No creo que Alberto Methol Ferré haya tenido tiempo, ya muy enfermo, para captar todo lo que significó la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida como acontecimiento de madurez católica. Este libro y muchos de sus textos, así como el aporte de alguno de sus discípulos, habían también ayudado a generarlo a través de complejas vicisitudes y mediaciones. Aparecida le hubiera dado una gran paz y alegría, por católico y por latinoamericano, por reconocer también no poco de lo que había sembrado.
Methol Ferré siguió el itinerario y magisterio de los últimos Papas con atención, inteligencia y devoción. Estaba lejos, años luz, de ser un “beatón”. Vivió su fe con gran libertad, en comunión. La elección del cardenal Jorge María Bergoglio le hubiera causado gran conmoción. Lo hubiera puesto a repensar toda la historia de América Latina y su realidad actual a la luz de este acontecimiento. Lo hubiera incitado a considerar lo que significaba como posibilidad de su “resurgimiento católico”. Hubiera tenido en cuenta sus repercusiones sobre una América Latina “emergente” en el concierto internacional. Lo hubiera puesto a escribir y compartir sobre las exigencias y responsabilidades acrecidas que este pontificado conlleva para toda la Iglesia latinoamericana.
Nos falta Tucho Methol Ferré, pero necesitamos más que nunca que se emprendan ya mismo estas reflexiones y perspectivas. La lectura de este libro es un óptimo aliciente para afrontar esa tarea.
INTRODUCCIÓN
Jorge Bergoglio y Alberto Methol Ferré: afinidades electivas de un Papa y un filósofo del Río de la Plata
Alver Metalli
Alberto Methol Ferré auspició y previó la elección de Benedicto XVI y vislumbró en el horizonte la del papa Francisco. En 2005, trece días antes de la fumata blanca del martes 19 que llevó a Joseph Ratzinger a la cátedra de Pedro, el 6 de abril para ser más exactos, desde Montevideo, donde vivía, Methol Ferré rompió una lanza a favor suyo. Durante la entrevista concedida a una periodista del diario argentino La Nación que viajó expresamente para verlo, declaró que era “un gran partidario de Joseph Ratzinger”. Es más: “Pienso que es el hombre más indicado para ser Papa en estos momentos de la historia”, y agregó fundamentando su convicción: “Porque es una de las últimas grandes expresiones de esa generación que alcanzó un esplendor intelectual equiparable a los siglos XII y XIII de la Edad Media, y que se puede comparar también con la mejor época de la patrística griega y latina, cuando tuvo su inicio la gigantesca epopeya de la evangelización de los pueblos”. Pero, en el momento en que hizo estas declaraciones, Methol Ferré, que había augurado el pontificado de Benedicto XVI, consideraba que todavía no había llegado el tiempo de un Papa latinoamericano: “La Iglesia está saliendo de Europa, pero es un proceso reciente que todavía necesita madurar. Europa fue el centro del mundo hasta hace cincuenta años. A partir de la descolonización surge todo un mundo de iglesias nuevas, en la India, en Asia, pero son procesos muy incipientes”. Estaba convencido de que la Iglesia latinoamericana era la más madura porque era la más antigua de las no europeas: “Tiene cinco siglos, contra un siglo de las de África; por eso no me parece que las iglesias de la periferia europea estén en condiciones de una conducción mundial todavía”. Consideraba que hacía falta más tiempo. No mucho, se apresuraba a aclarar:
Dentro de pocos años, seguramente sí [estarán en condiciones de asumir la conducción de la cristiandad], porque la intensidad de la globalización y de la coparticipación interna de la Iglesia es cada vez más fuerte.1
Ese tiempo ya ha llegado. El papa Francisco es la prueba y la confirmación.
