El compromiso con la democracia
Con el proceso de paz con el m-19, que duró más de un año, Barco se jugó su reputación. De allí que, firmada la paz, fuera él quien obtuviera los mayores dividendos. Lógicamente de lado y lado los objetivos eran disímiles; si para el Ejecutivo la finalidad del proceso era la desmovilización, para el m-19 el objetivo era transformarse en un movimiento partidista legal. En el marco del Segundo Encuentro por la Paz28 convocado por diferentes sectores, el Gobierno y el m-19 llamaron a la participación de otros grupos políticos al proceso de paz. Paralelamente y mediante una serie de declaraciones, invitaron también a las demás guerrillas a constituir mesas de diálogos, sin eludir el rechazo a los asesinatos políticos.29 Fue precisamente en la cuarta declaración, del 17 de marzo, y pese a la caótica situación, que el Gobierno y el m-19 convinieron como superada la fase de distensión y anunciaron los preparativos hacia la desmovilización. Para esta fase Barco aprobó el 3 de abril las Mesas de Trabajo por la Paz y la Reconciliación. Fue allí donde el m-19 dio a conocer los que fueron sus tres principales puntos: la elaboración de una nueva Constitución, un plan de desarrollo social y económico concertado con cada región y la puesta en marcha de una política de cohabitación fundada en la unidad nacional y la soberanía. A estas mesas les siguieron las Mesas de Análisis y Concertación, en las que otros sectores del país debatieron dichos puntos y otros más.30
Aunque las “mesas” produjeron mejores frutos que el Diálogo Nacional, hay un escollo mayor al cual se refirió un dirigente que participó en estas:
Expresaban el acierto de querer vincular, mediante los partidos y organizaciones sociales, a la sociedad civil como parte activa en la busca de la paz. La debilidad de este proceso, que partía de la propia debilidad del m-19 de entonces, se expresaba en que los acuerdos de las referidas mesas y los mismos acuerdos Gobierno/m-19 estaban sometidos a la aprobación del Congreso de la República, máxima expresión del viejo bipartidismo y de la democracia restringida que se pretendía superar.31
Claramente el Gobierno no podía ofrecerle al grupo cosa distinta a la logística y las garantías para su desmovilización, ya que solo el Congreso tenía potestad para validar las reformas. Como lo sugiere William Ramírez “las salvedades a la reforma se escondían, sin duda, tras una hábil evasiva procedimental. Dejarle al Congreso el estudio sobre la conveniencia de eventuales demandas económicas, sociales y políticas era librarlas al tamiz de unos intereses cuya inmediatez y credo personalista y de grupo la desfigurarían o pospondrían indefinidamente. Mientras tanto el Gobierno habría hecho pública prueba de atención a lo que en sí mismo le competía dentro del proceso, y de su respecto a la división constitucional de los tres poderes”.32 Las armas no le habían dado el poder al m-19, y el desarme, si tal era su intención, constituía la antesala para buscar conquistarlo legalmente, y entre lo uno y lo otro el trecho era gigante. De mayo a octubre de 1989 las partes lograron un consenso que sellaron con la firma del ya mencionado Pacto Político por la Paz y la Democracia.
Finalizando ese mismo año el Congreso cedió y debatió un proyecto de ley presentado por el Gobierno que incluía puntos acordados con el m-19; dos cobraban un alto significado: la creación de una “circunscripción electoral” exclusiva para los grupos que abandonaran la lucha armada y la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que sepultara la aún vigente Constitución de 1886. Otros puntos hablaban de reformas económicas, de la justicia, y de las garantías a los reinsertados. Sin embargo, por divergencias entre parlamentarios y representantes del Gobierno en torno a algunos puntos acordados, el Ejecutivo debió retirar la propuesta, lo que casi estropea el proceso de paz. Pero el problema de fondo residió en una coyuntura: en aquellos momentos el Congreso tramitaba un proyecto difícil de asir, la extradición. En efecto, “los partidos Liberal y Conservador avalaron en las Mesas de Análisis y Concertación las propuestas de favorabilidad política como parte del acuerdo de desmovilización, pero se resistieron a su aprobación en el Congreso. Incluso sacrificaron la reforma constitucional que consagraba el acuerdo político con el m-19, con tal de no renunciar al artículo que prohibía la extradición de los colombianos, en una abierta concesión a los intereses de los narcotraficantes”.33 El golpe fue doble, para el m-19 que vio cómo el Legislativo renunció a reformar el sistema político, para Barco que quería a los narcotraficantes tras las rejas, pero en Estados Unidos.
