El imperativo de caridad hace que Nazarín auxilie a Ándara cuando, herida por un altercado con otra prostituta y huyendo de la policía, llega hasta la habitación del cura para esconderse. Víctor Fuentes11 afirma que esta escena recuerda “en sentido latente” tanto la irrupción de Susana (Rosita Quintana) en la hacienda de don Guadalupe (Fernando Soler) y su esposa doña Carmen (Matilde Palau) en Susana. Carne y demonio de Luis Buñuel, de 1951, como la de la tentación de Satanás (Silvia Pinal) a Simón (Claudio Brook) en Simón del desierto de Buñuel (1965). La habitación del cura —espacio de humildad, pobreza, bondad—, se inunda de impureza, sangre, olor del perfume barato de una mujer pública e irreverencia a tal punto que “hasta el Cristo del retrato pierde su majestuosa dignidad y se ríe a carcajadas” en el delirio de Ándara.12
Nazarín (1959) de Luis Buñuel.
Junto con Ándara ha ocupado el espacio Beatriz (Marga López), una mujer histérica con cara angelical, quien intentó suicidarse porque la abandonó Pinto (Noé Murayama), el seductor que la asediaba, y quien ayuda a que Ándara se recupere y logre escapar cuando la denuncian. El padre Nazario tendrá que abandonar el mesón porque Ándara provocará un incendio en la habitación para evitar que por el olor de su perfume la policía descubra que estuvo ahí escondida. Nazarín se resguardará en casa de otro cura, don Ángel, a quien le confecciona cigarrillos para ganarse el pan y quien, si bien no cree que el padre Nazario haya caído tentado por Ándara porque la considera un adefesio y participado en el incendio, le dice que no quiere que su madre sufra si la Iglesia le quita la licencia para ejercer su ministerio. El padre Nazario entiende que debe irse y aclara que aceptará con resignación lo que suceda y que se irá al campo para “sentirse más cerca de Dios” y que vivirá de la limosna y sin afectar la dignidad del sacerdocio pues se quitará la sotana y nadie se dará cuenta que es un cura. Aquí encontramos una crítica mordaz a la Iglesia católica, más preocupada de su prestigio que del acatamiento a las enseñanzas de Cristo; crítica que se hace presente también cuando un sacerdote le llama “subversivo” por encarar a un militar que maltrató a un campesino y cuando casi al final de la cinta un representante del obispado llega ante el padre Nazario, quien se encuentra preso, para decirle que han conseguido que no se lo lleven junto con los demás prisioneros, sino que vaya solo, que “siempre será lo menos vergonzoso”. El representante de la Iglesia no dudará en recriminarle al padre Nazario todas las “imprudencias y locuras” que impidieron que se “acomodara a la realidad” y viviera en consonancia con las reglas de la Iglesia a la que dice amar y obedecer.
A partir del momento en que abandona la casa de don Ángel, comienza el via crucis de Nazario, que fue el de Jesús, pero sin que al final haya resurrección ni redención, pues la cinematografía buñueliana no aprecia los falsos desenlaces optimistas, sino que queda siempre como acorde de séptima haciendo patente la complejidad del relato. Nazarín no tiene éxito en ninguna de sus empresas, incluso en aquella en la que parece que triunfa como cuando “salva” a una niña enferma de morir y las mujeres de la casa lo atribuyen a un milagro y lo enaltecen como a un santo. La humildad predicada por el cura se opaca con la veneración que esas mujeres idólatras le profesan y, por ello, la acción no puede ser vista como un triunfo de la fe. En una escena previa a ésta y que no es parte de la novela de Galdós, vemos al cura Nazario pedir trabajo a cambio de comida, lo que molesta a los otros trabajadores que acaban echándolo del sitio. La partida del cura genera un conflicto porque el capataz se enfrenta a los trabajadores que le hicieron perder mano de obra barata. Cuando Nazarín ya está lejos del lugar se escucha un disparo y queda la duda de si alguien habrá muerto. Con o sin conciencia, voluntariamente o no, Nazarín provoca un desenlace fatal. Poco después, descalzo y sin abrigo, encuentra a Beatriz y sucede la escena de la salvación de la niña. A partir de ahí, el padre Nazario peregrinará con Beatriz y Ándara, quienes se convierten en sus “escuderas”, en clara analogía a Don Quijote, como lo afirma el propio Buñuel.
