El Aroma De Los Días. Chiara Cesetti. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Chiara Cesetti
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Историческая литература
Год издания: 0
isbn: 9788835411314
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en que su posición de hijo no bastaría ya para salvarle de las preocupaciones de las que había sido defendido hasta ese momento.

      –¿También tú has recibido amenazas? ―dijo Fosco.

      –Sí ―respondió Giovanni.

      –¿Cuándo? ¿De quién? ―la voz de Rudi estaba alterada por la angustia.

      –Hace una semana. Estaba en el campo cerca del bosque controlando los animales cuando he visto acercarse tres hombres. Estaba solo. Indudablemente han esperado a que estuviese solo y cuando he conseguido distinguirlos lo comprendí enseguida. A dos los conocía, son del pueblo. Dos facinerosos entre los primeros que abrazaron las ideas fascistas. El tercero no, no lo había visto jamás. Se han acercado con una extraña sonrisa y me han saludado llamándome por el nombre. Incluso con los dos que conozco no tengo trato8 y he respondido de mala gana, pero ellos, siempre con ese aire de superioridad, han continuado como si nada ocurriese: ¿Cómo van los negocios… cómo están tus hijos…?… Giulia, han dicho Giulia. ¿Cómo está…? Se le ve poco por el pueblo… ¿y tu cuñado, sigue en Milano?… ¿sigue trabajando en ese periódico de izquierdas?… sabemos que se mueve en ese círculo… sabes lo que le ha ocurrido al pobre Marinucci… pobrecito… no se merecía un fin de ese tipo…

      –Mientras tanto, el tercer hombre, el que no conocía, se había quedado en silencio y daba vueltas con una falsa indiferencia a una rama sobre la que, hasta ese momento, había estado apoyado. He tenido miedo, lo admito, he tenido miedo porque me he dado cuenta de lo que aquella visita podía significar. He preguntado qué habían venido a hacer, qué querían. Me han respondido que habían venido sólo para charlar un poco de manera amistosa y que la próxima vez estarían muy contentos de verme en su sede, en la plaza, donde ahora mucha gente, toda gente de bien han dicho, se deja ver para intercambiar ideas y charlar un poco. Tienen una sede, justo en el atrio del duomo, el viejo palazzo Bengoni, donde se reúnen y deciden cómo actuar. He hablado con otros cabezas de familia y muchos me han confirmado que ha recibido la misma visita, de la misma manera. Las primeras veces han intentando ignorarles, pero con cada nueva visita las amenazas se han hecho más evidentes y han comenzado extraños y pequeños accidentes hasta que, de mala gana, han acabado por inscribirse al partido y los han dejado finalmente en paz.

      –Es la táctica que usan habitualmente en los pequeños centros urbanos. En la ciudad incluso es peor.

      Fosco había roto el doloroso silencio que había caído después de las palabras de Giovanni. Rudi no hablaba, absorto en una madeja de sensaciones angustiosas. Consciente de constituir un peligro para todos ellos, buscaba con desesperación una solución.

      –¿Qué debo hacer? No sé qué hacer… ―continuó Giovanni casi hablando para si mismo. Luego, volviéndose a Rudi ―¿Qué dices, Rudi, qué debo hacer?

      –Buena parte del problema no eres tú, soy yo ―respondió Rudi con la voz alterada por el nerviosismo ―Y es por mí que os tienen bajo control. Sé que será doloroso para todos pero sería conveniente que durante un tiempo nos comuniquemos menos y que en nuestras conversaciones telefónicas se hable sólo de cosas sin importancia. Tú, Giovanni, debes actuar para protegerlos a todos ―dijo mirando a Antonino que estaba sentado, inmóvil, como petrificado ―no puedes ponerte en su contra. Tienes un deber más grande que desempeñar que el mío.

      Fosco se había quedado en silencio. Miraba los cristales de la ventana más allá de los cuales la oscuridad de la noche se había aclarado por la lejana y pálida luna, ofuscada por un halo de niebla que prometía nieve.

      A la mañana siguiente la nieve había emblanquecido el campo y durante todo el día continuó cayendo a grandes copos, plácidamente. Por la noche Antonino se había movido mucho debajo de las mantas sin conseguir dormirse, los ojos abiertos mirando fijamente a las paredes, en un tumulto de pensamientos que a duras penas conseguía esclarecer. Giovanni, Rudi y Fosco había pasado la noche insomnes, en el espeso silencio de las noches de nieve, cuando todos los sonidos desaparecen, la oscuridad no es tan oscura y los insólitos rayos de luz tenue se filtran por todas partes.

