Novelas completas. Jane Austen. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Oro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418211188
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aventurado a interrogar a Bingley sobre el mismo asunto. Jane le devolvió la mirada con una sonrisa tan llena de ternura, con una expresión de felicidad y de tanto agrado que indicaban claramente que estaba muy satisfecha de lo sucedido durante la velada. Elizabeth leyó al momento sus sentimientos; y en un instante toda la solicitud hacia Wickham, su odio contra los enemigos de este, y todo lo demás desaparecieron ante la esperanza de que Jane se hallase en la mejor senda hacia su felicidad.

      —Quiero saber —dijo Elizabeth tan sonriente como su hermana— lo que has oído decir del señor Wickham. Pero quizás has estado demasiado ocupada con cosas más lisonjeras para pensar en una tercera persona... Si así ha sido, puedes estar segura de que no lo tendré en cuenta.

      —No —contestó Jane—, no me he olvidado de él, pero no tengo nada favorable que contarte. El señor Bingley no conoce toda la historia e ignora las circunstancias que tanto ha ofendido al señor Darcy, pero responde de la buena conducta, de la integridad y de la honradez de su amigo, y está firmemente convencido de que el señor Wickham ha recibido más atenciones del señor Darcy de las que ha sido deudor; y siento decir que, según el señor Bingley y su hermana, el señor Wickham está muy alejado de ser un joven honorable. Me temo que haya sido irreflexivo y que tenga bien merecido el haber perdido la consideración del señor Darcy.

      —¿El señor Bingley no conoce personalmente al señor Wickham?

      —No, no lo había visto nunca antes del otro día en Meryton.

      —De manera que lo que sabe es lo que el señor Darcy le ha explicado. Estoy satisfecha. ¿Y qué dice de la rectoría?

      —No recuerda con precisión cómo fue, aunque se lo ha oído contar cientos de veces; pero cree que le fue otorgada solo con condiciones.

      —No pongo en duda la honorabilidad del señor Bingley —dijo Elizabeth colérica—, pero perdona que no me convenzan sus afirmaciones. Hace muy bien en defender a su amigo; pero como desconoce algunas partes de la historia y lo único que sabe se lo ha dicho él, seguiré opinando de los dos caballeros lo mismo que antes.

      Dicho esto, las dos hermanas comenzaron otra conversación mucho más placentera para las dos. Elizabeth oyó encantada las felices aunque humildes esperanzas que Jane poseía respecto a Bingley, y le dijo todo lo que pudo para alentar su confianza. Al unírseles el señor Bingley, Elizabeth se retiró y se fue a hablar con la señorita Lucas que le preguntó si le había complacido su última pareja. Elizabeth casi no tuvo tiempo para responder, porque allí se les presentó Collins, diciéndoles entusiasmado que había tenido la suerte de hacer un descubrimiento crucial.

      —He sabido —manifestó—, por una singular casualidad, que está en este salón un pariente cercano de mi protectora. He tenido el placer de oír cómo el mismo caballero se refería a la dama que hace los honores de esta casa los nombres de su prima, la señorita de Bourgh, y de la madre de esta, lady Catherine. ¡De qué manera tan maravillosa pasan estas cosas! ¡Quién me iba a decir que habría de encontrar a un sobrino de lady Catherine de Bourgh en esta reunión! Me alegro mucho de haber hecho este hallazgo a tiempo para poder presentarle mis respetos, cosa que voy a realizar ahora mismo. Espero que me perdone por no haberlo realizado antes, pero mi total ignorancia de ese parentesco me disculpa.

      —¿No se irá a presentar usted mismo al señor Darcy?

      —¿Y por qué no? Le pediré que me excuse por no haberlo hecho antes. ¿No ve que es el sobrino de lady Catherine? Podré notificarle que Su Señoría se encontraba perfectamente la última vez que la vi.

