Por supuesto, no lo lograron, pero marcaron un hito en la América prehispánica por su capacidad de organización, superando por mucho a toltecas, aztecas y mayas en esta área del desarrollo humano.
Salvadas las distancias, se podría decir que los incas practicaban una especie de socialismo o estatismo, donde el pueblo gozaba de ciertas prerrogativas transversales, pero no tenía ninguna posibilidad de ascenso o movilidad social ascendente, mientras las élites vivían en la abundancia y la grandeza: muy pocos pobres, una gigantesca clase media productiva, y una élite hegemónica centralizada en Cuzco, pero con una gran capacidad de gobierno e influencia sobre todas sus provincias.
Los mayas tenían cientos de ciudades estado, pero no un estado. Toltecas y aztecas llegaron lejos, pero nunca dominaron del todo a los pueblos tributarios lejanos, y tampoco a los pueblos rebeldes cercanos.
Ni siquiera los conquistadores ejercieron tal dominio y hegemonía sobre los pueblos colonizados, a pesar de su barbarie y crueldad, de sus armas y de sus cruces.
Los historiadores sitúan el apogeo inca en los siglos XIV y XV de nuestra era, pero Cuzco, como Roma, no se construyó en un día, y en tres mil, o cinco mil años de desarrollo se convirtió en la civilización más avanzada del mundo.
Los españoles iniciaron la conquista de esta zona en el 1535, catorce años después de que cayera Tenochtitlan, y el mismo año en que se fundaba formalmente la Ciudad de México de la Nueva España. Hasta el año 1570 no se puede decir que la conquista del Perú y alrededores haya sido un éxito, y hasta nuestros días se puede observar que muchos pueblos andinos jamás fueron conquistados.
Organización política
La organización política y social del Imperio Inca que tuvieron oportunidad de ver directamente los conquistadores, parece más una leyenda que una realidad, y más cerca del mito de Shangri Lá que un hecho histórico, porque no había ningún otro lugar en el mundo donde millones de habitantes vivieran felices y contentos, con todas sus necesidades cubiertas y en continua expansión y desarrollo.
El Imperio Inca, con cuatro grandes provincias (Chinchaysuyo, Antisuyo, Contisuyo y Collasuyo) distribuía la riqueza entre todos y cada uno de sus súbditos, y entre todos y cada uno de sus pueblos, a través de la producción, la solidaridad y la educación. Donde hubiera una carencia, el estado proveía para subsanarla.
La agricultura, la ganadería y la minería estaban muy avanzadas, lo mismo que la arquitectura y la ingeniería. De Cuzco salían cuatro caminos reales que llegaban a todo el imperio. Sus calzadas eran amplias y empedradas incluso en las altas montañas andinas, y de ellas se desprendían un sinfín de caminos secundarios que llegaban a todos y cada uno de los asentamientos humanos, lo que permitía una gran movilidad de personas y de mercancías, así como una comunicación constante entre todos los pueblos Inca.
Si un poblado caía en desgracia, era rescatado de inmediato. Si necesitaba gente, se le mandaba gente para repoblarlo; si hacía falta evacuarlo y llevar a su gente a otra población, se les buscaba y daba asiento con sus vecinos. Como nos cuenta Pedro Cieza de León, donde no había ganado, se llevaba ganado; donde no había maíz, se llevaba maíz; pero no solo se daban bienes materiales, sino que además se enseñaba a cada población a sembrar, cosechar, esquilar, explotar la tierra y sus minerales; tejer, bordar, hilar y fabricar sandalias. Nadie iba mal vestido, mal alimentado o mal calzado.
Aún no habían descubierto el hierro, pero trabajaban el bronce, el cobre, el oro y la plata con precisión, tanto para ornamento como para herramientas.
Las conquistas eran amables, ya que, aunque estaban respaldadas por poderosos ejércitos, se lograban vía diplomática e invirtiendo en los pueblos conquistados, llevando infraestructura, educación, salud y métodos para crear riqueza.
