En el recorrido recibe en su auto toda una serie de asesores y varias veces a su mujer. De esta manera va haciendo una cínica reflexión sobre la actualidad de nuestra cultura sometida a las reglas del mercado.
-¿Cómo sabremos cuándo habrá llegado oficialmente el final de la era de la globalización?
Aguardó la respuesta.
-Cuando las limusinas extralargas comiencen a desaparecer de las calles de Manhattan.1
La comunidad entrópica
Para Freud el concepto de cultura es sinónimo de civilización. Ésta remite al momento en que el ser humano se organiza en “comunidad”, poniendo la naturaleza al servicio de satisfacer sus necesidades y regulando los vínculos recíprocos entre los sujetos. Es así como este espacio de la comunidad se convierte en soporte de la pulsión de muerte.
Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social. Para ello reglamentan normas que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación.
Históricamente la comunidad (Gemeinschaft) fue reemplazada por la moderna sociedad (Gesellschaft). Podemos decir que en los ’60 se inició un proceso donde el espacio comunitario fue cediendo al desarrollo de la internacionalización capitalista.
Como dice F. Jamenson: “el capitalismo tardío en general (y los sesenta en particular) constituyen un proceso en el cual las últimas zonas internas y externas del precapitalismo sobrevivientes -los últimos vestigios del espacio tradicional y no reificado dentro y fuera del mundo avanzado- son finalmente penetrados y colonizados a su turno. El capitalismo tardío por lo tanto, puede ser descrito como el momento durante el cual los últimos vestigios de la Naturaleza, sobrevivientes del capitalismo clásico, son al fin eliminados: es decir, el Tercer Mundo y el inconsciente. Los sesenta, entonces habrán sido el trascendental período de transformación durante el cual tiene lugar esta reestructuración sistémica en escala global.”2 De esta manera el sentimiento de comunidad comienza a ser reemplazado por el de individuos unidos en sociedades anónimas. Esta perspectiva se afianza en los ’90 con la llamada mundialización capitalista. Por ello la relación social se construye en una unidad paradójica; es decir, una unidad en la desunión que lleva a la incertidumbre y la imprevisibilidad, en definitiva a una vorágine de permanente desintegración y renovación, de ambigüedad y angustia. Su resultado ha sido una cultura que dejó de constituirse en un espacio-soporte de la pulsión de muerte.3 En ella la fractura del soporte imaginario, libidinal y simbólico del espacio comunitario refiere a un mundo perdido. A un mundo que no existe más. Hoy las comunidades son homogéneas. Son comunidades de iguales donde los diferentes están afuera. Ellos son los otros de los cuales hay que protegerse. Es decir, allí no hay comunidad, sino mera cohabitación. Por ejemplo, encontramos barrios privados muy vigilados por policías y medios electrónicos, con viviendas muy caras donde se paga el precio de vivir una intimidad separada del otro. También hay comunidades de iguales que definen su pertenencia en relación a un otro del que es necesario diferenciarse. En este sentido la comunidad como espacio heterogéneo que permite los intercambios libidinales y simbólicos se ha transformado en un lugar homogéneo al servicio de un sujeto solo y aislado. Es decir, una comunidad entrópica que ha dejado de constituirse en un espacio-soporte cuya consecuencia es una subjetividad atravesada por los efectos de la pulsión de muerte: la sensación de “vacío”, de “no salida”, la violencia contra el otro y la violencia autodestructiva.
En este sentido el sueño de una sociedad “perfecta”, es decir transparente, predecible y carente de contingencias, tiene ahora como objetivo la “seguridad de la comunidad del vecindario”. Por lo tanto, lo que se vislumbra en el horizonte hacia “la comunidad segura” es la extraña mutación de un “gueto voluntario”. Estos “guetos voluntarios” se diferencian de los guetos reales en que de estos últimos no se podía salir. Por el contrario, en los “guetos voluntarios” no se puede entrar. Se hacen vallas y muros para que no entren los otros. Por ello el “gueto voluntario” supone la imposibilidad de comunidad, ya que su objetivo es lograr el aislamiento del mundo exterior donde viven esos nuevos bárbaros que están más allá de sus murallas.4
De esta manera en el actual proceso de mundialización capitalista el espacio deja de tener sentido para ganar un significado que trasciende las fronteras del estado-nación. La fragmentación mundial se afirma en territorios donde cada uno se atrinchera en sus diferencias. Cada zona, cada ciudad, cada barrio, cada región es un territorio que debe ser defendido de esos bárbaros, que siempre son los otros.
Esta situación nos lleva a la fragmentación de las relaciones sociales que se intenta solucionar invocando la palabra “solidaridad”. Pero esta tiene las características de una generalización y ambigüedad que la ha transformado en una palabra vacía. Es decir, refiere a un pragmatismo que oculta diferentes formas de asistencialismo. O, lo que es peor, se la invoca en beneficio propio, en tanto deber de los otros hacia sí mismo y el propio grupo de pertenencia como lo podemos observar en los llamados “grupos clientelares”. También se la puede concebir como un vínculo corporativo entre unos pocos que se unen en su propio interés frente a los otros (por ejemplo, grupos empresarios que desgravan impuestos). En este sentido, considerar la solidaridad fuera de los límites del pragmatismo implica dar cuenta de su fundamento trascendental donde mi socius esencial; es decir, yo mismo es otro. Ya que “yo no soy un simple yo, un yo indivisible, un yo individual. En mí hay una sociedad de individuos que se necesitan el uno al otro, que se dividen entre sí, que hacen la guerra y la paz entre sí. No puedo ignorar al otro porque yo <soy> el otro, porque yo me soy extranjero. Puedo reconocer al extranjero en cuanto tal porque yo lo conozco en mí; no podría predicarlo fuera de mí, reconocerlo fuera de mí.”5
De esta manera debemos admitir que nuestra condición de ser nosotros es tener al otro en nosotros. Por supuesto no es un otro cómodo a nuestra disposición, sino un otro extranjero con el cual podemos estar en paz o en conflicto.
…El dinero genera el tiempo. Antes era al revés. El tiempo cronológico aceleró el ascenso del capitalismo. Todo el mundo ha dejado de pensar en la eternidad. Se concentran en las horas, en cantidades de tiempo mensurable, en horas humanas, para emplear con más eficacia la mano de obra…
…Porque el tiempo es ahora un activo empresarial. Pertenece al sistema de libre mercado. El presente es cada vez más difícil de encontrar. Es algo que resulta succionado del mundo para dejar lugar al futuro de los mercados incontrolados y de un desmesurado potencial inversor. El futuro resulta insistente. Esa es la razón de que algo vaya a suceder pronto, hoy mismo tal vez -dijo, mirándose las manos a hurtadillas-. Se trata de corregir la aceleración del tiempo. Más o menos, de volver la naturaleza a su estado natural…6
Yo, Sociedad Anónima
Uno de los conceptos de Pierre Bordieu es el de “dominación simbólica”7. Desde el mismo podemos entender la reproducción de un orden social en el reconocimiento y desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda. En este sentido la lucha política por la definición del mundo social es uno de los aspectos de la dominación simbólica. Junto a políticos encontramos a periodistas, expertos en “opinión pública” e intelectuales que pretenden representar la perspectiva desde lo que hay que reflexionar. Para ello se generan problemáticas con sus preguntas, sus respuestas y los límites de lo que está permitido pensar fabricando a la “opinión pública” como cualquier otra mercancía. Las