Esto fue expresado claramente en 2004 durante una de las reuniones del Foro Económico Mundial de Davos. Allí se realizó una sesión titulada “Yo, S. A.” en la que participaron -entre otros- Jacques Attali y el premio Nobel de la Paz Elie Wiessel. La propuesta fue que el “Yo, S. A.” refleja que cada uno lleva ahora su vida como una empresa, lo que implica darle una dimensión económica a todos nuestros actos y gestionar la vida propia como si fuera una cartera de valores. Por supuesto aquellos que han sido dejados fuera del sistema se quedaron sin un Yo para cotizar en la bolsa de valores. Por lo tanto, no existen. Deben ser invisibles sociales. Sin embargo, como plantea Jeffrey Weeks: “el sentimiento más fuerte de comunidad provendrá de grupos que consideran amenazadas las premisas de su existencia colectiva y que a partir de esto construyen una comunidad de identidad que proporciona un fuerte sentimiento de resistencia y poder. Al sentirse incapaz de controlar las relaciones sociales en las que se encuentra, la gente reduce el mundo al tamaño de sus comunidades y actúa políticamente sobre esa base.”8 De esta manera estos grupos que generan comunidad proponen espacios políticos, sociales, económicos y culturales que les permiten enfrentar la vulnerabilidad de las identidades individuales y colectivas.
…El contacto ocular era un asunto delicado. Un cuarto de segundo de una mirada compartida equivalía a una violación de los acuerdos en virtud de los cuales la ciudad era operativa. ¿Quién ha de apartarse para dejar paso a quién? ¿Quién mira o no mira a quién? ¿Qué grado de ofensa constituye un roce, un contacto? Nadie deseaba que nadie lo tocara. Imperaba un pacto de intocabilidad. Ni siquiera en el barrio, en el meollo de las culturas antiguas, táctiles y estrechamente entretejidas con algunos transeúntes ajenos sólo de paso, y compradores pegados a los escaparates, y algún imbécil que ni siquiera sabía adonde encaminar sus pasos, ni siquiera allí se tocaban entre sí las personas…9
En este sentido dar cuenta de la complejidad de problemas que plantea la subjetividad de nuestra época requiere preguntarse: ¿cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?
Para intentar contestar esta pregunta se requiere entender el individualismo contemporáneo. Recordemos que en griego “individualismo” se llama idiocia, lo cual nos lleva a que uno de los problemas es la importancia que ha tenido la subjetividad del idiota al que sólo le interesa la dimensión de lo propio y el mezquino interés privado. Sin embargo, como dice Massimo Cacciari: “El idiota lo es porque en último término no conoce realmente su propio interés. El idiota, hoy en día, desde su total falta de reconocimiento del otro y de los valores de solidaridad, amenaza con destruirse a sí mismo y con llevar la catástrofe a todo su mundo. Que naturalmente también es nuestro mundo.”10
1. DeLillo, Don, Cosmópolis, editorial Seix Barral, Buenos Aires, 2003.
2. Jamenson, Frederic, Periodizar los ’60, Alción editora, Buenos Aires, 1997.
3. El concepto de “espacio-soporte” lo desarrollamos en la Parte II.
4. . Bauman, Zygmunt, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
5. Cacciari, Massimo, Diálogo sobre la solidaridad, editorial Herder, Barcelona, 1997.
6. De Lillo, op. cit. 1.
7. Bourdieu, Pierre, Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal, editorial Anagrama, Barcelona, 1999.
8. Jamenson, op.cit. 2.
9. De Lillo, op. cit. 1.
10. Cacciari, op. cit. 5.
Capitulo 2
La corporsubjetividad
Las señales que podemos encontrar en nuestra cultura del padecimiento subjetivo son numerosas. Quisiera detenerme en un tema que caracteriza nuestra cultura: el aceleramiento del tiempo subjetivo.
La época del nanosegundo
Hace 2.500 años, el filósofo griego Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: nunca podemos meternos dos veces en el mismo río porque, cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio. Sin embargo hoy, el cambio mismo ha cambiado. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás.
A lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el Medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el siglo XVI, con el inicio del capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Éste es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo. Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta finaliza un año en el que nos quedaron muchas cosas sin hacer. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Por ello, la ansiedad es uno de los síntomas de nuestra época.
Es que nuestra subjetividad esta construida en una cultura donde el aceleramiento es adecuado para consumir en el mercado de compra y venta en que se ha transformado nuestra sociedad. No es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es “compre ya”. Puede ser un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, diez sesiones para curar una fobia, un psicofármaco de última generación, o un Viagra para tener más relaciones sexuales. Lo importante es no detenernos. No detenernos para encontrarnos con el otro. No detenernos para pensar. No detenernos para conocer nuestro deseo. Algunos dirán: para qué detenernos si hay un sistema que nos ofrece todo lo que necesitamos. En realidad éste es el problema: no es que necesitemos lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen lo necesitamos.
El escritor Don DeLillo sitúa el comienzo de este aceleramiento subjetivo del tiempo en la década del noventa. Ésta es la década en que se afirmó mundialmente la hegemonía del capital financiero. Es la década del pensamiento único de este capitalismo llamado neoliberal. El objetivo era obtener ganancias rápidas y fáciles. Pero también fue la década del dinero virtual, de las empresas PuntoCom. Internet se transformó en el medio para invertir dinero a través de agencias que cotizaban en la bolsa de valores. Para ello, era necesario