Novelas completas. Jane Austen. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Oro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418211188
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Yo ya he hablado del baile, y usted debería realizar algún comentario sobre las dimensiones del salón y sobre el número de parejas.

      Él sonrió y le prometió que diría todo lo que ella quisiera oír.

      —Muy bien. No está mal esa respuesta de momento. Probablemente poco a poco me convenza de que los bailes privados son más agradables que los públicos; pero ahora podemos permanecer mudos.

      —¿Acostumbra usted a hablar mientras baila?

      —Algunas veces. Es preciso hablar algo, ¿no cree? Sería extraño estar juntos durante media hora sin decir absolutamente nada. Pero en atención de algunos, hay que llevar la conversación de manera que no se vean forzados a tener que decir más de lo necesario.

      —¿Se refiere a usted misma o lo dice por mí?

      —Por los dos —replicó Elizabeth con coquetería—, pues he encontrado una gran semejanza en nuestro carácter. Los dos somos insociables, taciturnos y no nos place hablar, a menos que esperemos decir algo que deslumbre a todos los presentes y pase a la posteridad con todo el fulgor de un proverbio.

      —Estoy seguro de que usted no es así. En cuanto a mí, no sabría decirlo. Usted, sin duda, piensa que me ha hecho un fiel retrato.

      —No puedo juzgar mi propia obra.

      Él no respondió, y parecía que ya no abrirían la boca hasta finalizar el baile, cuando él le preguntó si ella y sus hermanas frecuentaban a menudo Meryton. Elizabeth contestó afirmativamente e, incapaz de resistir la tentación, añadió:

      —Cuando nos encontró usted el otro día, acabábamos precisamente de conocer a un nuevo amigo. El efecto fue inmediato. Una profunda sombra de desprecio oscureció el semblante de Darcy. Pero no dijo nada; Elizabeth, aunque reprochándose a sí misma su metedura de pata, prefirió no continuar. Al fin, Darcy habló y de forma obligada dijo:

      —El señor Wickham está dotado de prendas tan atractivas que ciertamente puede hacer amigos con facilidad. Lo que es menos cierto, es que sea igualmente capaz de conservarlos.

      —Él ha tenido la desgracia de perder su amistad —dijo Elizabeth con énfasis—, de tal manera que sufrirá por ello toda su vida.

      Darcy no contestó y se notó que tenía ganas de cambiar de tema. En ese momento sir William Lucas pasaba cerca de ellos al atravesar la pista de baile con la intención de ir al otro extremo del salón y al descubrir al señor Darcy, hizo un alto y ejecutó una reverencia con toda cortesía para felicitarle por su modo de bailar y por su pareja.

      —Estoy sumamente complacido, mi estimado señor, tan extraordinario modo de bailar no se ve a menudo. Es evidente que pertenece usted a los ambientes más selectos. Permítame decirle, sin embargo, que su hermosa pareja en nada es inferior a usted, y que espero volver a gozar de este espectáculo, sobre todo, cuando cierto acontecimiento muy deseado, querida Elizabeth (mirando a Jane y a Bingley), suceda. ¡Cuántas felicitaciones habrá entonces! Convoco al señor Darcy. Pero no quiero interrumpirle, señor. Me agradecerá que no le prive más de la subyugante conversación de esta señorita cuyos hermosos ojos me lo están también echando en cara.

      Darcy casi no escuchó esta última parte de su discurso, pero la alusión a su amigo pareció impresionarle mucho, y con una grave expresión dirigió la mirada hacia Bingley y Jane que bailaban juntos. Sin embargo, se sobrepuso en breve y, volviéndose hacia Elizabeth, manifestó:

      —La interrupción de sir William me ha hecho olvidar de qué estábamos hablando.

      —Creo que no estábamos hablando. Sir William no podría haber interrumpido a otra pareja en todo el salón que tuviesen menos de qué hablar el uno al otro. Ya hemos fracasado con dos o tres temas. No tengo ni idea de qué podemos hablar ahora.

      —¿Qué opina de los libros? —le preguntó él sonriendo.

