Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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nada.

      Estiró los brazos, no muy segura de que fuera a dejarle tocarlo... Pero Caleb no se movió, aceptando la ayuda. Podría haberlo liberado de su tortura personal sin acercarse tanto. Dónde estaría la gracia entonces, pensaba. Se tuvo que levantar de la silla y agacharse un poco para quedar a la altura del nudo, que deshizo tan lento como le fue posible. ¿Oler así de bien no era un pecado capital, una incitación a cometerlo...? Y no sabía a qué se refería, si a la colonia o al suave aliento que le acariciaba la nariz.

      Mio intentó concentrarse en lo suyo, pero acabó echándole miradas furtivas. Él la miraba también, suponía porque le asustaba que lo estrangulase, y sus ojos a esa distancia eran de todos los verdes que pudieran encontrarse en el mundo. Sus labios entreabiertos y carnosos, su nariz firme, la barba negra con algunos pelillos blancos... Caleb tenía solo treinta años y ya le salpicaban las canas, aunque eran tan imperceptibles que solo una acosadora en toda regla como ella podría haberlas descubierto. Bueno, también lo sabía porque a Caleb no le hacía ilusión tener la barba a dos colores; se lo había confesado alguna que otra vez a Aiko. Decía que le hacía ver viejo en comparación con las mujeres con las que salía. Frente a eso, Mio solo sabía decir que lamentaba que a todas les gustaran tanto los «maduritos», o no tendría competencia.

      Acabó con el nudo y deslizó la corbata por su cuello tirando solo de un extremo. Él lo estiró, aún agobiado. Ella decidió colaborar desabrochándole un botón de la camisa. Y luego otro. Y Caleb no decía nada, solo la miraba con los ojos verdes del poema, abrasadores. Respiraba haciendo ruido, calentándola con el aire que suspiraba.

      Mierda. Mierda. Mierda. Ahí estaba otra vez, la intensa necesidad de agarrarlo de las solapas de la chaqueta y besarlo. ¿Cómo besaría? ¿Sería tierno o duro, indecente y húmedo o tranquilo y concienzudo? Su boca... Estaba tan cerca. Tan. Cerca. Tan malditamente cerca... Se le recogió el estómago formando un nudo que subió hasta la garganta. Quería hacerlo. Quería atreverse. Un beso y adiós, solo para saber a qué sabía, cómo se sentía... Y sus manos, su abrazo, o su piel tibia.

      «Deja de delirar».

      Se separó sin mirarlo, con los ojos perdidos en el suelo, y balbució algo parecido a «voy a la cocina». Estaba casi sudando, y al borde de las lágrimas. No pedía que la quisiera, pero por favor, ¿es que no veía que se moría, literalmente, porque la tocara?

      —Geisha... —oyó que decia Marc, al que ni había visto entrar—. Tienes suerte de ser inteligente, porque la cocina no es lo tuyo.

      —¿Solo inteligente? ¿Y guapa?

      —He preferido nombrar una virtud de la que estás orgullosa. Solo me pasaba para ver cómo estabas. Nos vemos en unas horas.

      Marc desapareció con su caminar de «compartes la calle conmigo porque a mí me da la gana», saludando a Mio con una sonrisilla. Ella se quedó pegada a la pared, en silencio, para observar cuál era la reacción de Caleb al enfrentarlo. Se cruzaron, para desgracia de ambos, pero no reaccionaron mal. Cal mantuvo un semblante razonablemente sereno al asentir con la cabeza.

      ¿Hola? ¿Dónde estaba el «te voy a poner la sonrisa del payaso» que solían intercambiar? ¿Ahora eran amigos...? ¿Acaso estaba superándolo?

      —Al final, Caleb siempre sabe echarle huevos —comentó Aiko a su lado, con una sonrisa satisfecha—. Le cuesta... Pero lo hace. Era el que tenía que ceder. Como dice Jesse, Marc los tiene demasiado gordos para pedir disculpas o dar el primer paso.

      Mio miró a su hermana con una pregunta en la punta de la lengua.

      —Así que... Gordos.

      —No en el sentido literal —rio ella, apartándose el pelo de los hombros. Mio se fijó en que se ruborizaba, como cada vez que se mencionaba algo relacionado con el sexo—. Están bien.

