–No es sólo esto ―pensó.
No se equivocaba con sus intuiciones. Buscó las palabras que pudiesen hacerlo sentir cómo sería más fácil ayudarle si ella hubiese comprendido sus pensamientos hasta el fondo. Luego, de repente, ya no hubo necesidad de esta explicación y advirtió también en ella el peso de la preocupación que lo atormentaba.
Fue ella la que habló primero.
–Los tiempos son difíciles… hay decisiones que se deben tomar que no nos competen sólo a nosotros…
Como un ovillo hasta este momento inextricable que después de un solo movimiento casi de repente se desenreda, de esta manera Giovanni sintió que podía comunicar su dolor.
–Giulia, es la primera vez en toda mi vida que no sé qué hacer. Tu hermano habla libremente de sus ideas y yo me he enterado de que los teléfono están siendo controlados. He visto lo que han hecho a Marinucci y tengo miedo por vosotros.
No había ya un motivo para esconderlo y ahora las palabras salían de manera apasionada. Giulia lo veía tantear, sin encontrar un apoyo, en busca de una solución que pudiese aliviar su angustia.
–Dentro de unos días es Navidad y Rudi regresa a casa ―dijo ―Hablaremos sobre esto con él, le pediremos que sea más prudente, que evite explicar sus opiniones por teléfono…
–Ya lo he pensado ―respondió Giovanni ―y es por esto que en los últimos tiempos he evitado hablarle.
–Esperemos todavía unos días, luego veremos cómo actuar. Rudi lo entenderá, verás como lo entenderá.
El ligero chirrido de la puerta los hizo volverse. Era María que, silenciosamente, había bajado las escaleras y había entrado en la cocina.
Faltaban pocos días para Navidad y en casa había la agitación de todos los anos, con los chicos que vagabundeaban por las habitaciones a la espera de la fiesta.
Esperaban sobre todo al tío Rudi que, desde Milano, llegaría con su carga de noticias y de regalos. Antonino y Clara advertían la extraña inquietud de los adultos y, cada uno a su manera, intentaba mantenerla alejada. Antonino entraba en la cocina a todas horas y, robando con descaro los dulces que la madre y la tía estaban preparando, bromeaba con ellas consiguiendo siempre hacerlas sonreír. Clara sentía el peso de una ansiedad que todos, por cariño hacia los otros, intentaban disimular y por su parte se esforzaba por estar mas disponible, luchando para no escapar arriba y encerrarse en la habitación dejando afuera al resto del mundo. Tampoco esto, lo sabía bien, habría bastado y el buscado aislamiento no habría hecho otra cosa que intensificar su desazón. Mejor esforzarse intentando participar en los pequeños hechos cotidianos que preparaban para la fiesta.
Para los gemelos era distinto. Con trece años su Navidad estaba hecha de vacaciones, de libertad, de regalos y de buena comida. El mundo externo apenas comenzaba a mostrarse ante sus ojos, difuminado, marginal con respecto al propio ser que todavía ocupaba todo el espacio dentro y fuera de ellos.
La llegada de Rudi se esperaba durante la noche.
Había telefoneado la noche anterior diciendo que no se preocupasen porque desde Viterbo tomaría el autobús de línea para llegar al pueblo, así que Giovanni podía ahorrarse el viaje. No estaba todavía completamente seguro pero, había añadido, a lo mejor Fosco llegaba con él, dado que tenía que hacer unas gestiones en Roma. Giovanni se había alegrado. Giulia no había escondido una cierta incomodidad. Tenía tantas cosas de las que hablar con Rudi, esperaba poder compartir algunos días de intimidad y pensaba que Fosco le quitaría un tiempo muy valioso para sus conversaciones. Visto que la noticia no estaba todavía confirmada deseó que en el último momento sus planes pudiesen cambiar.
No fue así.
A la noche siguiente Rudi y Fosco bajaron del autobús de línea con paquetes y paquetitos.
