Novelas completas. Jane Austen. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Oro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418211188
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estaban precisamente hablando. El señor Bingley y sus hermanas venían para invitarlos personalmente al tan ansiado baile de Netherfield que había sido programado para el martes siguiente. Las Bingley se alegraron mucho de ver a su querida amiga, les parecía que había pasado un siglo desde que habían estado juntas y sin descanso le preguntaban qué había sido de ella desde su separación. Al resto de la familia les prestaron poca atención, a la señora Bennet la soslayaron todo lo que les fue posible, con Elizabeth hablaron muy poco y a las demás ni tan solo les dirigieron la palabra. Se fueron rápido, levantándose de sus asientos con una premura que dejó sorprendido a su hermano, salieron con tanta rapidez que parecían estar impacientes por huir de las atenciones de la señora Bennet.

      La perspectiva del baile de Netherfield resultaba grandemente atractiva a todos los miembros femeninos de la familia. La señora Bennet lo tomó como un cumplido dedicado a su hija mayor y se sentía singularmente lisonjeada por haber recibido la invitación del señor Bingley en persona y no a través de una fría tarjeta. Jane se imaginaba una feliz velada en compañía de sus dos amigas y con las atenciones del hermano, y Elizabeth pensaba con placer en bailar todo el tiempo con el señor Wickham y en ver confirmada toda la historia en las miradas y la conducta del señor Darcy. La felicidad de Catherine y Lydia dependía menos de un simple hecho o de una persona en particular, porque, aunque las dos, como Elizabeth, pensaban bailar la mitad de la noche con Wickham, no era ni mucho menos la única pareja que podía llenarlas, y, al fin y al cabo, un baile era un baile. Incluso Mary llegó a asegurar a su familia que tampoco ella ponía reparos a la idea de ir.

      —Mientras pueda tener las mañanas para mí —dijo—, me es suficiente. No me supone ningún sacrificio aceptar de vez en cuando compromisos para la noche. Todos nos debemos a la sociedad, y confieso que soy de las que consideran que los intervalos de ocio y esparcimiento son necesarios para todo el mundo.

      Elizabeth estaba tan animada por la ocasión, que a pesar de que no solía hablarle a Collins más que cuando era imprescindible, no pudo callarse el preguntarle si tenía intención de aceptar la invitación del señor Bingley y si así lo hacía, si le parecía adecuado asistir a fiestas nocturnas. Elizabeth se quedó sorprendida cuando le respondió que no tenía ningún reparo en ello, y que no temía que el arzobispo ni lady Catherine de Bourgh le censurasen por asistir al baile.

      —Le aseguro que en nada creo —manifestó— que un baile como este, organizado por hombre de alcurnia para gente respetable, pueda tener algo censurable. No tengo ningún inconveniente en bailar y espero tener el honor de hacerlo con todas mis bellas primas. Aprovecho ahora esta ocasión para pedirle, singularmente a usted, señorita Elizabeth, los dos primeros bailes, preferencia que confío que mi prima Jane sepa atribuir a la causa debida, y no a un desprecio hacia ella.

      Elizabeth se quedó totalmente defraudada. ¡Ella que se había propuesto dedicar esos dos bailes tan especiales al señor Wickham! ¡Y ahora tenía que bailarlos con el señor Collins! Había elegido mal la ocasión para ponerse tan alegre. En fin, ¿qué podía hacer? No le quedaba más remedio que dejar su felicidad y la de Wickham para un poco más tarde y aceptar la propuesta de Collins con el mejor espíritu posible. No le hizo ninguna gracia su galantería porque detrás de ella se escondía algo más. Por primera vez se le ocurrió pensar que era ella la elegida entre todas las hermanas para ser la señora de la casa parroquial de Hunsford y para asistir a las partidas de cuatrillo de Rosings en ausencia de visitantes más distinguidos. Esta idea no tardó en convertirse en convicción cuando observó las crecientes atenciones de Collins para con ella y oyó sus frecuentes tentativas de elogiar su ingenio y vivacidad. Aunque a ella, el efecto que causaban sus encantos en este caso, más que complacerla la dejaba perpleja, su madre pronto le dio a entender que la posibilidad de aquel matrimonio le agradaba en demasía. Sin embargo, Elizabeth prefirió no darse por aludida, porque estaba segura de que cualquier réplica tendría como resultado una seria discusión. Probablemente el señor Collins nunca le haría tamaña proposición, y hasta que lo hiciese era una pérdida de tiempo discutir por él.