      —¿Y lo otro? —tanteó—. ¿Le sobra o le falta?

      Aiko se puso roja como un tomate.

      —Pues no lo sé, no es como si tuviera con quién comparar —balbució—. Él ha sido el único hasta ahora, y parece que lo será siempre, así que...

      Carraspeó.

      —¿No podemos cambiar de tema?

      —¿Que no tienes con quién comparar? —insistió—. ¿Y qué hay de Caleb?

      —¿Caleb...? No he estado con Cal en ese sentido en mi vida.

      —No seas mentirosa. —Se cruzó de brazos—. Dormíais juntos, y te paseabas desnuda delante de él, y... Muchas cosas más. Ah, y me conozco muy bien esa broma entre vosotros de que tienes un lunar muy cerca del...

      —Que me haya visto desnuda no significa nada, por Dios. Vamos, Miau. Te he dicho mil veces, a ti y a mamá, que no había nada entre nosotros.

      —Pero eso no quita que pudierais tener cierta relación física…

      —Mio, nunca he abandonado la idea adolescente de que el sexo es un intercambio especial. No iba a practicar con mi mejor amigo porque sí. Estaba buscando a alguien de quien estuviera enamorada.

      Eso dolió. Se confirmaba lo que Mio a veces había sospechado: Aiko no quería realmente a Caleb, nunca lo hizo, lo que significaba que él estuvo y estaba solo en un barco a la deriva. Le alegraba haber descubierto que no se acostaron, pero también le entristecía pensar en toda una vida sufriendo de amor no correspondido. Por lo menos ahora podía decir que lo entendía. Caleb y ella habían soportado durante años la misma pena.

      En fin. Ahora ya no sabía a quién preguntarle cuáles eran sus medidas reales, a no ser que abordara a Julie. Y aunque parecía agradable, no tenían suficiente confianza.

      Se quedó meditando, concluyendo una conversación de la que podría haber sacado más. ¿Cómo podría proponer el tema a Julie? «Oye, de todos los tíos con los que has estado... ¿Qué nota le pondrías a Caleb? En ganas, desenvoltura y, a poder ser, tamaño».

      Habría sido más fácil si Aiko lo supiera. Y en ese momento no se paró a desglosar la nueva información, pero cuando se fue a su habitación y le contó la jornada a Noodles, se dio cuenta de algo que le puso el corazón en un puño. Caleb la veía desnuda y dormía con ella sabiendo que no podía tenerla. Debía amarla mucho más de lo que imaginaba si, sin haber estado con Aiko de veras, seguía sintiendo lo mismo. El amor de Caleb ya no estaba al nivel de los humanos, sino al de los dioses. No necesitaba tocarla para anhelarla, ni su aprecio para sentirse realizado... Estaba contento con lo que tenía.

      Contra eso no podía competir, aunque no era como si hubiese tenido alguna oportunidad desde el principio.

      6

      El arte de contradecirse

      Al día siguiente, Mio no se pudo escaquear del trabajo que Caleb dejó en la mesa. Era un poco incómodo hacer lo propio al lado de una placa en la que ponía el nombre de su hermana, pero por suerte pasaba poco tiempo encerrada entre aquellas cuatro paredes. Que no es que no fuesen acogedoras, porque los tonos claros, los ventanales con vistas al centro de la ciudad y los clásicos muebles tipo inglés transmitían una sensación de pulcritud e importancia que no venía nada mal para centrarse en lo que debía. Simplemente era demasiado curiosa y le gustaba tener una excusa para familiarizarse con el entorno: la zona del archivo, la cafetería, el espacio dedicado a la informática... Tenía ganas de encontrarse con Jesse y que le enseñara su despacho, que según decían era algo más pintoresco, pero no se pasó por la oficina en toda la mañana.

      Una lástima, quería preguntarle qué tal estaba su falda. No era mini, pero sí ceñida y bastante más corta.

      Tuvo que afrontar su primera jornada completa yendo de acá para allá con formularios y peticiones por rellenar, declaraciones, actas e incluso algún que otro currículo. El trabajo de delegada de la socia no era el más encantador, porque al final estaba trabajando como júnior. Aunque estuviera en el despacho de Aiko, sus competencias eran las mismas que los