Pero en la configuración de la imagen del Siervo de Dios desempeñó un papel clave la figura de su confesor Fr. Francisco Messía198. Este, en vida de Urraca, lo consideró un santo y se preocupó de reunir datos para una futura postulación. Cuando Fr. Pedro falleció, Messía emprendió una verdadera cruzada, con el apoyo de las autoridades de la Orden, para lograr que se autorizara la realización del proceso. Uno de los elementos importantes de esa política fue la hagiografía que terminó de escribir al mes de la muerte del protagonista. Esta obra fue fundamental en la imagen que los contemporáneos se formaron del candidato199. Toda la información que se tenía sobre sus primeros 40 años de vida salió de la hagiografía de Messía. Él lo entrevistó de manera regular, preguntándole detalles de todas las etapas de su vida. Eso se complementa con lo que el propio Fr. Pedro también contó, en sus últimos años, a doña Ana de Zárate y a algún otro devoto. Aquella, además, fue la fuente fundamental de la hagiografía de Colombo, que en muchas partes la copia textual y que sí se publicó y circuló en Lima antes del proceso apostólico200. La obra de Messía es fértil en la narración de fenómenos sobrenaturales y Urraca aparece como alguien excepcional, totalmente fuera de lo común. Aunque manuscrita, se hicieron varias copias que circularon con profusión. Numerosos testigos, de preferencia del proceso ordinario, declararon haberla leído, sobre todo los frailes mercedarios. El autor era un admirador incondicional de Urraca y, por cierto, crédulo de lo que contaba, de las intervenciones y diálogos con la Virgen, con Cristo y algunos santos, de sus luchas con el demonio y del goce efectivo del don de profecía. Urraca, como hombre de su época, criado en una familia de acendrada religiosidad, muy aficionado a la lectura de vidas de santos y místico, vivió con intensidad y sinceridad lo que contaba a su confesor y a alguno que otro devoto. Con el hagiógrafo ocurría algo parecido. También era un lector habitual de vidas de santos, que comentaba con Urraca y en las que los fenómenos sobrenaturales siempre tenían un gran protagonismo. Messía era especialmente crédulo en la realidad de los hechos de ese tipo, independiente de que fuera una persona con una formación académica sólida. Por ejemplo, siendo provincial de la Orden, en 1666, llevó desde el convento de Huanuco al de Lima una imagen pequeña de la Virgen de la Merced que había sido protagonista de un milagro visto por muchas personas y del que se había dejado constancia por escribano público. Según ese testimonio, en 1642 habían visto en la frente de dicha imagen una señal en forma de estrella, que se repetía en el cuello y además en la frente del niño Jesús que tenía en sus brazos. Messía consideró que en Lima se debía gozar de ese “celestial tesoro” y por ello ordenó su traslado 201.
Por cierto que para comprender la percepción que se tenía de nuestro personaje también es necesario considerar el imaginario que respecto de la santidad tenía la sociedad limeña del siglo XVII. Lo que los testigos del proceso declaran acerca del porqué consideran santo a Urraca es perfectamente coherente con lo que los fieles y eclesiásticos limeños esperan de un varón que merezca ese calificativo. Si vemos otros personajes que murieron con fama de santidad, vamos a encontrar reiterados los mismos elementos y características que se destacan de la personalidad de Urraca. Habrá diferencias de matices; en algunos, determinadas expresiones alcanzarán mayor relieve, pero en el fondo se repiten los aspectos sustanciales, aquellos que permiten la calificación de santo. Y entre ellos ocupan un lugar preferente los dones sobrenaturales y las mortificaciones. Por ejemplo, en el caso de Fr. Martín de Porres, su hagiógrafo y testigo en el proceso de beatificación destacaba entre sus virtudes las relacionadas con los rigores a los que sometía su cuerpo, ya fuese mediante enérgicas disciplinas que “regaban el suelo con arroyos de sangre”, el castigo a los sentidos del olfato y el gusto, impregnándose con lo inmundo y desabrido, o los intensos y frecuentes ayunos202. También hacía especial mención a la práctica de la oración mental, en la que alcanzó tal perfección que con facilidad caía en éxtasis e incluso levitaba. Todavía más énfasis ponía en sus dones taumatúrgicos y de profecía. Lo que más recalca respecto de otros Siervos de Dios es el ejercicio de la virtud de la caridad, con el prójimo y los animales. Pero en su conjunto, tanto el hagiógrafo como los testigos del proceso ponen de relieve elementos muy similares a los que hemos visto con Urraca203. Con el jesuita Francisco del Castillo ocurre algo parecido. La hagiografía escrita por el padre Joseph de Buendía abunda en acontecimientos sobrenaturales, el demonio y los seres del reino celestial son activos protagonistas y las visiones, los dones taumatúrgicos y las mortificaciones, son igualmente un ingrediente importante204. El propio padre Castillo en su autobiografía refiere las visiones que experimentaba y recoge hechos prodigiosos que vivió Antonio Ruiz de Montoya, otro jesuita, que gozó de fama de santidad205. Un texto de 1677 describe la personalidad de un religioso con las siguientes palabras:
“Fue tan admirable en sus rigurosísimas penitencias, cilicios y disciplinas, pues ellos jamás le faltaron del cuerpo, ni hubo noche que no tomase disciplina y las más de ellas con una rigurosa de hierro. Su abstinencia fue tan singular que lo ordinario era pasarse dos días enteros sin comer ni beber, habituado ya su débil y flaco cuerpo a esta singular abstinencia y a veces pasaba a más días… Su silencio fue asombroso, pues no había quien le oyese hablar, sino respondiendo lo que le preguntaban… Su pureza fue rara pues fue virgen, sin que hubiese sentido en toda su vida pensamiento que le pudiese macular esta soberana virtud de la virginidad… Los éxtasis y arrobos que tenía eran tan ordinarios, que continuamente le hallaban sus compañeros fuera de sí…”
Y así el escrito continúa en los párrafos siguientes describiendo las virtudes de este Siervo de Dios que, como se puede apreciar, eran muy similares a las de los personajes anteriores y de hecho podría pensarse que corresponde a la vida de cualquiera de ellos. Sin embargo, se trata de un lego mercedario llamado Fr. Diego de Jesús, que murió en 1652 y cuya reseña biográfica fue escrita nada menos que por Francisco Messía206.
Ese énfasis en la intensidad de las prácticas penitenciales que se refleja en la opinión de los testigos y en las hagiografías comentadas no era algo particular del mundo peruano o americano. Correspondía a una tendencia que presentaba la santidad en Europa desde la Baja Edad Media estimulada inicialmente por la Santa Sede. A partir del siglo XIII, al comentar las Decretales relacionados con la santidad, los canonistas tratan de fijar los criterios que permitirían diferenciar los méritos de los candidatos y uno de los que, a juicio de ellos, debía considerarse era la intensidad de las prácticas penitenciales, es decir, el ayuno, la abstinencia, el uso del cilicio, la austeridad en las costumbres y el ejercicio de la mortificación207. También a fines de la Edad Media, la Santa Sede, aunque no buscaba restringir el campo de los milagros, intentó disminuir su importancia en la valoración de la santidad, considerándolos como confirmación de una fama que la jerarquía había ratificado a partir de otros criterios208.