La preparación del homo sapiens sapiens es, pues, evolutiva (bipedismo, aumento de la capacidad craneal y del volumen y peso del cerebro, uso de las manos, fabricación de herramientas), pero estos rasgos morfológicos no se transmiten genéticamente de los homines al sapiens, pues se trata de especies distintas, entre las que no hay posibilidad de cruce. De ahí que no sea correcto afirmar que “el hombre desciende del mono”, como si existiera una especie particular de mono (el famoso eslabón perdido de Darwin) que por adaptaciones sucesivas habría evolucionado hasta dar lugar a nuestra especie. Lo mismo hay que decir del australopithecus: tampoco esta especie desciende del mono. En el proceso evolutivo emergen —por decirlo así— diferentes grupos de especies: algunas, como la de los monos, se han conservado; otras, como las de los homínidos y homines, han desaparecido. Con nuestra especie, el desarrollo del sistema nervioso y cerebral parece haber alcanzado el punto más alto, tanto por lo que respecta a las funciones sensoriales y emocionales, como a la regulación del comportamiento[48]. Sin embargo, entre nuestros cerebros, el de los simios antropomorfos o el de los homínidos, no se observan novedades radicales: «Los monos cuentan ya con la neocorteza y su cerebro conoce fenómenos como la lateralización. En algunas especies de animales hay áreas del cerebro responsables de producir sonidos significativos, casi como una anticipación de las áreas lingüísticas»[49].
2) La humanización. La evolución que conduce a la aparición del hombre no es, pues, principalmente genética, sino ante todo cultural, o sea, no se trata de hominización, sino de humanización o personalización de la naturaleza humana. Si en la hominización el caso juega un papel importante, en la humanización este es sustituido por la intencionalidad reflexiva y la libertad. En otras palabras, la idea de la adaptación al medio ambiente no sirve para comprender la humanización, puesto que esta supone ya la separación del medio ambiente en el que el hombre se encuentra, a través precisamente de la cultura. De hecho, nuestro cerebro es igual que el de los hombres primitivos y, sin embargo, nuestra forma de vida, de relacionarnos con el mundo y con los otros es muy diferente[50]. En la historia evolutiva humana, la genética —la evolución morfológica— es reemplazada por la cultura. El cruce de elementos morfológicos y culturales da lugar a las mayores diferencias posibles con respecto a los animales. Por otro lado, el desarrollo cultural debe ponerse en relación con la liberación respecto de los instintos, la autoconciencia, la acción y las instituciones humanas. Así, mientras que la reproducción animal está regulada por los ciclos naturales fijos del instinto, la tendencia sexual humana se libera de estos vínculos para permitir la unión conyugal y la institución familiar. La criatura humana, que nace —por así decir— “prematuramente”, requiere la atención y el cariño constante de sus padres para sobrevivir y, sobre todo, para humanizarse. De ahí que la familia humana se base, además de en el amor de los esposos, en la dependencia del recién nacido respecto de sus padres. Por último, hay normas culturales, como la prohibición del incesto, que, si bien no tienen vigencia entre los animales, son absolutamente necesarias en el proceso de humanización.
En el arte descubrimos también la trascendencia de la naturaleza humana, pues mediante ella se va más allá de la simple supervivencia, en tanto que la belleza cultivada y contemplada —hablando estrictamente— no es útil. Y, sin embargo, para el hombre, el arte es esencial. De hecho, encontramos manifestaciones artísticas desde los albores de la Humanidad, así como también ritos funerarios, pues el hombre es el único ser vivo consciente de tener que morir. El modo humano de enfrentarse a la muerte, así como de relacionarse con los difuntos, constituye el contenido de esos ritos. Por último, el lenguaje permite al hombre “nombrar” la realidad. Junto a la finalidad puramente práctica de dominar el mundo, el lenguaje nos abre las puertas a un conocimiento más profundo de la realidad y, por consiguiente, de los otros y de nosotros mismos. Esto no significa, sin embargo, que las palabras sean naturales, a diferencia del conocimiento y de la capacidad de hablar. En efecto, aunque el lenguaje es natural para el hombre, las lenguas que hablamos son siempre un fenómeno cultural.
En conclusión, la bipedestación, el uso de la mano, la expresión de las emociones, el desarrollo del cerebro, la liberación de la sexualidad de un ciclo natural fijo e instintivo, el nacimiento de un ser biológicamente prematuro, etc., son elementos del proceso de hominización conectados de manera sistémica con los que forman parte de la humanización, como la conciencia del otro y de sí mismo, el matrimonio, la familia, la prohibición del incesto, la fabricación de herramientas, el arte culinaria, las bellas artes, el lenguaje, las leyes, la religión y los ritos fúnebres.
6. ECOLOGÍA Y ECOLOGISMO
La hipótesis de la evolución, además de ofrecer una visión global de los seres vivos —especialmente, del hombre y de las ciencias que se refieren a él—, ha ejercido un influjo decisivo en los diversos movimientos ecológicos que, desde mediados del siglo pasado, han ido surgiendo con el fin de defender nuestro planeta de diversos peligros. El término ecologismo deriva del neologismo ecología, vocablo creado por el biólogo alemán Ernst Haeckel en 1866, juntando los términos griegos oikos ‘casa’ y logos ‘estudio’. Siguiendo la tesis darwinista de la selección natural y la lucha por la vida, Haeckel concibe la ecología como una economía de la naturaleza, que se ocupa de las relaciones, tanto positivas como negativas, de los organismos vivos con el medio ambiente. Como las demás ciencias, la ecología cuenta con una serie de conceptos claves, como los de ecosistema o conjunto de relaciones entre diferentes poblaciones y comunidades de animales; bioma o ambiente vegetal con determinadas características geográficas y climáticas en que viven los animales; ecosfera o conjunto de ecosistemas y biomas, etc.[51] Así, el bioma marino (océanos y mares) está constituido por diversas poblaciones (peces, tortugas, moluscos, medusas, plancton), que forman comunidades, como la de peces y tortugas o Necton, es decir, la comunidad de animales nadadores; o las de medusas y organismos microscópicos o Plancton, es decir, el conjunto de animales que se dejan arrastrar por el agua.
Si la ecología tiene como objetivo el estudio biológico, geográfico y climático de la Tierra, el ecologismo se refiere a esas mismas cuestiones en una perspectiva cultural y política. En este sentido, desde los años 60 se han multiplicado los movimientos que se ocupan de la salud de nuestro planeta, como ecologistas, ambientalistas, animalistas, o la deep Ecology (o ecología profunda), etc. Los problemas causados por una serie de desastres ambientales en países comunistas y capitalistas, junto con la visión vitalista del planeta propia de la New Age, han transformado el ecologismo en una manera de pensar que se opone frontalmente al capitalismo salvaje y también a la tecnología. Tanto los ecologistas como los defensores de la ecología profunda sostienen que la civilización occidental está conduciendo la Tierra hacia una catástrofe, por lo que son necesarias urgentes contramedidas para invertir esa tendencia fatal. Para los ambientalistas se trata, sobre todo, de proteger la biodiversidad, amenazada por el cambio climático y la contaminación ambiental, para lo cual deben buscarse nuevas fuentes de energía; de una energía renovable, que restituya a la biosfera su equilibrio. Sin estas contramedidas, la especie humana corre un serio peligro de extinción. Para los partidarios de la ecología profunda no basta, sin embargo, introducir algún que otro cambio menor,