      —¡Los libros! ¡Oh, no! Estoy segura de que no leemos jamás los mismos o, por lo menos, no sacamos idénticas conclusiones.

      —Lamento que crea eso;, pero si así fuera, de cualquier modo, no nos faltaría tema. Podemos comprobar así nuestras diversas opiniones.

      —No, no puedo hablar de libros en un salón de baile. Tengo la cabeza ocupada en otros derroteros.

      —En estos lugares no piensa nada más que en el presente, ¿no es cierto? —dijo él con una mirada interrogativa.

      —Sí, siempre —contestó ella sin saber lo que decía, pues se le había ido el pensamiento a otra parte, según demostró al exclamar de golpe—: Recuerdo haberle oído decir en una ocasión que usted raramente perdonaba; que cuando había fraguado un rencor, le era imposible aplacarlo. Supongo, por lo tanto, que será muy prudente en concebir resentimientos...

      —Así es —contestó Darcy con voz segura.

      —¿Y no se deja cegar alguna vez por los prejuicios?

      —Espero que no.

      —Los que no varían jamás de opinión deben asegurarse bien antes de juzgar.

      —¿Puedo preguntarle cuál es el motivo de estas preguntas?

      —Conocer su carácter, simplemente —dijo Elizabeth, tratando de esconder su seriedad—. Estoy intentando descubrirlo.

      —¿Y a qué conclusiones ha llegado?

      —A ninguna —dijo meneando la cabeza—. He oído cosas tan contradictorias de usted, que no consigo sacar ninguna.

      —Reconozco —contestó él con seriedad— que las opiniones acerca de mí pueden ser muy variadas; y desearía, señorita Bennet, que no esbozase mi carácter en este instante, porque tengo argumentos para temer que el resultado se alejaría de la verdad.

      —Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra ocasión.

      —De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya —repuso él sin pestañear.

      Elizabeth no habló más, y terminado el baile, se separaron sin decirse palabra, los dos insatisfechos, aunque en distinto grado, pues en el corazón de Darcy había un poderoso sentimiento de condescendencia hacia ella, lo que hizo que pronto la perdonara y concentrase toda su furia contra otro.

      No hacía mucho que se habían separado, cuando la señorita Bingley se acercó a Elizabeth y con una expresión de amabilidad y rechazo a la vez, le dijo:

      —De modo que, señorita Eliza, está usted encantada con el señor Wickham. Me he enterado por su hermana que me ha hablado de él y me ha hecho mil preguntas. Me parece que ese joven se olvidó de explicarle, entre muchas otras cosas, que es el hijo del viejo Wickham, el último administrador del señor Darcy. Déjeme que le aconseje, como amiga, que no se fíe mucho de todo lo que le cuente, porque eso de que el señor Darcy le trató mal es mentira; por el contrario, siempre ha sido sumamente cortés con él, aunque George Wickham se ha portado con el señor Darcy de la manera más villana. No conozco los detalles, pero sé muy bien que el señor Darcy no es de ningún modo el culpable, que no puede soportar ni oír el nombre de George Wickham y que, aunque mi hermano pensó que no podía evitar incluirlo en la lista de oficiales invitados, él se alegró grandemente de ver que él mismo se había apartado de su camino. El mero hecho de que haya venido aquí al campo es un verdadero desafío, y no logro comprender cómo se ha atrevido a hacerlo. Lo siento, señorita Eliza, por este descubrimiento de la culpabilidad de su favorito; pero en realidad, teniendo en cuenta su origen, no se podía aguardar nada mejor.

      —Su culpabilidad y su origen parece que son para usted una misma cosa —le dijo Elizabeth hecha una furia—; porque de lo peor que le he oído acusarle es de ser hijo del administrador del señor Darcy, y de eso, puedo dar fe, ya me había puesto al corriente él.

      —Le ruego que me disculpe —replicó la señorita Bingley, dándose la vuelta con desprecio—. Perdone mi injerencia; fue con la mejor intención.

      “¡Descarada! —dijo Elizabeth para sí—.