La América Latina del siglo XXI, respaldado por tan autorizada presentación, apareció simultáneamente en español, italiano y portugués, esta última edición en Brasil, a la cual muy pronto se sumó otra mexicana.13 El cardenal Bergoglio adquirió una cierta cantidad de ejemplares y durante un tiempo obsequió el libro a los sacerdotes que iban a visitarlo.
Hay afinidades de pensamiento, concordancias espontáneas entre Bergoglio y Methol Ferré, “un común olor a pueblo” lo llama el obispo uruguayo Pablo Galimberti,14 y otras que Bergoglio ha compartido y hecho propias y que son peculiares de la visión del filósofo uruguayo. Gustavo Béliz, ex ministro del Interior durante el primer gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1995) y posteriormente ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), trazó una semblanza de Bergoglio como “pastor sensible, líder audaz y estadista consciente de los nuevos tiempos en el tablero mundial. Un admirador del gran pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, que predicó la necesaria interdependencia e integración de los Estados continentales en una época de mundialización que no pocas veces muestra su rostro imperialista”.15 Motivo éste que Bergoglio repropone con convicción y que hace decir a Marcelo Gullo, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador y deudor del pensamiento de Methol Ferré, que Bergoglio debe ser considerado “dentro de la corriente del nacionalismo popular latinoamericano que hunde sus raíces más profundas en la visión de Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Juan Domingo Perón y Alberto Methol Ferré”.16
En 2005, en el prólogo de la edición española de Una apuesta por América Latina de Guzmán Carriquiry, Bergoglio afirma la necesidad de “recorrer los caminos de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana”.17
Solos, separados –argumenta– “contamos muy poco y no iremos a ninguna parte”. El aislamiento, el concebirse separados, lleva a un “callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales”. Opinión que repite, casi palabra por palabra, la de Methol Ferré, convencido de que “el que no forme parte de un Estado-continente acabará, en un mundo global, al margen de la historia, donde sólo es posible expresarse en términos de lamentación, de furia o de silencio”. Es el coro de la historia, otra expresión metholiana con referencia al teatro griego, en el que la función del coro es comentar la gesta de los primeros actores. “En los siglos XX y XXI sólo los Estados-continente pueden ser protagonistas”,18 afirma perentoriamente Methol Ferré.
Como lector voraz y profesor de literatura en los años 70, Bergoglio utilizó una imagen tomada de un libro que amaba, comentaba y aconsejaba, El Señor del Mundo, del escritor y presbítero inglés Robert Hugh Benson. La imagen de un mundo unificado a escala planetaria, donde la filantropía ha reemplazado la moral y la tolerancia, ha uniformado toda identidad humana. “Una concepción imperial de la globalización”, según Bergoglio, que absorbe a los pueblos dentro de una uniformidad homologadora, un verdadero totalitarismo posmoderno.19
Los ecos de Methol Ferré son fuertes, con su análisis del nuevo ateísmo en el que ha degenerado el fracaso de la síntesis marxista. En un mundo sin valores –afirma–, uniformado y homogeneizado, “el único valor que permanece es el del más fuerte; donde todo tiene idéntico valor, prevalece un solo valor: el poder. El agnosticismo libertino se transforma en el principal cómplice del poder establecido; de hecho, la forma más característica de difundirse es la propaganda, que a su vez están en función de un mayor lucro para quien detenta más poder”.20
Julián Domínguez, joven presidente de la Cámara de Diputados del Congreso argentino, que conoce a ambos, destacó a su vez cuán fuerte ha sido “la incidencia del filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré en el pensamiento de Francisco”.21
En 2011, durante las celebraciones por los doscientos años del ciclo de independencias de los países latinoamericanos de España, Bergoglio escribió la introducción de la edición española de otro libro de Carriquiry, El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos. Ayer y hoy. Afirma en el prólogo que considera muy “acertada la cita que hace de Methol Ferré en la página 125, en la que el genial pensador rioplatense menciona el desfonde histórico de las ideologías desde las que se construyó la variada serie de hermenéuticas sobre la independencia de los países latinoamericanos: después de las notorias carencias de los tópicos liberales, abundaron interpretaciones inspiradas en los ateísmos mesiánicos y sus utopías «salvacionistas» (que habían tenido en el marxismo su vértice ideológico y en el socialismo real los primeros Estados confesionalmente ateos de la historia) y ahora en esa corriente de hedonismo nihilista en la que desembocan las crisis de los credos ideológicos”. Bergoglio hace notar que en nuestros días “el ateísmo hedonista, junto a sus «complementos del alma» neognósticos, se ha transformado en vigencia cultural dominante, con proyección y difusión globales, convertido en atmósfera del tiempo que vivimos”. El nuevo “opio del pueblo”, afirma el cardenal, es un “«pensamiento único» montado sobre el divorcio entre intelligentia y ratio. La inteligencia es fundamentalmente histórica. La ratio es instrumental a la inteligencia pero, cuando se independiza, busca sustento en la ideología o en las ciencias sociales como pilares autónomos. El «pensamiento único», además de ser social y políticamente totalitario, tiene estructura gnóstica: no es humano; reedita las variadas formas de racionalismo absolutista con que culturalmente se expresa el hedonismo nihilista al que se refiere Methol Ferré. Campea el «teísmo spray», un teísmo difuso, sin encarnación histórica; a lo más creador del ecumenismo masónico”.22
Aquí también resuenan con fuerza los ecos metholianos. Como lo hace notar otro uruguayo, el ya mencionado Pablo Jaime Galimberti, Bergoglio señala que “una de las corrientes que amenazan la cultura de los pueblos americanos es el «progresismo adolescente», una especie de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos”.23 “La expresión «progresismo adolescente»”, observa Galimberti, “está en la línea de lo que Methol llama «ateísmo libertino», que vive y se difunde en perfecta simbiosis, a través de la televisión y las nuevas tecnologías [...] El ateísmo libertino es la exaltación de la corporeidad, la apoteosis del cuerpo sin un tú, puesto al servicio ansioso del eros”.24
En efecto, para Methol Ferré el ateísmo libertino “es una de las formas que asume el ateísmo contemporáneo desde un cierto momento en adelante, como sustituto del ateísmo mesiánico que se había suicidado [...] El viejo ateísmo aristocrático se convirtió en un hedonismo agnóstico cuya lógica última es un ateísmo libertino de masas”. Así como para Bergoglio en la condición del hombre subyace una exigencia de belleza y de misericordia, también para Methol Ferré “la verdad del ateísmo libertino es la percepción de que el existir tiene un íntimo destino de gozo, que la vida misma está hecha para una satisfacción”.25 “Es significativo”, comenta Bárbara Díaz Kayel, “que el Papa haya escogido el nombre de Francisco como nombre y símbolo de su misión al frente de la Iglesia [...] es un canto a la belleza de la creación y un llamado a desprenderse de los bienes