Novelas completas. Jane Austen. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Oro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418211188
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      —Mi querida señora —contestó él—, ni una palabra más sobre este tema. Estoy muy lejos —continuó con un acento que denotaba su enfado— de tener resentimientos por el comportamiento de su hija. Es deber de todos resignarse por los males inevitables; y en especial un deber para mí, que he tenido la suerte de verme tan joven en tal encumbrada posición; confío en que sabré soportarlo. Quizá mi hermosa prima, al no querer honrarme con su mano, no haya disminuido mi positiva felicidad. He observado con frecuencia que la resignación nunca es tan perfecta como cuando la dicha negada comienza a perder en nuestro aprecio algo de valor. Espero que no supondrá usted que falto al respeto de su familia, mi querida señora, al retirar mis planes acerca de su hija sin pedirles a usted y al señor Bennet que interpongan su autoridad en mi favor. Temo que mi conducta, por haber aceptado mi rechazo de labios de su hija y no de los de ustedes, pueda ser criticada. Pero todos somos capaces de cometer equivocaciones. Estoy seguro de haber procedido con la mejor intención en este tema. Mi objetivo era procurarme una dulce compañera con la debida consideración a las ventajas que ello había de aportar a toda su familia. Si mi proceder ha sido censurable, les ruego mil disculpas.

      Capítulo XXI

      Las discusiones sobre el ofrecimiento de Collins tocaban a su fin; Elizabeth ya no tenía que soportar más que esa sensación incómoda, que sin remedio ocurre en tales situaciones, y, de vez en cuando algunas alusiones puntillosas de su madre. En cuanto al caballero, no demostraba estar confuso, ni abatido, ni trataba de evitar a Elizabeth, sino que expresaba sus sentimientos con una actitud de seriedad y con un resentido silencio. Casi no le hablaba; y aquellas asiduas atenciones tan de apreciar por su parte, las dedicó todo el día a la señorita Lucas que le escuchaba con delicadeza, proporcionando a todos y en especial a su amiga Elizabeth un gran consuelo.

      A la mañana siguiente, el mal humor y el mal estado de salud de la señora Bennet no se habían sosegado. El señor Collins también sufría la herida de su orgullo. Elizabeth pensó que su resentimiento abreviaría su visita; pero los planes del señor Collins no parecieron alterarse en lo más mínimo. Había pensado desde un primer momento marcharse el sábado y hasta el sábado pensaba permanecer allí.

      Después del almuerzo las muchachas fueron a Meryton para averiguar si Wickham había vuelto, y lamentar su ausencia en el baile de Netherfield. Le encontraron al entrar en el pueblo y las acompañó a casa de su tía, donde se charló largo y tendido sobre su ausencia y su desgracia y la consternación que a todos había producido. Pero ante Elizabeth reconoció voluntariamente que su ausencia había sido premeditada.

      —Al acercarse el momento —manifestó— me pareció que haría mejor en no encontrarme con Darcy, pues el estar juntos en un salón durante tantas horas hubiera sido superior a mis fuerzas y la situación podía haber empeorado y salpicar, además, a otras personas.

      Elizabeth aprobó totalmente la conducta de Wickham y ambos la discutieron minuciosamente haciéndose elogios cruzados mientras iban hacia Longbourn, adonde Wickham y otro oficial acompañaron a las muchachas. Durante el paseo Wickham se dedicó por completo a Elizabeth, y le proporcionó una doble satisfacción: recibir sus cumplidos y tener la ocasión de presentárselo a sus padres.

