Mitología Inca. Javier Tapia. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Javier Tapia
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Mythos
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418211102
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o el abuso podía costarles la vida. Todos eran estrechamente vigilados, los jueces determinaban si había faltas o no las había, y el brazo policial ejecutaba las sentencias.

      El pueblo, o ayllu, estaba formado por los hatun runa, campesinos, obreros y artesanos tributarios y por los mitimaes, emigrantes o desplazados de una zona a otra, que se encargaban de formar nuevas poblaciones o recuperar las que se habían perdido o venido a menos.

      En el último escalón estaban los piñas, o prisioneros de guerra que no eran escogidos como yanaconas, o servidores directos del imperio, sino como simples trabajadores tributarios, si se redimían y aceptaban el mando del imperio.

      Tanto los hijos de los gobernantes como los hijos de los plebeyos eran educados para que intentaran superar siempre a sus padres, aunque no por la vía de la traición y la ambición desmedida, como se hacía en Europa, sino a través de sus obras y sus avances, de sus construcciones, riqueza, conocimiento y desarrollo personal, así como del de los pueblos a los que pertenecían o que gobernaban.

      La familia

      Para los incas el linaje y la heredad eran muy importantes, tanto entre los señores y los gobernantes como entre el pueblo en general.

      Contaban con una suerte de registro civil donde llevaban la cuenta de los que nacían y de los que morían, quién era hijo de quién y el número de componentes de cada familia, con el fin de mantener los linajes y repartir equitativamente las herencias.

      La colla, o primera y oficial esposa, era la encargada del hogar y de escoger o dar a luz al heredero, siempre varón, que podía ser de otra mujer, pero con la sangre del jefe de familia.

      Los matrimonios eran concertados desde muy temprana edad, con lo que aquella que iba a ser colla era educada en este sentido desde la infancia. Las que no eran escogidas como colla, pasaban a ser sus asistentas, o bien, si sus méritos y belleza lo permitían, eran enviadas como regalo o tributo a los señores de mayor rango o gobernadores, llegando las mejores a los aposentos del Gran Inca, donde sus hijos, si es que los tenían, pasaban a ser servidores reales y a estar bajo la protección de la corte, porque al fin y al cabo eran parte de la familia del monarca.

      La soltería no estaba bien vista en los hombres, a los que prácticamente se les obligaba a formar familia. Las mujeres, de una o de otra manera eran parte de una familia, pero los hombres solteros no; ellos tenían que formar la suya propia y continuar el linaje de donde provenían. Un hombre sin colla no podía tener herederos aunque depositara su simiente en varias hembras, y tampoco podía fundar su propio linaje.

      Nacer hombre de madre soltera no era problema, porque el hombre al escoger colla fundaba su propia línea sanguínea; pero nacer mujer de madre soltera y no ser escogida como colla, condenaba a la mujer a ser moneda de cambio hasta que una familia la adoptaba como concubina o como servidora.

      Donde faltaban mujeres, se llevaban de otras poblaciones donde sobraban, para que los hombres solteros pudieran escoger colla y formar familia.

      La familia inca, en pocas palabras, era cuestión de estado y base de cohesión social y desarrollo de los pueblos incaicos, desde sus gobernantes hasta sus más humildes servidores.

      Los observadores que recorrían todo el imperio daban buena cuenta de las necesidades familiares de cada zona, y se apresuraban a subsanar los problemas que cada población presentara, tanto en cuestiones de herencias y de linajes, como de matrimonios y concubinatos, con el fin de mantener el equilibrio, la armonía, la demografía y la paz social. Cuando los españoles llegaron no podían dar crédito a tanto orden y a tanta belleza; no podían comprender esa paz y estabilidad, esa riqueza de un mundo sin hambre, sin guerras, sin pobreza, con educación y ética.

      ¿Cómo llamar salvajes o reos de evangelización a unos seres que los superaban? ¿Cómo justificar la crueldad, la codicia, la envidia y la invasión malsana? ¿Qué dios podía amparar la destrucción de tanto orden, paz social, desarrollo urbano, equidad económica, conocimiento científico y belleza en sus artes y sus obras?

