Esta cultura de la velocidad abarca el conjunto de las relaciones cotidianas donde lo único importante es un futuro permanente. En la perspectiva del capitalismo tardío el pasado no tiene más importancia; todo es viejo y pasado de moda. Como dice Don DeLillo siempre hay que ir para adelante, nunca atrás. La duda que nace de la experiencia del pasado ha sido eliminada. Su resultado es haber “inventado una nueva teoría del tiempo. Ésta es la amnesia del futuro. Un lugar sin memoria”.
Sin embargo la memoria aparece. Lo que no queremos recordar interrumpe nuestra velocidad y nos detiene. Allí aparecen los síntomas característicos de nuestra época. Síntomas que dan cuenta de la singularidad de una subjetividad que se construye en la relación con el otro en el interior de una cultura.
Esto nos lleva a definir que entendemos por subjetividad.
La corporsubjetividad: la producción de subjetividad es corporal
La noción de subjetividad se ha tornado compleja porque no es un dato dado, no se hereda. Tampoco se limita al campo de la conciencia como pretende la filosofía a través de escuelas que diferencian el par idealismo-materialismo y las relaciones sujeto-objeto. Desde la psicología se explica a la subjetividad y lo subjetivo como perteneciente a lo psíquico. En la mayoría de los desarrollos psicoanalíticos se comparte esta posición, aunque debemos recordar que es un concepto que nunca fue utilizado por Freud.
Sin embargo lo dilemático de esta propuesta es dejar de lado las relaciones que se establecen entre los ámbitos “objetivo” y “subjetivo”. De allí que, para salir de este problema, se enuncia que el ser humano es bio-psico-social. Pero esta posición encubre que, los que la enuncian, establecen una prioridad en toda producción de subjetividad al sostener un reduccionismo que puede ser biológico, psicológico o sociológico.
En este sentido la noción que tengamos de subjetividad tiene implicancias no solo teóricas, sino también en la práctica clínica. Por ejemplo, cuando hablamos de interdisciplina nos estamos refiriendo a una perspectiva epistemológica que rompe con visiones cerradas para entender el padecimiento subjetivo.1 Esta complejidad es la que alude Freud cuando crea el concepto de “series complementarias” para explicar la multiplicidad de factores endógenos (hereditarios, constitucionales y primeras experiencias infantiles) y exógenos (la situación actual desencadenante) que intervienen en la producción de un síntoma. Estos factores son complementarios, pudiendo cada uno de ellos ser más débil cuanto más fuerte es el otro. Ambas series varían entre sí en razón inversa: para que se desencadene un síntoma puede ser un trauma actual mínimo en el caso de un factor endógeno intenso y viceversa.2 Por otro lado en obras como El malestar en la cultura (1930) y Psicoanálisis de las masas y análisis del yo (1921) da cuenta de la relación entre el ámbito “subjetivo” y “objetivo”. En forma errónea se las denomina “sociológicas”, cuando en realidad a Freud no le interesaba analizar los problemas sociales que describía, sino como éstos se inscriben en un aparato psíquico sobredeterminado por lo inconsciente y como éste produce efectos en lo social.
De esta manera vamos a describir la producción de subjetividad dando cuenta de sus múltiples determinaciones en la cual no la reducimos a entenderla como sinónimo de manifestación psíquica. Para ello nos apoyamos en el modelo pulsional freudiano3 y en la filosofía spinoziana que, al romper con la división que hace Descartes entre mente y cuerpo, establece que ambos forman parte de una sola sustancia que se expresa en los modos pensamiento y extensión. Es decir, de cuerpos que afectan y son afectados en el interior del colectivo social.4 Como dice Julia Kristeva: “Tras su periodo lingüístico, el psicoanálisis de nuestros días, y sin duda el del futuro, vuelve a prestar atención a la pulsión, a causa de la herencia freudiana y bajo la presión de las neurociencias. En consecuencia, descifra la dramaturgia de las pulsiones más allá del significado del lenguaje tras el que se oculta el sentido pulsional. Los indicios de este sentido pulsional pueden ser translingüísticos. Tomemos, por ejemplo, la voz; sus intensidades, sus ritmos manifiestan a menudo el erotismo secreto del deprimido que ha cortado lazos del lenguaje con el otro, pero que no obstante ha enterrado el afecto en el código oscuro de sus vocalizaciones, en las que el analista irá buscando un deseo menos muerto de lo que parece.”5
Desde esta perspectiva proponemos delimitar la constitución de la subjetividad en su complejidad evitando los reduccionismos señalados anteriormente.6 Para ello creamos el concepto de corposubjetividad que alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. Pero también, cuerpos que producen signos -como plantea Spinoza- que son pasiones: efectos de acciones sobre los cuerpos, cuerpos que actúan sobre otros cuerpos; es decir, cuerpos que afectan y son afectados en el colectivo social.
El psicoanálisis establece que el sujeto debe dar cuenta de un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente. Pero este aparato psíquico se construye en la relación con un otro humano en el interior de una cultura. Es decir, hablar de subjetividad implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con una determinada cultura.
En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. El carácter extenso del aparato psíquico es fundamental para Freud, ya que éste es el origen de la forma a priori del espacio: “La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra deducción es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso.”7
Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.
Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura está sólo por fuera; la cultura está en el sujeto y éste, a su vez está en la cultura: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en lo intrasubjetivo (al dar cuenta de aparato psíquico y orgánico), en la intersubjetividad (en la relación con el otro) y en la transubjetividad (en la relación con la cultura).
Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego de las pulsiones vida, Eros y las pulsiones de muerte. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad (Ver gráfico 1).
Creemos necesario señalar que esta perspectiva la podemos encontrar en los recientes aportes de la neurobiología donde muestran, como la plasticidad de la red neuronal permite la inscripción de la experiencia.8
Veamos brevemente. La idea de que la experiencia produce una huella es lo que sostiene Freud con el concepto de huella mnémica