Para informarnos sobre el lugar y fecha de nacimiento de Alejandro, dejaremos que sean los cronistas antiguos quienes nos lo cuenten:
Hijo de Filipo II de Macedonia y de su esposa epirota Olimpia, el príncipe Alejandro de Macedonia nació tal vez en Pella, capital de este reino, o en Egas, en julio del año 356, «en el mes Hecatombeón», al que llamaban los Macedonios «Loon», aunque otros autores opinan que fue a primeros de octubre, hacia el día 6 o el 8.
Se dice que la educación de Alejandro, tanto intelectual como física, fue de la más exquisita y cuidada que jamás haya tenido personaje alguno, e incluso se afirma que tuvo una legión de los mejores maestros del momento, entre los que se encontraban Cleónidas, Leucipo el Limneo, Melemno el Peloponesio, Anaxímenes y el ilustrísimo filósofo Aristóteles al que, según Plutarco, amaba más que a su padre, aunque con el paso del tiempo estos amores se enfriaron. La influencia de Aristóteles caló en lo más hondo del joven Alejandro, que se sintió atraído por toda la cultura griega, hasta tal punto que, según cuenta Plutarco, llevaba siempre un ejemplar de La Ilíada, pero no uno cualquiera, sino uno corregido por la mano de Aristóteles y llamado Ilíada de la caja, que cada noche, con mucho cuidado, ocultaba junto con su espada bajo la cabecera de la cama.
Alejandro es un baúl lleno de sucesos extraños e insólitos, incluso desde el mismo momento de su nacimiento. Según todos los datos, su venida al mundo coincidió con un importante incendio que devastó completamente el templo de Ártemis, en Efeso. Plutarco nos cuenta al respecto que fue el dios Amón Zeus, bajo la forma de una serpiente, quien le engendró y que por ello su rostro era similar al de un león —los historiadores están de acuerdo en la similitud de sus rasgos con este felino—, lo que le emparentaba con las deidades. Calístenes lo describe de forma parecida:
La figura la tenía de hombre y la cabellera de león, sus ojos eran de un color diferente cada uno, siendo oscuro el derecho y glauco el izquierdo.
En otro apartado, Plutarco nos cuenta otra leyenda en la que Filipo, padre de Alejandro, tuvo un sueño en el que vio cómo sellaban el vientre de su mujer, Olimpia, y que ese sello portaba la figura de un león. Cuando preguntó a los adivinos de su corte por tal visión, Aristantro de Telmiso, el más sabio de ellos, le explicó que su esposa estaba embarazada y que el hijo que esperaba sería muy valeroso y con la fuerza y la apariencia de un león.
Otra leyenda registrada por Calístenes nos cuenta que cuando Alejandro se disponía a realizar una ofrenda en honor al dios Amón Zeus, éste se le aparece y le profetiza lo siguiente:
Será privilegio de esta ciudad, urbe de magníficos templos, superar con su población a la de cualquier otra ciudad y que su clima resulte excelente para la salud. Yo seré su protector, para que las calamidades no perduren largo tiempo. Muchos serán los reyes que aquí acudan, no para guerrear, sino para rendirle pleitesía. Y tú, convertido en dios, serás adorado aquí después de tu muerte, habitarás la ciudad, muerto y no muerto. Tendrás como tumba la ciudad que fundaste.
Esa ciudad que le describió el dios Amón Zeus sería Alejandría y según cuentan las historias, el mismo Alejandro mandó dibujar los contornos con harina.
