con cabecera de metal. Del otro lado de la habitación estaba el enorme ventanal, con las cortinas color castaño dorado cerradas.
A la derecha estaba la puerta del dormitorio y a la izquierda, la puerta del baño. El escritorio, la silla, el minibar, el armario, todo estaba como ella lo recordaba.
Cassie soltó un suspiro profundo, con la tranquilidad de que ya no estaba atrapada en su sueño.
Aunque aún estaba oscuro, ya eran las siete y cuarto de la mañana. Con un sobresalto, recordó que no había recibido instrucciones de lo que las niñas debían hacer hoy. ¿O sí las había recibido, pero se había olvidado? ¿La señora Rossi había dicho algo de la escuela?
Cassie sacudió la cabeza. No podía recordar nada y no creía que hubiera mencionado los horarios de la escuela.
Salió de la cama y se vistió rápidamente. En el baño, controló sus ondas cobrizas con un peinado que esperaba que fuese aceptable en este hogar enfocado en la moda.
Mientras se miraba en el espejo, escuchó un ruido afuera.
Cassie se detuvo y escuchó.
Detectó el débil sonido de unos pasos crujiendo sobre la gravilla. El cristal esmerilado de la ventana del baño daba hacia afuera, hacia la puerta de hierro.
¿Sería alguien del personal de cocina?
Abrió la ventana y miró hacia afuera.
En el gris profundo de la mañana, Cassie vio una silueta vestida con ropa oscura avanzando furtivamente hacia la parte trasera de la casa. Mientras observaba con asombro, logró descifrar la silueta de un hombre con un gorro de lana negro y una pequeña mochila de color oscuro. Solo fue un vistazo, pero pudo ver que se dirigía a la puerta trasera.
Se le aceleró el corazón al pensar en intrusos, en la puerta automática y las cámaras de seguridad.
Recordó las palabras de la señora Rossi y la clara advertencia que le había dado. Esta era una familia acomodada. Sin dudas podían ser el blanco de un robo o incluso un secuestro.
Tenía que salir a investigar. Si él le parecía peligroso, daría la alarma, gritaría y despertaría a toda la casa.
Mientras se apresuraba por la escalera, decidió su plan de acción.
El hombre se había dirigido a la parte de atrás de la casa, así que ella saldría por la puerta del frente. Ahora había suficiente luz para ver bien, y la fría noche había dejado escarcha sobre el pasto. Podría seguir sus huellas.
Cassie salió hacia afuera, cerrando con llave la puerta. La mañana estaba tranquila y helada, pero estaba tan nerviosa que apenas notó la temperatura.
Había huellas, borrosas pero claras en la escarcha. Rodeaban la casa sobre el pasto prolijamente cortado y conducían hacia los ladrillos del patio.
Siguiéndolas, vio que conducían a la puerta trasera que estaba totalmente abierta.
Cassie se avanzó por los escalones, notando las huellas típicas de un zapato en cada escalón de piedra.
Se detuvo en la puerta, esperando y esforzándose por escuchar cualquier ruido sospechoso por encima del martilleo