Desvestir al ángel. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013416
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cuando un hombre no soporta que le quiten a la novia, no se encierra en un despacho: enseña los dientes. Caleb más que nadie, ¿o es que no es famoso por su grandioso gancho de mano izquierda? Ese zurdo sabe pelear por lo que quiere. Y, entre tú y yo... Los abogados solo nos escondemos detrás del escritorio cuando queremos ocultar una erección de elefante, el resto del tiempo nos encanta lucir el traje sin arrugas, y para eso hay que estar de pie.

      Mio frunció el ceño.

      —Entonces, si no está en el bufete todo el día por Aiko, ¿qué hace allí? ¿De verdad crees que lleva un caso secreto?

      —O eso o se le pone durísima con alguien y no quiere que lo sepa. Una de las dos.

      Mio se quedó pensando al respecto. Eran buenas noticias, ¿no? Si Caleb no lloraba en el despacho muy de buena mañana, significaba que a lo mejor estaba superando a Aiko. Pero entonces, ¿por qué se metió en el probador con ella? Y, ¿qué habrían hecho ahí dentro...? Rezaba porque no le hubiera recordado las medidas a su hermana.

      ¡Su hermana! ¡Las medidas! ¿Cómo no había podido pensar antes en ello? Se suponía que Aiko estuvo saliendo con Caleb unos años, debía saber muy bien en qué número del intervalo dieciocho-más-infinito se encontraba la dirección del machete de Leighton. Era un poco sórdido abordar a su hermana para preguntarle algo así, por no mencionar que podría resultar doloroso, pero necesitaba saberlo. No ya por fantasear —que por supuesto también—, sino para salir de dudas, porque a ese paso acabaría plantándose en la oficina con unos prismáticos... Y no podía permitirse seguir bajando puntos en reputación.

      Se fueron antes de acabar el juicio para que Caleb nunca supiera que estuvieron allí. Era un milagro que no los hubiera echando por charlatanes. La adjunta de Jesse había terminado el trabajo de Mio y eso la dejaba libre, por lo que decidió pasarse por casa de su hermana para investigar lo que la tenía sin dormir.

      Ya hemos dicho que Aiko vivía en un edificio de quién sabía cuántas plantas —muchas, eran muchas— con vistas a la playa, algo bastante irónico porque a Kiko no le gustaba ir —era muy malo para sus riñones— y Marc no tenía tiempo para eso. El último piso era el que les pertenecía, y contaba con jacuzzi interior, además de las instalaciones de la urbanización, que incluían pista de tenis y piscina olímpica. La casa no se quedaba atrás en dotación, siendo de aspecto moderno, y estando tan limpia que parecía recién comprada.

      —Vienes justo a tiempo —exclamó Aiko, saliendo de la cocina con el delantal. Mio temió que bajaran cuatro jinetes del cielo con la intención de matarlos a todos: ¿qué era Aiko cocinando, si no el fin del mundo?—. Me aburro tanto que he buscado recetas de postres en Internet y me he descargado unas cuantas para probar. Ya que no hago nada, por lo menos estudio y aprendo.

      Mio se acercó a degustar la obra de su hermana, arrepintiéndose en cuanto se la metió en la boca. La porción de tarta, se sobrentiende. Fue difícil masticar aquella masa dulce, pastosa y en algunos puntos hasta...

      ¿Acababa de tragarse un trozo de cáscara de huevo?

      —¿Y bien? —preguntó, muy pendiente de su reacción.

      Mio sonrió y levantó el pulgar, sin tragar el contenido. La hermana mayor aplaudió y se dio la vuelta para traer algo de la cocina, momento que aprovechó para acercarse a la ventana y escupir. Eran veinte pisos... O más. No le caería a nadie, ¿no? Se desintegraría antes de llegar al suelo.

      —¿Qué tal ha ido todo hoy?

      —Genial. He conocido a Jesse y me he informado de un par de casos que llevará Caleb. Él no estaba, tenía un juicio.

      —El de Millstone, sí. Voy mañana a la resolución, hoy era una especie de calentamiento, al que de todos modos no me quiso invitar. Caleb está muy raro —meditó. Abandonó la cocina negando con la cabeza—. Antes trabajábamos en equipo, y ahora está muy centrado en historias que aparentemente no me conciernen. ¿Tú sabes algo, o has visto algo raro...?

