Y tal vez ahí empezó la decadencia de la Época de Oro.
Con ¡Vuelven los García!, la soberbia devino pecaminosa, las inversiones quedaron prohibidas. Terminó ahí el secularismo festivo en el cine nacional.
Bibliografía
De la Fuente Lora, Gerardo, “Seducción. El pensamiento económico latinoamericano”, en Hugo Zemelman (coord.), Determinismos y alternativas en las ciencias sociales de América Latina, Venezuela, Nueva Sociedad/CRIM, 1995.
Monsiváis, Carlos, Amor perdido, México, Editorial Era, 1977 (edición digital 2013).
Morales, Cesáreo, ¿Hacia dónde vamos?, México, Siglo XXI Editores, 2010.
San Agustín, La ciudad de Dios, Madrid, Editorial Tecnos, 2007.
Villoro, Luis, El proceso ideológico de la revolución de independencia, Cien de México, México, SEP, 1953.
Filmografía
Allá en el Rancho Grande (Fernando de Fuentes, México, 1936).
Caifanes, Los (Juan Ibáñez, México, 1977).
Inocente, El (Rogelio A. González, México, 1956).
Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, México, 1948).
Pepe el Toro (Ismael Rodríguez, México, 1953).
Tercera palabra, La (Julián Soler, México, 1956).
Tres García, Los (Ismael Rodríguez, México, 1946).
Tres huastecos, Los (Ismael Rodríguez, México, 1948).
Ustedes los ricos (Ismael Rodríguez, México, 1948).
¡Vuelven los García! (Ismael Rodríguez, México, 1947).
1 Luis Villoro, El proceso ideológico de la Revolución de Independencia, p. 75.
2 San Agustín, La ciudad de Dios, p. 236.
3 Ibid., p. 408.
4 Cesáreo Morales, ¿Hacia dónde vamos?, p. 177.
5 San Agustín, op. cit., p. 366.
6 Los tres García, México, 1946, dirigida por Ismael Rodríquez, con Pedro Infante, Sara García, Marga López, Abel Salazar y Víctor Manuel Mendoza en los roles estelares. Música de Manuel Esperón, fotografía de Ross Fisher, producida por los Hermanos Rodríguez.
7 Sobre los aspectos culturales y epistémicos de las teorías de la CEPAL y de las teorías de la dependencia, cfr. Gerardo de la Fuente Lora, “Seducción. El pensamiento económico latinoamericano”, en Zemelman Hugo (coord.) Determinismos y alternativas en las ciencias sociales de América Latina, 1a. edición, Venezuela, Nueva Sociedad/CRIM, 1995.
8 Carlos Monsiváis, Amor perdido (edición digital, 2013), posición Kindle 1419.
9 Ibid., posición Kindle 1425.
10 Ibid., posición Kindle 1439.
11 Ibid., posición Kindle 1463.
* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Leticia Flores Farfán*
Figuras soberbias
“¿Cuando nada soy es cuando soy hombre?”, pregunta Edipo a Ismene cuando por fin logra encontrarlo en tierras de Colona (Edipo en Colona).1 Desterrado, viejo, ciego, indefenso y dependiente de su hija Antígona para poder desplazarse y sobrevivir, Edipo no es ya ni la sombra de ese personaje majestuoso, descifrador de enigmas y rey justiciero del que dio cuenta Sófocles en Edipo rey.2 Edipo ya no se proclama hijo de la buena fortuna sino su víctima, ya no el justiciero y el rey salvador, sino el criminal que trajo todas las desgracias a la ciudad que lo vio nacer. El actuar de Edipo se sitúa en la tensión entre voluntad humana y designio divino, pero asumiendo que este último no es determinación pura, pues el héroe elige, decide, determina, aunque tras su libertad siempre haya una ignorancia particular que impida que el héroe tenga todas las cartas sobre la mesa a la hora de elegir. Para poder comprender lo que le sucede al héroe trágico, Aristóteles no deja de lado en Poética el destacado papel que la fortuna o los sucesos que no está en nuestras manos controlar tienen en la consecución de la eudaimonía, de la vida buena, porque un cambio de fortuna puede llevar de la desgracia a la dicha o de la dicha a la desgracia, como le sucede a Edipo. El mito trágico muestra así a los hombres como seres vulnerables que sufren toda clase de infortunios; habla de personas buenas que caen en desgracia por una especie de hamartía, de error causalmente inteligible, como es el caso de la ignorancia no culpable de Edipo. La hamartía se produce por la ignorancia de un conocimiento o información vital para que el agente pueda tomar una decisión correcta y da lugar a ese cambio de fortuna que suscitará la trama trágica. Pero en la medida en que la acción es imputable al agente dada la libertad puesta en juego para ejecutarla, no es posible eliminar la responsabilidad que la acción y las consecuencias de la misma generan. Edipo es responsable de sus elecciones y de su decisión de utilizar sus habilidades intelectuales para descifrar los enigmas y es por ello y desde ahí que podemos comprender la complejidad de la acción trágica que se manifiesta en las palabras de Edipo cuando dice “Apolo fue quien hizo cumplirse estos terribles sufrimientos míos. Pero nadie, sino yo mismo, desdichado, me golpeó con mi propia mano” (Edipo rey, 1331-1334).
Cartel de la película Edipo rey, de Pier Paolo Pasolini.
¿En dónde reside entonces la soberbia de Edipo de la que habla Laura Bazzicalupo en La soberbia. Pasión por ser (2015)?3 “La soberbia, afirma Bazzicalupo, es un pecado de la verdad del ser, no quiere constatar quiénes somos, no quiere ver, es ciega, delira, se cree omnipotente, pura, indemne al mal, confiada en sí misma como era Edipo, sabio tirano de Tebas”.4 La soberbia de Edipo se juega por entero en la creencia en su plena autonomía y autosuficiencia, en su actitud arrogante y poderosa, en la incomprensión de su propia finitud y vulnerabilidad, en fin, en vivir como si no fuera un hombre falible y finito y creer que el poder de su astucia, la brillantez de su inteligencia bastarían para comprender la complejidad de la vida humana en donde “Se es soberbio porque se es hombre, pero es preciso abandonar la soberbia para llegar a ser hombre”.5 Edipo se ufanó de su intelecto y la agudeza de espíritu que le permitieron descifrar el enigma de la Esfinge y apoderarse del poder real de Tebas. El éxito, como registra E. R. Dodds al hablar del actuar de los héroes, “[…] produce koros —la complacencia del hombre a quien le ha ido demasiado bien— que, a su vez, engendra hybris, arrogancia de palabra, o aun de pensamiento”.6 La victoria obtenida en ese primer reto incrementó