A pesar de estar apocada, la dirigencia del m-19 permaneció en la mesa, “tal actitud política, le permitió […] no solo proyectar una imagen de movimiento serio y cabalmente comprometido con el proceso de paz, por contraste con las vacilaciones y discrepancias al interior del régimen político, sino, además, alzarse con la bandera de la paz y la reforma democrática”.34 Reconciliado con la opinión nacional recuperó respaldos y buscó pesar en el escenario político, pese a las zancadillas que le pusiesen Gobierno y Congreso. El 22 de diciembre de 1989 el Gobierno concedió el “derecho de gracia” a los combatientes, pero por clausura de la legislatura la sanción de la ley fue aplazada hasta el 22 de enero de 1990. Algunos comandantes aprovecharon ese lapso para presentarse en público, principalmente Bogotá, sensibilizando a la población del inminente desarme y allanando el terreno para las elecciones locales venideras donde estarían presentes.
La desmovilización del m-19 tuvo un efecto adicional. En medio de una violencia generalizada y de la desconfianza de una clase política preocupada por el cómo no perder sus privilegios, el Pacto Político por la Paz y la Democracia determinó los debates de meses y años subsecuentes en el seno del sistema político. Del decálogo que comprendió dicho pacto, los cuatro últimos puntos atañían a las garantías de seguridad y al cumplimento de los acuerdos, los seis primeros eran: la búsqueda de mecanismos para realizar reformas constitucionales o el llamado al pueblo soberano para una Asamblea Constituyente; la apertura política a otras fuerzas; la consolidación del Fondo Nacional de Paz; la reforma en el procedimiento electoral que incluya un tarjetón y un cubículo de votación; la creación de una comisión para reformar la justicia; la conformación de un grupo de investigación y no gubernamental que aborde la problemática del narcotráfico. Así, el m-19 entraba de lleno en la carrera electoral del 11 de marzo en alianza con movimientos políticos, ese fue el germen de la Alianza Democrática m-19 (ad m-19).
El Ejército Popular de Liberación: una Constituyente en el corazón del maoísmo
De las organizaciones guerrilleras que se desmovilizaron comenzando los años noventa, el epl era la más sólida. Creada en 1968, y a diferencia del m-19, era el brazo armado del clandestino Partido Comunista de Colombia – Marxista-Leninista (pcc-ml), fundado en 1965 tras la escisión prosoviéticos versus prochinos, y conformado principalmente por exmilitantes de la Juventud Comunista (juco) expulsados del Partido Comunista Colombiano (pcc).35 Como parte de los grupos que acogieron la propuesta de paz de Betancur, le dio vida al Frente Popular,36 movimiento que integraron sindicatos, asociaciones campesinas y organizaciones locales. Como con el m-19 o el Movimiento Armado Quintín Lame (maql), cuando el epl inicia su proceso hacia la desmovilización, su capacidad no está en duda, y esto fue confirmado por el exgeneral Tovar Sánchez: “para abril de 1990 el epl podía considerarse la segunda organización armada del país: superaba en el número de hombres al Ejército de Liberación Nacional (eln), en los últimos seis años había incrementado su número de frentes de cuatro a diecisiete, y hacía presencia en Antioquia, Bolívar, Caldas, Norte de Santander, Risaralda y Córdoba, donde llevaba un año dedicado a fortalecerse”.37 Fue quizás por su capacidad y presencia que no solo afrontó la ofensiva del Ejército, sino también la de los grupos paramilitares que le disputaban el territorio.
En la historia del movimiento guerrillero colombiano, el epl encarnaba una de sus versiones más radicales. Su filiación a un partido clandestino —el pcc-ml—38 originaba el vínculo teoría y práctica revolucionarias; hasta el punto de que hacia 1990, cuando sus representantes discutieron con emisarios de los Gobiernos sucesivos de Barco y de César Gaviria Trujillo, el tema de la entrega de armas no fue tratado. Sin embargo, frente a lo que adujera el exgeneral Tovar Sánchez, o el exministro de Defensa Pardo Rueda, para quien los grupos desmovilizados que sufrieron “reveses de carácter estratégico en el campo militar,