      Por la mañana temprano se encontraron en la cocina a la espera del desayuno que Giulia estaba preparando. Sentados alrededor de la mesa miraban fuera de la ventana.

      –Durante unos días no habrá manera de moverse ―dijo Rudi.

      –¿Cuánto piensas que durará? ―preguntó Fosco volviéndose a Giovanni.

      –Es difícil decirlo. Habitualmente un par de días pero si continúa con esta intensidad las carreteras pueden ser intransitables incluso más tiempo.

      –¿Aquí nieva a menudo? ―preguntó Fosco.

      Rudi se había levantado y miraba afuera con aire absorto.

      –No, no a menudo. Hay años en que jamás nieva.

      De repente una sonrisa iluminó sus ojos:

      –Giulia, ¿te acuerdas aquel año en que la nieve duró casi un mes? Yo era muy pequeño. ¿Cuántos años tenía?

      –Cuatro ―respondió Giulia a la que la imagen de ellos dos de pequeños volvió a su mente con toda la dulzura de los recuerdos lejanos.

      –¿Y tú sólo diez? Me parecías tan grande… Recuerdo que tenía unos guantes de lana roja que desteñían y los muñecos de nieve llevaban las huellas rojas de mis manos.

      –Dormías y te habíamos despertado ansiosos por ver qué efecto te haría observar la nieve por primera vez. Cuando abrimos la puerta te quedaste un momento en silencio, luego abriste los brazos y exclamaste: ¡mamá, mamá, cuánta azúcar!… Estabas siempre mojado y a mamá no le daba tiempo de secar toda tu ropa. Rodabas sobre la nieve fresca como un cachorrito y si te obligaban a permanecer en casa llorabas desesperado.

      –Lo recuerdo, lo recuerdo bien. Extraño, era tan pequeño y sin embargo lo recuerdo perfectamente…

      –¡La nieve, hay nieve!

      El grito de Agnese y Luciano llenó la casa y los gemelos entraron en la cocina alegres para compartir con los otros la felicidad de una jornada inesperada.

      En un decir Jesús estaban fuera y a grandes pasos pisoteaban el patio donde la espesa capa, semejante a una gran manta blanca sobre una cama enorme, recubría todo.

      –Luciano, mira, aquí me hundo hasta las rodillas ―gritaba Agnese invitando al hermano a caminar en los puntos donde el viento, durante la noche, había creado pequeños montículos. Luciano comenzó a golpearla con bolas de nieve cada vez más grandes.

      –¡Me haces daño, para!

      Maltratada por los golpes no conseguía defenderse y, con la espalda girada hacia el hermano aceptaba inerme la masa blanca que le caía encima, pidiendo a grandes voces ayuda y piedad.

      En ese momento Rudi y Antonino salieron de casa y, coaligados contra el agresor, en poco tiempo lo neutralizaron, poniendo fin a una batalla que, ahora ya, se había convertido en dispar.

      La tregua hizo que entrasen todos, cansados y empapados, mientras desde la casa, los otros, detrás de los vidrios, habían seguido divertidos el enfrentamiento.

      Clara había asistido a la escena desde la ventana de su habitación y había bajado a la cocina en cuanto la paz fue firmada.

      Nevó ininterrumpidamente todavía durante tres días y tres noches. La nieve cubría todo con un manto espeso que continuaba aumentando a cada hora. Las carreteras  estaban impracticables y todas las faenas del campo se habían suspendido. De esta forma transcurrieron bastantes días, luego Fosco y Rudi, no obstante las dificultades que encontrarían, decidieron partir de todas formas. Sobre todo a Fosco le urgía volver a Milano y no hubo manera de detenerlos. Giulia había hablado con su hermano y junto con Giovanni habían establecido que su primer deber era proteger a la familia y, por lo tanto, de mala gana, se inscribirían al partido fascista.

      En el momento de despedirse había atraído hacia sí a Rudi.

      –¿Cuándo volveré a verte? ―le había murmurado.

      –Pronto,


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Nota del traductor: Se debe recordar que en Italia se trata de usted a las personas que no son amigos o familiares. Por lo tanto, han faltado al respeto a Giovanni llamándolo por su nombre de pila.