En la primera edición de La América Latina del siglo XXI, verdadero “testamento intelectual de Methol Ferré”,2 en el capítulo final dedicado a Ratzinger Methol Ferré decía estar convencido de que el diálogo del pontífice alemán con la Iglesia del continente serviría para que se desarrollara lo mejor de la tradición teológica latinoamericana que surgió del Concilio en adelante, y para unirlo estrechamente con lo mejor del magisterio pontificio. “Cuando una tradición de pensamiento, como la latinoamericana, se convierte en un espacio de apropiación de los aportes de otras Iglesias, es cuando comienza a ser Iglesia fuente.”3 Para el filósofo uruguayo, en efecto, “se pueden recoger con provecho pensamientos que nacen en otras circunstancias solamente cuando se es autoconsciente”. En una Iglesia-reflejo, afirmaba con convicción, “pesa más la debilidad de la mera imitación repetitiva que la fuerza del descubrimiento”.4
Iglesia reflejo, Iglesia fuente. O bien “iglesias protagonistas” e “iglesias receptoras” de protagonismos externos a ellas, como prefería decir Methol Ferré. La distinción entre unas y otras la trazó por primera vez el teólogo brasileño Henrique Claudio de Lima Vaz, jesuita y deudor, a su vez, de otro jesuita, Henri de Lubac, definiendo con la primera expresión, “iglesia reflejo”, las iglesias más determinadas por otras iglesias que por sí mismas, y con la segunda, “iglesia fuente”, aquellas que tienen en su interior las fuentes de su propia renovación. “Hay muchos grados intermedios entre estas dos categorías: de alguna manera todas las iglesias son al mismo tiempo «fuente» y «reflejo»”, comentaba Methol Ferré, “pero, históricamente, se puede observar cuándo un término prevalece más o menos sobre el otro”. En este punto la reflexión del filósofo uruguayo pasa a ser histórica:
En la historia del catolicismo se ha visto que algunas iglesias se volvían áridas y se convertían en reflejos de otras y viceversa, iglesias que relumbran e iluminan otras iglesias antes florecientes. Es así desde siempre y siempre será así. El movimiento de la Iglesia no es uniforme ni homogéneo. Siempre hubo y siempre habrá iglesias que en un determinado momento histórico son un foco de irradiación para otras. Durante mil quinientos años estos cambios se produjeron en el Mediterráneo y en Europa. En el siglo XVI España e Italia fueron iglesias fuente. El Concilio Vaticano II fue en gran medida una empresa franco-alemana y al mismo tiempo es el último Concilio europeo. La Iglesia católica, que ahora sí es mundial, siente la presencia de otras iglesias locales que antes eran un puro reflejo de la europea.5
Cuando hizo estas afirmaciones, Methol Ferré estaba convencido de que la catolicidad latinoamericana se encontraba en un momento de transición de “reflejo” a “fuente”. Desde entonces han pasado diez años, tiempo suficiente para completar el tránsito de una etapa a otra. Y eso fue lo que ocurrió. El paso del Mar Rojo que llevó a cabo la Iglesia latinoamericana ha terminado y ahora se ha convertido en fuente, llevando a la cátedra de Pedro a un hijo ilustre. Un Papa argentino, además, que Methol Ferré conoció muy bien durante su vida y con el cual se encontraba con frecuencia cuando decía las cosas que hemos referido; un Papa que apreció y con quien colaboró estrechamente.
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La relación entre Bergoglio y Methol Ferré viene de lejos. Elbio López, un amigo uruguayo, afirma que ambos se conocieron “intelectualmente” en la década del 70, “cuando, entre otras cosas, la ofensiva antirromana sacudía los cimientos de la autoridad petrina y ponía en tela de juicio las bases eclesiológicas del Concilio Vaticano II”.6 Cara a cara, en cambio, se encontraron por primera vez en 1978, en la onda del impulso que ambos intentaban imprimir, también en la Argentina, al debate preparatorio para la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano a realizarse en Puebla de los Ángeles, México.
Francisco Piñón, rector de la Universidad del Salvador de Buenos Aires entre 1975 y 1980, recuerda con claridad esa época. “Con Methol Ferré, Lucio Gera, Luis Meyer, Hernán Alessandri, Joaquín Allende, Juan Lumermaz, Carlos Bruno y otros nos reuníamos para discutir el documento de consulta de Puebla. Circulaba en ambientes bastante restringidos”, recuerda Piñón, “y nosotros tratamos de ampliar el perímetro proponiendo la reflexión en