Como se ve, nuestro protagonista era todo un héroe favorecido por los dioses, aunque también tenía un lado oscuro y cruel que le hizo ser blanco de una campaña de desprestigio en la que se le maldecía. Según cuenta la Historia, en el año 336 Filipo II, su padre, fue víctima de un complot y murió asesinado. Cuando Alejandro, que en ese momento tenía 20 años, fue coronado rey, la primera orden que dictó fue la ejecución de la mayoría de sus familiares, empezando por la segunda esposa de su padre, Cleopatra, el hijo pequeño de esta, Europe (hermanastro de Alejandro), y otro medio hermano suyo llamado Carano, y finalizando por un primo, Amintas III. Desde luego la limpieza fue efectiva y eliminó cualquier rastro de conspiración, pero de lo que no se pudo librar nuestro héroe fue de algunas maldiciones lanzadas desde los entornos persas y griegos. En éstas se nos describe a un Alejandro blasfemo, hereje y obsceno, que permitía que sus tropas dejaran un inmenso reguero de sangre a su paso por las diferentes naciones y pueblos, y que se fueran con sus espadas melladas y sin filo a fuerza de despedazar y cortar cuerpos humanos. Q. Curcio comenta que en una ocasión, y tras haber firmado una tregua con los askanios, Alejandro se la saltó a la torera y mandó a sus hombres matar a todas las mujeres y niños sin piedad. Otros ilustres de la talla de Séneca y Lucano también se pronunciaron en su contra, recriminándole su falta de modestia y de moral, y que fuera un borracho, megalómano y homosexual.
En las fuentes persas aparece una maldición lanzada sobre su persona:
Maldito Ahriman, para hacer perder a los hombres la fe y el respeto de la ley, impulsó al maldito Iskandar, el Griego, a venir al país de Irán y traer la opresión, la guerra y la rapiña… mató a los gobernantes, sacerdotes, hombres de ley, sabios y quemó los libros… hasta que él mismo, abatido, se precipitó a los infiernos.
Los griegos, que no quisieron quedarse atrás en cuanto a reproches, nos dejaron constancia de otro piropo muy simpático sobre sus actos «vandálicos»:
Tú, que te vanaglorias de perseguir a los bandidos, eres el bandido en todas las naciones en que has penetrado.
Si sobre su nacimiento y vida surgieron multitud de leyendas y mitos, la proximidad de sus últimos días no estaría exenta de lo mismo; pero esta vez como un funesto presagio: se dice que un fuerte viento le arrancó la corona de su cabeza. Su trono, en el que unos segundos antes había estado sentado, fue ocupado por un loco ante la sorpresa de los guardias que lo custodiaban, y que atónitos no se explicaban por dónde había entrado tan pintoresco personaje, el dios de los caldeos. Según éstos, se les apareció en un oráculo gritando de manera amenazante. Como vemos... mucha Historia para tan corta vida.
Las guerras seguirán mientras el color de la piel siga siendo más importante que el de los ojos.
Bob Marley
ATILA Y LA ESPADA MÁGICA
Atila fue un sujeto peligroso, de aquellos con los que es mejor mantener las distancias y no encontrarse cara a cara; incluso no dudó ni un instante en liquidar a su propio hermano, Bleda, en el año 444. Se dice que este personaje nació en el 404, para desgracia del mundo romano, en las llanuras húngaras de Panonia. Gracias a su carisma e ingenio consiguió unificar a su pueblo, disperso por clanes y tribus, y crear el Imperio Huno, cuya existencia fue breve ya que a su muerte todo se derrumbó. Parece ser que Atila exageró su imagen de bárbaro sanguinario y despiadado sólo para amedrentar e infundir miedo al enemigo, o sea, hizo «un poco de publicidad para que se hablara de él». También se dice que fue un político astuto y un gran guerrero, a veces indulgente y algo refinado, que prefería la negociación al combate.
Autores clásicos, como Amiano Marcelino, han descrito la ferocidad, crueldad y desolación que dejaban los hunos a su paso, y Jordanes nos legó una detallada descripción del aspecto físico de éstos. No tiene desperdicio:
No hacen uso del fuego, sus movimientos de ataque son rápidos, tienen gran destreza en el manejo del caballo así como del arco y gritan ferozmente. Tienen la cabeza muy grande, una nariz achatada, sus ojos son pequeños, de color negro y hundidos, con prominentes y oblicuos pómulos. No tienen barba, pero sí grandes y separadas orejas, sus cuerpos son cortos y cuadrados, con anchos hombros.
Ésa era la descripción que hicieron los romanos de esos hombres a los que llegaron a temer. Tanto fue así que Teodosio II de Constantinopla le concedió