Su peregrinar los lleva a un pueblo asediado por la peste y en donde la desolación se agolpa en la imagen de una pequeña niña caminando en una calle solitaria arrastrando una sábana. Intentando ayudar en todo lo que sea posible, entran en casa de una moribunda, Lucía, a quien el padre Nazario trata de reconfortar con la esperanza de Dios tras la muerte, pero ella no sucumbe a la fe y dice: “Cielo, no; ¡Juan, Juan!”, constatando que para ella primero es el amor a su hombre que a Dios. Juan llega y los echará del lecho de muerte; limpiará los labios de la moribunda y los besará a pesar de la posibilidad del contagio. Buñuel afirma que ése es “el amor total, y a pesar de todo, un amor que ni siquiera cuenta con la esperanza”.13 Éste es un primer gran golpe a la arrogancia de Nazarín, quien derrotado sólo acierta a decir: “He fracasado, hija. Que Dios tenga piedad de su alma”. Y por respuesta encuentra la devastadora verdad de Beatriz, quien le dice: “Yo también quería así”. A partir de ahí, y por las calumnias de que él tiene amoríos con ellas, se retiran a lo alto de una colina, en donde el padre les predica contra la tentación de la carne porque Beatriz vuelve a verse agobiada por la duda cuando aparece nuevamente Pinto a seducirla. Víctor Fuentes afirma que:
En estas escenas Nazarín recobra su seguridad, compartiendo con sus discípulas, y apartado del mundo, la concepción del amor cristiano como ágape. Amar y no a una sola cosa o a un solo ser, sino a todo lo que ha hecho Dios, mientras dice estas palabras desliza amorosamente sobre su mano, y luego sobre su brazo, a un caracol, en una de sus sorpresivas e irracionales imágenes. Escenas éstas de recogimiento que tienen mucho de homologación con la de Jesús en el huerto de Getsemaní. El relato fílmico se encauza con la analogía de la Pasión de Cristo, pero para destacar la diferencia de la pasión humana de Nazarín.14
Pero la seguridad de la colina dura poco tiempo. Nazario y Ándara son apresados; Beatriz no los dejará, aunque sobre ella no pesa orden de encarcelamiento. Cuando van caminando en la cuerda de los presos en donde están un parricida y un sacrílego, el gendarme hace que el cura cargue a una niña vencida de cansancio; el parricida no deja de hostilizar al cura, por lo que Beatriz pide el auxilio del sargento que los custodia y éste le mete un culatazo al parricida que promete vengarse del sacerdote. Ya en la celda, algunos presos comienzan a burlarse de las creencias religiosas (de la misa, la comunión y la majestad de Dios) para provocar al padre Nazario, a quien golpean brutalmente y quien no presenta resistencia. Es en esta escena donde se hace más evidente la humanidad de Nazarín cuando dice: “Por primera vez en mi vida, me cuesta perdonar. Y les perdono porque es mi deber de cristiano. Les perdono, pero también les desprecio [...] y me siento culpable de no poder separar el desprecio del perdón”. Interviene el sacrílego para parar la golpiza y se da una conversación entre él y Nazarín en donde éste quisiera encontrar a un fiel que se guíe por la bondad de Dios. Pero una vez más Nazarín fracasa; el sacrílego le dice que ninguno de los dos sirve para nada así que “usted para el lado bueno y yo para el lado malo”, dice el “buen ladrón”, seguido de la petición de algunos “centavos” que al final de cuentas a “ti no te hacen falta”. Nazario queda completamente desorientado y devastado por la contundencia de las palabras del sacrílego que lo ha enfrentado a la razón de ser de su peregrinar, al sentido que hasta ahora había dado a la evangelización, a la conciencia de que los extremos se tocan y que no es inmune al mal.
Preso y andando su camino detrás de un soldado, ya sin Ándara, a la que se han llevado presa ni Beatriz, que ha vuelto con Pinto, Nazario rechaza en un primer momento una piña que una mujer le ofrece caritativamente al verlo en desgracia; este rechazo puede interpretarse, como lo dice el propio Buñuel,15 como una falta de humildad, es decir, como una actitud soberbia que hace que reniegue de cualquier vínculo de dependencia o necesidad con cualquier otro, ya sea Dios o un prójimo. Pero la arrogante soberbia dura poco; abatido y derrotado, Nazarín vuelve sobre sus pasos, acepta la piña y agradece la caridad y la bendición de la humilde