Imponían sus leyes, costumbres, religión y lengua, pero no prohibían ni reprimían la cultura de los pueblos ocupados, sino que los llevaban por el camino de la unión y la cooperación mutua, de tal manera que cada pueblo hacía lo que le correspondía, cooperaba con los necesitados y recibía la ayuda que le hiciera falta.
Impulsaban la civilización y el desarrollo, pero no impedían los rituales ancestrales ni censuraban las creencias. Mantenían una hegemonía, y sus leyes eran claras y expeditivas, pero no impedían que cada pueblo emitiera sus propios juicios basados en sus tradiciones y en su cultura.
Cuzco invitaba de forma regular y organizada a todos y cada uno de los gobernadores de provincia, y les regalaba y proveía de placeres y riquezas durante sus visitas, para que volvieran a sus provincias y rigieran con gusto y lealtad.
Contaban con destacamentos militares en cada provincia, más para proteger a sus pobladores que para reprimirlos, lo mismo que con cuerpos policiales dedicados al orden y servicio de las comunidades, en lugar de corromperse y favorecer a los criminales. Las faltas graves se pagaban con la vida, pero las faltas leves se solucionaban con la redención y la recuperación de los trasgresores.
Quipu, ábaco y medio de comunicación
No tenían un medio de comunicación como la escritura que conocemos, pero usaban los quipus, cordones de colores anudados, tanto para hacer las cuentas de los tributos, como para enviar mensajes; y, como otras culturas prehispánicas, utilizaban pictogramas para hacer referencias, transmitir conocimiento y contar toda clase de historias. Por supuesto, la tradición oral milenaria era la base donde se erigía todo vestigio y documento.
Economía
La economía y la organización política estaban íntimamente ligadas por un orden de derechos y obligaciones que competía y afectaba a todos y cada uno de los habitantes del imperio.
Los pueblos que no tenían nada para dar al imperio en forma de tributo, se les educaba para que supieran que cada cuatro meses tenían que enviar algo al imperio, aunque solo fueran carrizos llenos de piojos, como cuenta Cieza, y así se acostumbraban a cumplir con sus obligaciones mientras el imperio les daba ganado, semillas y especialistas que les enseñaban a esquilar, cultivar y cosechar, o bien los recolocaba en una tierra más próspera.
El imperio contaba con un eficiente aparato recaudatorio, que a la vez tomaba nota de las carencias para darles puntual solución, manteniendo la bonanza del imperio y redistribuyendo la riqueza para que nadie careciera de abundancia.
No había grandes mercados, pero sí una distribución eficaz y un intercambio constante, sobre todo entre pueblos especializados, como los pescadores y los mineros, a los que les llegaban bienes y productos que ellos no producían, a cambio de pescado o mariscos, y metales como el oro, la plata, el cobre y el bronce.
El puerto del Callao goza de la fama de tener relaciones comerciales de orden internacional desde hace miles de años.
Orden social
Las élites vivían en el lujo y la abundancia, con líneas dinásticas y sanguíneas bien definidas, pero nunca cayeron en los excesos ni en los conflictos internos de traición y venganza, asesinato y golpes de estado, como era tan habitual en Europa.
En su estructura social la colla, o esposa oficial del inca, daba a luz al auqui, o heredero, con una nobleza de sangre participativa o panaca, es decir, parientes y familiares del inca reinante y de gobernantes anteriores; y una nobleza meritoria compuesta por gobernantes de las provincias y sus familias, sacerdotes, militares destacados, jueces, contadores de tributos, maestros o sabios, y consejeros.
Todos ellos eran servidos y auxiliados por los yanaconas, especialistas en muchas materias, desde la cocina hasta la construcción, y desde traductores hasta observadores y porteadores que recorrían el imperio. Muchos yanaconas provenían de pueblos conquistados o invasores, e incluso de alzamientos y rebeliones, que eran reconvenidos, escogidos y empleados por el imperio gracias