      Al poco rato de haber llegado, Jane recibió una carta. Venía de Netherfield y la joven la abrió enseguida. El sobre contenía una hojita de papel muy elegante y satinado, cubierta por la escritura de una atractiva y ágil mano de mujer. Elizabeth notó que el semblante de su hermana variaba al leer y que se detenía fijamente en determinados párrafos. Jane se sobrepuso enseguida; dejó la carta y trató de intervenir con su alegría innata en la conversación de todos; pero Elizabeth sentía tanta curiosidad que hasta dejó de prestar atención a Wickham. Y en cuanto él y su compañero se marcharon, Jane la invitó con una mirada a que la siguiese al piso de arriba. Una vez en su cuarto, Jane le enseñó la carta y le dijo:

      —Es de Caroline Bingley; su contenido me ha dejado perpleja. Todos los de la casa han abandonado Netherfield y a estas horas están de camino a la capital, de donde no piensan volver. Escucha lo que dice.

      —Es una pena —le dijo después de un breve silencio— que no hayas podido ver a tus amigas antes de que se marcharan. Pero ¿no perdemos la esperanza de que ese “más adelante” de futura felicidad que tu amiga tanto desea llegue antes de lo que ella cree y que esa magnífica relación que habéis tenido como amigas se renueve con mayor deleite como hermanas? Ellas no van a detener al señor Bingley en Londres.

      —Caroline dice que ciertamente ninguno volverá a Hertfordshire este invierno. Te lo leeré: “Cuando mi hermano nos dejó ayer, se imaginaba que los asuntos que le llamaban a Londres podrían despacharse en tres o cuatro días; pero como sabemos que no será así y convencidas, además, de que cuando Charles va a la capital no tiene prisa por regresar, hemos determinado irnos con él para que no tenga que pasarse las horas que le quedan libres en un hotel, sin ninguna comodidad. Muchas de nuestras relaciones están ya allí para pasar el invierno; me gustaría saber si usted, queridísima amiga, piensa hacer lo mismo; pero no lo creo posible. Deseo de corazón que las navidades en Hertfordshire sean pródigas en las alegrías propias de esas festividades, y que sus galanes sean tan numerosos que les impidan sentir la falta de los tres caballeros que les arrebatamos”.

      —Por lo tanto —añadió Jane— que el señor Bingley no va a regresar este invierno.

      —Lo único que está claro es que la señorita Bingley es la que dice que él no va a regresar.

      —¿Por qué lo piensas así? Debe de ser cosa del señor Bingley: No depende de nadie. Pero no lo sabes todo aún. Voy a leerte el pasaje que más daño me hace. No quiero esconderte nada. “El señor Darcy está impaciente por ver a su hermana, y la verdad es que nosotras no estamos menos deseosas de verla. Creo que Georgina Darcy no tiene igual por su belleza, elegancia y talento, y el afecto que nos inspira a Louisa y a mí aumenta con la esperanza que abrigamos que sea en el futuro nuestra hermana. No sé si alguna vez le he manifestado a usted mi sentir sobre esta circunstancia; pero no quiero irme sin confiárselo, y me figuro que lo encontrará muy normal. Mi hermano ya siente gran aprecio por ella, y ahora tendrá numerosas ocasiones de verla con la mayor intimidad. La familia de Georgina desea esta unión tanto como nosotras, y no creo que me ciegue la pasión de hermana al pensar que Charles es muy capaz de conquistar el corazón de cualquier mujer. Con todas estas circunstancias en favor de esta relación y sin nada que la impida, no puedo equivocarme, queridísima Jane, si tengo la esperanza de que se realice el acontecimiento que traería la felicidad a tantos de nosotros”.

      —¿Qué piensas de este párrafo, Lizzy? —preguntó Jane al terminar de leer—. ¿No está suficientemente claro? ¿No expresa claramente que Caroline ni espera ni desea que yo sea su hermana, que está completamente convencida de la indiferencia de su hermano, y que si sospecha la naturaleza de mis sentimientos hacia él, se propone, con toda amabilidad, eso sí, ponerme en alerta? ¿Puede darse otra interpretación a este asunto?

      —Sí se puede. Yo lo interpreto de forma muy diferente. ¿Quieres saber cómo?

      —Claro que sí.

      —Te lo diré en resumen. La señorita Bingley se ha percatado de que su hermano está enamorado de ti y ella quiere que se case con la señorita Darcy. Se ha ido