      Mio frunció el ceño. Pues claro que había visto cosas raras, como meter en el probador de la tienda de novias a tu mejor amigo y quedarte en bolas delante de él. Pero eso no lo iba a decir, porque siendo sinceros, Mio nunca había entendido del todo la naturaleza, las razones o las normas de la relación entre aquellos dos. Como mínimo se acostaron juntos durante una época. No había otra explicación a que durmieran juntos.

      —Jesse me ha dicho que está con un caso secreto.

      —¡Ja! ¡Lo sabía! —aplaudió, señalando a Mio—. Sabía que estaba ocultando algo de ese tipo. Dios, llevo una semana sin dormir, temiéndome lo peor. ¿Y si ha reabierto la investigación del asesinato de la chica Pierce...? No es algo que le concierna, él es ante todo asesor y defiende los perjuicios sobre empresas, pero... —Miró a la hermana menor con los ojos entornados. Mio supo enseguida lo que iba a decir—. Tienes que enterarte de qué trama.

      —¿Cómo?

      —Lo que oyes. Tienes que averiguar como sea qué se trae entre manos y contármelo. Si me lo oculta es porque sabe que es malo para él. Como cuando empezó a salir en secreto con la medio camorrista de la universidad, o cuando no me dijo que había perdido la beca...

      —Espera... ¿Qué? ¿Tuvo una novia camorrista?

      —A ver, no fue su novia oficial, pero sí. Eso ya da igual, duraron una semana. ¿Lo harás? Solo tendrías que colarte en su despacho y husmear un poco, algo que será muy fácil porque mañana estará defendiendo a Millstone. Se te da bien entrometerte, mucho mejor que a mí.

      —¿Quieres que haga de espía?

      —Podría mandar a Jesse, pero al día siguiente lo sabría todo el mundo. Y si es algo turbio...

      —Ya, ya, lo entiendo. Lo haré. Pero si no encuentro nada...

      El sonido del timbre la interrumpió.

      —Pues vuelves a tu despacho y te pones a trabajar, y aquí no ha pasado nada. Fácil, ¿no?

      Aiko encogió un hombro y se dirigió al recibidor.

      —Hola —dijo, en cuanto abrió la puerta—. ¿Has venido a contarme qué tal?

      —Ya sabes que ha ido bien —oyó la voz profunda de Caleb, los pasos firmes de Caleb, la risa seca de Caleb por un comentario por lo bajo de Aiko—. Si ganamos, Millstone incluirá todas las empresas que le tocaban a su hermano en la bolsa de la que me encargo. Haciendo un cálculo aproximado, facturaremos medio millón más al año...

      Paró de golpe al ver a Mio allí, sentada a la mesa el comedor. Tenía las piernas recogidas contra el pecho, los pies descalzos y solo la ropa de andar por casa. Caleb clavó la vista en sus pies.

      —Bonito esmalte de uñas. ¿Qué tal ha ido hoy?

      Mio resistió la tentación de repasar el bulto del pantalón. No fue difícil, porque estaba guapísimo. A Caleb le sentaba bien ganar. Le brillaban los ojos y dejaba de estar tenso para caminar con seguridad, más que lo habitual.

      —Cal, ven, tienes que probar el pastel que he hecho.

      El aludido miró a Mio con una ceja alzada, como diciendo: «¿Pastel? ¿Aiko? ¿Qué?» y se acercó asustado al plato del ofrecimiento. Observó, pálido, que cortaba un trozo para él. Mio se rio internamente. Las habilidades de Kiko en la cocina eran pésimas. Hasta la fecha, había conseguido intoxicar a Marc y a Caleb, y a la vez, la que tal vez sería su única cosa en común.

      Como cabía esperar, Caleb dio un mordisco y lo escupió en una de las macetas antes de morir envenenado. Después aplaudió su habilidad en la cocina y se dirigió a la mesa del comedor, a la que Mio había traspuesto para alejarse de la parejita. La miró aliviado. Ella sonrió con la justa timidez.

      Santo Dios, eso sí que era belleza, y lo demás puras paparruchas. Llevaba el traje completo, con gemelos, corbata bien ajustada y el pelo echado hacia atrás... Aunque la corbata no le duró mucho. Se la empezó a quitar nada más se sentó. Era increíble lo nervioso