      Si no hubiesen tenido que realizar los preparativos para el baile de Netherfield, las Bennet menores habrían llegado a un estado digno de lástima, ya que desde el día de la invitación hasta el del baile llovió sin parar, impidiéndoles ir ni una sola vez a Meryton. Ni tía, ni oficiales, cotilleo. Hasta los centros de rosas para el baile de Netherfield tuvieron que realizarse por encargo. La misma Elizabeth vio su paciencia puesta a prueba con aquel mal tiempo que frenó totalmente los progresos de su amistad con Wickham. Solo el baile del martes pudo hacer soportable a Catherine y a Lydia un viernes, sábado, domingo y lunes como aquellos.

      Capítulo XVIII

      Hasta que Elizabeth entró en el salón de Netherfield y buscó sin éxito entre el grupo de casacas rojas allí reunidas a Wickham, no se le ocurrió pensar que no podía encontrarse entre los invitados. La certeza de hallarlo le había hecho pasar por alto lo que con razón la habría disgustado. Se había arreglado con más esmero que de costumbre y estaba preparada con el espíritu muy alto para conquistar todo lo que permaneciese indómito en su corazón, confiando que era el mejor galardón que podría conseguir en el curso de la velada. Pero en un momento le sobrevino la terrible sospecha de que Wickham podía haber sido excluido de la lista de oficiales invitados de Bingley para beneplácito de Darcy. Ese no era con exactitud el caso. Su ausencia fue definitivamente confirmada por el señor Denny, a quien Lydia se dirigió nerviosa, y quien les contó que el señor Wickham se había visto precisado a ir a la capital para resolver unos negocios el día antes y aún no había regresado. Y con una aviesa sonrisa añadió:

      —No creo que esos negocios le hubiesen retenido precisamente hoy, si no hubiese querido evitar encontrarse aquí con cierto caballero.

      Lydia no captó estas palabras, pero Elizabeth sí; aunque su primera sospecha no había sido cierta, Darcy era también responsable de la ausencia de Wickham, su rechazo hacia el primero se exasperó de tal modo que casi no pudo contestar con cortesía a las amables preguntas que Darcy le hizo al acercarse a ella poco después. Cualquier atención o tolerancia hacia Darcy significaba un insulto para Wickham. Decidió no tener ninguna conversación con Darcy y se puso de un humor que ni siquiera pudo disimular al hablar con Bingley, pues su ciega parcialidad la ponía furiosa.

      Pero el mal humor no era moneda de cambio para Elizabeth, y a pesar de que estropearon todos sus planes para la noche, se le pasó pronto. Después de contarle sus penas a Charlotte Lucas, a quien hacía una semana que no veía, pronto se encontró con valor para transigir con todas las extravagancias de su primo y se dirigió a él. Pero, los dos primeros bailes le devolvieron la desazón, fueron como una penitencia. El señor Collins, torpe y pomposo, disculpándose en vez de atender al compás, y perdiendo el paso sin proponérselo, le daba toda la pena y la vergüenza que una pareja torpe puede dar en un par de bailes. Librarse de él fue como alcanzar el paraíso.

      Después tuvo el alivio de bailar con un oficial con el que pudo hablar del señor Wickham, enterándose de que todo el mundo le estimaba. Al terminar este baile, volvió con Charlotte Lucas, y estaban charlando, cuando de súbito se dio cuenta de que el señor Darcy se había acercado a ella y le estaba pidiendo el próximo baile, la cogió tan de repente que, sin saber qué hacía, aceptó. Darcy se fue acto seguido y ella, que se había puesto muy nerviosa, se quedó allí deseando recuperar la tranquilidad. Charlotte trató de animarla.

      —A lo mejor lo encuentras seductor.

      —¡No lo quiera Dios! Esa sería la mayor de todas las desgracias. ¡Encontrar seductor a un hombre que debe ser odiado! No me desees tanto mal.

      Cuando se reanudó el baile, Darcy se le acercó para tomarla de la mano, y Charlotte no pudo evitar advertirle al oído que no fuera necia y que no dejase que su capricho por Wickham le hiciese parecer descortés a los ojos de un hombre que valía diez veces más que él. Elizabeth no respondió. Ocupó su lugar en la pista, sorprendida por la dignidad que le otorgaba el hallarse frente a frente con Darcy, leyendo en los ojos de todos sus vecinos idéntica sorpresa al contemplar la situación. Estuvieron un rato en silencio; Elizabeth empezó a pensar que aquella situación iba a durar hasta el final de los dos bailes. Al comienzo estaba decidida a no romperlo, cuando de pronto opinó que el peor castigo para su pareja