      Religión

      Solo había una religión, el culto al Sol, Inti, en la lengua ritual y sagrada, el Quechua, que se fue enriqueciendo con los mitos y leyendas de los pueblos ocupados, que le dieron una cosmovisión más allá del sencillo culto solar, como veremos más adelante.

      Tal vez en las leyendas de los pueblos andinos, que hablaban de gigantes, hombres blancos como la cal, seres de cráneos alargados, duendes de las minas, demonios de los caminos, los lagos y los ríos, y no en el culto al Sol, Inti, que era prácticamente monoteísta, lo mismo que la figura del creador Viracocha, susceptibles de ser sustituidos por Jesús y por Jehová.

      Mapa del Imperio inca y sus provincias

      Los incas, ya como Tahuantinsuyo o Imperio de las cuatro provincias, contaban con una gran civilización, pero los conquistadores europeos tenían a su favor el hierro, la pólvora y la Biblia para llevar hasta la noche de los tiempos la engañosa claridad de un nuevo día. Una civilización mítica devastada por nuevos mitos, una mitología inca que sigue luchando el día de hoy contra la mitología occidental que se ampara con la academia, se camufla con las ropas de la ciencia.

      La mitología inca es muy amplia, y en muchos aspectos una gran desconocida, que a menudo se queda en la superficie, en la entrada de ese laberinto que parece fácil, pero en el que pocos se atreven a deambular, ya sea porque es más cómodo quedarse con lo repetido mil veces, con lo visible, o por temor a quedarse dentro, fascinados por lo que se esconde en la noche de los tiempos.

      Seis mil kilómetros de longitud y dos millones y medio de kilómetros cuadrados dan para muchas leyendas, con una lengua unificadora, el quechua, un solo gobernante y administrador, el gran Inca, un único culto religioso a Inti, el Sol, pero con una gran diversidad de mitos y tradiciones que van más allá de lo establecido, organizado y ordenado por el imperio.

      A los españoles les costó treinta y cinco años justificar la masacre sobre los seres de carne y hueso que habitaban los Andes desde la noche de los tiempos, con la mente puesta en la mítica ruta de ciega codicia hacia El Dorado, en tierras que muy pocos habían penetrado, más allá de las montañas, en pleno Amazonas, donde sí había supuestos salvajes a los que se debía despojar de sus bienes materiales para salvar su alma, y a los que la selva ha protegido tanto de incas como de hispanos.

      Este es el marco del laberinto de la mitología inca, y donde iniciamos nuestro viaje en el que esperamos que nos acompañe.

      J.T.R.

      I: Cosmogonía inca

      El mundo se levanta

      sobre cuatro pilares,

      en los Andes

      está uno de ellos.

      La cosmovisión de los pueblos andinos, a pesar de los conocimientos astronómicos que constata su calendario, habla poco de la formación del universo y del mundo como lo hacen otras mitologías.

      Por otra parte, la mitología inca debería dividirse al menos en tres periodos: la legendaria, a la cual le adjudican entre dos y tres mil años de historia; la pre estatal o pre-expansión, con novecientos años dentro de nuestra era; y la estatal o imperial, que va del siglo XIV hasta la llegada de los españoles, cuando Atahualpa, “el falso Inca”, jura devoción y sumisión a Carlos I de España.

      Los conquistadores tardaron por lo menos treinta y cinco años en doblegar al Imperio inca, y lo hicieron siguiendo y copiando la organización existente, aunque de manera poco eficiente, para que los pueblos andinos no se les escaparan entre la selva y las montañas dejándolos sin tributos. Los pueblos andinos tenían que seguir creyendo en la cuasi divinidad y mando del gran Inca, su gobernante principal, para que los españoles pudieran medrar, recaudar y robar sus riquezas.

      Tenochtitlan cayó en pocos días, entre otras cosas, porque su imperio tenía muchos enemigos dentro