      Elizabeth intentó frenarle para que no hiciese semejante imprudencia asegurándole que el señor Darcy consideraría el que se dirigiese a él sin previa presentación como una impertinencia y una osadía, más que como una deferencia a su tía; que no había ninguna necesidad de darse a conocer, y si la hubiese, le correspondería al señor Darcy, por la superioridad de su posición, ser el primero. Collins la escuchó decidido a seguir sus propios impulsos y, cuando Elizabeth cesó de hablar, le respondió:

      —Mi querida señorita Elizabeth, tengo la mejor opinión del mundo de su extraordinario criterio en toda clase de negocios, como corresponde a su inteligencia; pero permítame que le diga que debe haber una gran diferencia entre las fórmulas de cortesía establecidas para los laicos y las aceptadas para los clérigos; déjeme que le diga que el oficio de clérigo es, en cuanto a dignidad, equivalente al más alto rango del reino, con tal que los que lo ejercen se comporten con la humildad necesaria. De modo que permítame que siga los dictados de mi corazón que en esta ocasión me llevan a realizar lo que considero un deber. Dispense, pues, que no siga sus consejos que en todo lo demás me servirán constantemente de guía, pero creo que en este caso estoy más capacitado, por mi educación y mi estudio cotidiano, que una joven como usted, para decidir lo que debe hacerse.

      Collins hizo una reverencia y se alejó para ir a saludar a Darcy. Elizabeth no le perdió de vista para ver la reacción de Darcy, cuya sorpresa por haber sido abordado de semejante manera fue notoria. Collins comenzó su discurso con una solemne inclinación, y, aunque ella no lo oía, era como si lo oyese, pues podía leer en sus labios las palabras “disculpas”, “Hunsford” y “lady Catherine de Bourgh”. Le ponía furiosa que metiese la pata ante un hombre como Darcy. Este le observaba sin reprimir su sorpresa y cuando Collins le dejó hablar le contestó con distante cortesía. Sin embargo, Collins no se desanimó y continuó hablando. El desprecio de Darcy aumentaba con la duración de su segundo discurso, y, al final, solo hizo una leve inclinación y cambió de lugar. Collins volvió entonces hacia Elizabeth.

      —Le aseguro —le dijo— que no tengo motivo para estar descontento de la acogida que el señor Darcy me ha otorgado. Mi atención le ha complacido sobremanera y me ha contestado con la mayor delicadeza, haciéndome incluso el honor de manifestar que estaba tan convencido de la buena elección de lady Catherine, que daba por descontado que jamás otorgaría una merced sin que fuese merecida. Verdaderamente fue una frase preciosa. Así pues, estoy muy contento de él.

      Elizabeth, que no tenía el menor interés en continuar hablando con Collins, dedicó su atención casi por entero a su hermana y a Bingley; la multitud de placenteros pensamientos a que sus observaciones dieron lugar, la hicieron casi tan feliz como Jane. La imaginó instalada en aquella gran casa con toda la felicidad que un matrimonio por verdadero amor puede proporcionar, y se sintió tan dichosa que creyó incluso que las dos hermanas de Bingley podrían llegar a gustarle. No le costó mucho adivinar que los pensamientos de su madre seguían los mismos caminos y decidió no arriesgarse a aproximarse a ella para no escuchar sus comentarios. Por desgracia, a la hora de cenar les tocó sentarse una junto a la otra. Elizabeth se enfadó mucho al ver cómo su madre no hacía más que hablarle a lady Lucas, libre y sin tapujos, de su esperanza de que Jane se casara en breve con Bingley. El tema era apasionante, y la señora Bennet parecía que no se iba a cansar nunca de enumerar las ventajas de aquella unión. Solo con ponderar la juventud del novio, su atractivo, su riqueza y la circunstancia de que viviese a solo tres millas de Longbourn, la señora Bennet se sentía en la gloria. Pero además había que tener en cuenta lo encantadas que estaban con Jane las dos hermanas de Bingley, quienes, sin duda, se alegrarían de la unión tanto como ella misma. Por otra parte, el matrimonio de Jane con alguien de tanta alcurnia era muy ventajoso para sus hijas menores que tendrían así más oportunidades de relacionarse con hombres ricos. Por último, era un descanso, a su edad, poder confiar sus hijas solteras al cuidado de su hermana, y no tener que verse ella obligada a acompañarlas más que cuando tuviera ganas. No había más recurso que tomarse esta circunstancia como un motivo de contento, pues, en tales casos, así lo demandaba la etiqueta; pero no había nadie que le gustase más quedarse cómodamente en casa en cualquier época de su vida. Concluyó deseando a la señora Lucas que no tardase en tener tanta suerte como ella, aunque triunfante pensaba que no había muchas esperanzas.

      Elizabeth se esforzó en vano en aminorar las palabras de su madre, y en convencerla de que expresase su satisfacción un poquito más serena; porque, para mayor contratiempo, notaba que Darcy, que estaba sentado enfrente de ellas, estaba oyendo casi todo. Lo único que hizo su madre fue reprenderla por ser tan irreflexiva.

      —¿Qué