Estaban Antonino y los gemelos esperándoles. No había sido posible de otra manera. Luciano y Agnese habían sido inflexibles: si no tenían su puesto en la carreta se irían a pie hasta el pueblo y lo mismo harían a la vuelta. A Giovanni no le quedó más alternativa que dejar a Antonino guiar la carreta, de otra forma no hubiera habido sitio para todos.
Su llegada fue precedida por los gritos que decían en voz alta.
–… mamá… tía… ¡estamos aquí!
Salieron todos fuera de casa y la alegría por encontrarse disipó en Giulia el desagrado por la presencia de Fosco.
Clara se había quedado delante de la puerta. Esperaba que la emoción de los gemelos se debilitase para saludar al tío. Rudi la vio y se le acercó con los brazos abiertos.
–¡Clara!
La abrazó con fuerza, luego, manteniéndole las manos sobre los hombros, sin soltarla, la apoyó contra él y la miró asombrado:
–Ya eres mayor… y hermosa… ¡más que tu madre! ―dijo riendo para esconder el asombro por verla tan cambiada. Ella sonrió sin decir nada mientras Giulia se apresuró a recoger los paquetes y paquetitos y entrar en casa.
Durante la cena la euforia de los gemelos ahogó cualquier posible conversación. Varias veces Giulia les riñó pero Rudi y Fosco estaban divertidos por su entusiasmo. Todo el tiempo estuvo ocupado en responder a sus preguntas que Antonino solicitaba para convertirlos en más interesantes y, la cena, por primera vez desde hacía muchos días, se desenvolvió en una atmósfera de alegría que contagió a todos. Cuando Giulia decidió que era hora de irse a dormir, los hombres se quedaron solos. También Antonino permaneció con ellos y nadie tuvo nada que objetar.
El primero en hablar fue Giovanni.
–Gracias por haber venido, os esperábamos con ansiedad.
–Es Navidad, Giovanni, y es una fiesta que no se puede pasar lejos de la familia… hasta que se puede… ―añadió después de unos segundos de duda.
–Ya… hasta que se puede… respondió casi para sí mismo Giovanni.
La atmósfera de fiesta que los muchachos habían conseguido mantener durante la cena había desaparecido de golpe. Una sombra de preocupación, en un instante, había ensombrecido las miradas y Antonino, sentado al lado del padre, advirtió, de repente, el haber sido incluido en el mundo de los adultos, aquel del que, cuando se es un niño, se perciben los estados de ánimo sin comprender las razones.
–¿Qué le ha sucedido a Marinucci?
La pregunta de Fosco, directa y esencial, señaló la razón de su visita. Quería conocer qué estaba ocurriendo en la provincia, cuáles eran las consecuencias de aquel laberinto de acontecimientos que en Milano pasaban con tanta velocidad que eran difíciles de interpretar, como vistos a través de unos prismáticos rotos, tan cercanos que parecen desenfocados.
–Ha sucedido que… Giovanni contó lo que sabía y había visto con sus propios ojos―… y esto ―dijo volviéndose a Rudi ―me preocupa, es más, me angustia porque ahora ya vivo con miedo de lo que nos pueda suceder a todos nosotros ―continuó mirando un instante a Antonino.
En el silencio general, manteniendo la mirada baja, continuó:
–Lo siento, Rudi… lo siento mucho…
En voz baja, Rudi dijo:
–¿Qué es lo que sientes? No es culpa tuya lo que ha ocurrido…
Antonino observaba a Giovanni en silencio. La angustia, el tono de sus palabras le hacían entrever un escenario no desvelado todavía por completo, más sombrío de como lo había percibido hasta el momento. Una angustia sutil y desconocida lo invadía lentamente, como si la fuerza que hace más ligera la juventud lo estuviese abandonando, convirtiendo su cuerpo en más pesado. No le era posible moverse, aplastado por aquella nueva realidad que se abría delante de él. A su padre, el fuerte e invencible padre que, más allá de toda consciencia, llenaba cada ángulo de su ser, lo veía ahora como un hombre confuso, incierto, con dudas, en busca de soluciones difíciles de encontrar. Los temores de Giovanni, confesados