—Viene de Lawton House.
—¿De Lawton? —preguntó al tomarla en la mano. Su ansiedad creció.
Rompió el lacre, y sintió cómo la sangre le abandonaba las mejillas al leerla.
—¿Qué ocurre? —preguntó lord Brentmore, preocupado.
Los niños estaba inmóviles.
—Es… es del ama de llaves de Lawton. Mi… mi madre está muy enferma. Muy grave —fiebre y enfermedad pulmonar, le decían—. Hace días que enviaron la carta —añadió, y se la ofreció para que la leyera.
—Tiene que acudir a su lado.
Ella negó con la cabeza.
—¿Cómo voy a marcharme? Los niños, mis obligaciones en la casa…
El levantó la mirada.
—Debe irse —y mirando a los niños, añadió—: Nos las arreglaremos sin la señorita Hill, ¿verdad?
Cal los miraba a los dos con los ojos muy abiertos.
—¡No! —exclamó Dory, asustada—. ¡No quiero que la señorita Hill nos deje!
—Vamos, vamos, hija. No debemos ser egoístas. La madre de la señorita Hill está enferma y debe atenderla —su tono era tranquilizador—. Además, la señorita Hill estará fuera solo unos días, hasta que su madre se recupere.
Dory pestañeó.
—Entonces, ¿volverá?
Anna dejó su silla para tomar en brazos a la niña.
—Por supuesto que volveré, mi niña. No temas.
—¿Quiere salir hoy mismo?
—No creo que pueda —besó a Dory en la mejilla y volvió a sentarla—. Tengo que hacer preparativos. Desconozco el horario de los coches y…
—Tonterías. No tiene por qué viajar en un coche público, teniendo yo un montón de coches que ofrecerle. Déjeme a mí esos preparativos. Si desea estar en Lawton antes de que anochezca, puede hacerse.
La garganta se le cerró.
—¿Cómo voy a poder agradecérselo?
Él la miró a los ojos.
—Es lo menos que puedo hacer, cuando soy yo el que está en deuda con usted.
Siete
Anna se disculpó y abandonó la mesa del desayuno para ir en busca de la señora Willis e informarla de su inmediata partida.
El ama de llaves le dio un cálido abrazo y le advirtió que no se preocupara demasiado.
—No serviría de nada, querida. Debe ahorrar fuerzas para cuidar de su madre.
Hablaron de las comidas de los niños y de otras cuestiones de su cuidado.
—No se preocupe por los pequeños, señorita Hill. Están maravillosamente bien bajo sus cuidados y los de su padre. Todos estamos sorprendidos de lo mucho que han cambiado, y le prometo que seguiremos con la labor.
—Gracias —contestó, conteniendo las lágrimas—. Creo que Eppy puede ocuparse bien de ellos, y lord Brentmore, por supuesto. Es muy bueno con ellos.
—Cierto, querida. Él también está muy cambiado gracias a usted. Parece un hombre nuevo.
¿Gracias a ella? Cualquier institutriz con buen juicio habría hecho lo mismo que ella. Incluso algo mejor.
Rápidamente se fue al ala que ocupaban los niños en busca de Eppy, quien también la abrazó al enterarse de la enfermedad de su madre.
—Siento tener que marcharme y dejarte más trabajo.
—Vamos, qué tontería. Tienes que acudir al lado de tu madre. Además, los niños son un encanto ahora que ya no están tan inseguros y desconfiados como antes. Es fácil cuidar de ellos.
Anna no estaba tan segura, porque al fin y al cabo iba a ser una persona más que los abandonara.
Eppy la ayudó a hacer el equipaje y las dos hablaron de los niños mientras recogían las cosas que iba a necesitar.
Ella misma lo bajó todo al vestíbulo.
El señor Wyatt la esperaba allí.
—La cocinera le ha preparado una cesta y el marqués ha dado instrucciones al señor Upsom para que la lleve en la silla de tiro.
—¿Dónde están los niños? ¿Y lord Brentmore?
El señor Wyatt evitó mirarla. ¿Quería eso decir que no iba a poder despedirse de ellos.
Sintió una punzada de dolor y una gran desilusión por primera vez desde que lord Brentmore había accedido a quedarse con los niños. ¿No le parecía importante que se despidiera de ellos?
Salió fuera y vio el coche de caballos acercarse a la entrada principal. Wyatt colocó su maleta en el compartimento trasero y la ayudó a subir al pequeño carruaje.
—Espero que su madre se recupere pronto —dijo el señor Wyatt al entregarle la cesta—. Vuelva pronto.
A modo de respuesta, le apretó la mano.
—Gracias, señor Wyatt.
Pero no eran sus buenos deseos los que más anhelaba oír.
Se estaba sintiendo tan abandonada como cuando salió de la casa de Lord Lawton. Al menos Charlotte sí había acudido a despedirla. Parpadeó rápidamente para cortarle el paso a las lágrimas mientras avanzaban hacia el arco de la entrada. Nada más pasar, el conductor paró los caballos y se bajó de un salto.
—¿Por qué nos detenemos? —preguntó.
Él señaló con el pulgar.
—Tiene usted un nuevo conductor.
Un hombre salió de las sombras seguido de dos niños.
Anna bajó del coche y los chiquillos corrieron a sus brazos.
—¡Creía que iba a tener que irme sin deciros adiós! —dijo después de besarlos.
Dory sonrió.
—¡Ha sido idea de papá!
Entonces miró a lord Brentmore. No iba vestido como un caballero. De hecho, su cochero llevaba mejor atuendo.
—¿Lord Brentmore?
—Voy a ser yo quien la lleve hasta Lawton House.
El mozo de la cuadra sonreía.
—No se apure, señorita. Yo llevaré a los niños de vuelta a la casa sanos y salvos.
—¡Papá te ha dado una sorpresa! —jaleó Dory.
Desde luego que sí. No sabía qué decir.
—¡Despídase de estos niños! —dijo el marqués, empuñando las riendas—. Nos vamos.
Anna volvió a besarlos y a apretarlos contra su pecho.
—Volveré en cuanto pueda. Ahora haced caso de todo lo que os diga Eppy, que ella va a ser quien os cuide.
—¡Seremos buenos! —la tranquilizó Dory.
Cal volvió a abrazarla.
—Que… que tu madre se ponga buena.
Era la frase más larga que había dicho hasta el momento.
Volvió a abrazarlo.
—Gracias, lord Cal. Os echaré muchísimo de menos.
Y dejándolos en manos del mozo, subió al coche.
Lord