La conciliación entre el darwinismo y la genética mendeliana ha llevado también a considerar el método matemático —utilizado por la genética de poblaciones— como algo esencial en la recogida de los datos más destacados procedentes de las ciencias biológicas, para elaborar una síntesis. De ahí, su nombre de síntesis moderna de la evolución, o simplemente síntesis moderna, la cual ha constituido el núcleo duro del darwinismo del siglo XX[35]. Respecto al evolucionismo precedente, los representantes de la síntesis moderna establecen un puente entre la microevolución, estudiada por los poblacionistas, y la estructura de la macro-evolución, observada en los experimentos biológicos, pues en opinión de estos autores la macroevolución puede reconducirse a la microevolución, es decir, a ser la suma total de pequeñas mutaciones y recombinaciones genéticas, como se observa en el dimorfismo sexual de muchos animales o en los grupos sanguíneos humanos. La síntesis moderna parece, pues, postular que la especiación es el producto final de la acumulación de una multitud de pequeños cambios genéticos[36].
Actualmente, el darwinismo sigue gozando de un amplio consenso en los círculos científicos y académicos, a pesar de que no faltan las críticas desde diferentes disciplinas a algunas de sus tesis. De todas formas, se trata de un evolucionismo evolucionado —valga el juego de palabras— que por eso se ha dado en llamar neodarwinismo, heredero natural de la síntesis moderna. Con el término neodarwinismo nos referimos a autores como R. Dawkins, S. J. Gould, F. Ayala, si bien cada uno de ellos presenta el evolucionismo con sus propios matices. Por ejemplo, Dawkins, que sigue explicando la vida a través de la evolución genética, sostiene la famosa tesis del gen egoísta, que sería el motor de la selección natural, la única causa evolutiva válida, según él[37]. Gould, por su parte, señala que la adaptación genética defendida por Dawkins traiciona el pensamiento de Darwin, ya que este último en sus obras no trata de cambios genéticos, sino de la evolución de los organismos, la cual no obedece a una sola causa. Por eso, Gould propone reemplazar el fundamentalismo dawkiano con un enfoque pluralista[38]. Tal vez sean estas y otras críticas similares las que hayan movido a Dawkins a replantearse algunas de sus tesis iniciales, como el rechazo a admitir que la selección natural contenga en sí cierto progreso y, por consiguiente, pueda ser reducida a puro azar[39]. En esta línea, la tesis de Ayala cobra un interés particular, pues sostiene que la evolución, aunque como proceso carezca de un fin cognoscible, contiene en sí cierta teleología, en la medida en que se orienta a la transmisión de los códigos de información del DNA de acuerdo con el principio de la reproducción[40].
En conclusión, a pesar de que puede sostenerse la evolución como un hecho corroborado por los hallazgos —numerosos y coherentes— de las ciencias naturales, no existe una teoría única y exhaustiva, que logre explicarla cumplidamente. Por eso, para poder sobrevivir, el darwinismo ha tenido que adaptarse a los diferentes contextos científicos y culturales, modificando su mismo punto de partida, a veces, profundamente. De todas formas, hasta que no tengamos teorías alternativas, el darwinismo parece ser, hoy por hoy, la única explicación científica válida.
Por otro lado, el darwinismo, llevado al extremo —como en la síntesis moderna y, sobre todo, en el hiperdarwinismo de algunas obras de Dawkins—, niega la existencia del concepto mismo de especie, cayendo así en contradicción: si no hay especies, no puede hablarse de origen de las especies ni, por consiguiente, de su evolución. De hecho, de acuerdo con el neodarwinismo, lo que llamamos especie no sería más que la suma total de características conectadas accidentalmente, pues carecen de un principio unitario común. En lugar de especie, habría que hablar de ciertas estructuras que se mantienen durante más o menos tiempo, hasta que dejan de ser aptas para la supervivencia de esas poblaciones. En definitiva, el neodarwinismo concibe el ser vivo como una realidad contingente, constituida exclusivamente por una serie de características accidentales[41]. Y el hiperevolucionismo, además, reduce los seres vivos a máquinas portadoras de genes, que impulsan a reproducirse con vistas a su supervivencia.
De todas formas, como afirma Ayala, la idea de evolución no es neutra, pues señala cierta dirección y organización; en efecto, estrictamente hablando, no hay regresión en ámbito biológico. Además, es innegable que el proceso evolutivo ha llevado a la naturaleza, por decirlo así, hacia lo alto como lo demuestra el crecimiento en complejidad, la diferenciación, la integración, la organización y la autonomía relativa. Y, puesto que para llegar a lo más diferenciado se debe transitar desde lo simple —desde el punto de vista biológico— a lo complejo, en este mismo proceso descubrimos ya un rastro de finalidad. Por supuesto, el origen y, por tanto, el fin del proceso evolutivo están más allá de la ciencia experimental, pues mediante el método hipotético-deductivo podemos intentar comprender sólo cómo funciona la evolución, es decir, cuáles son las leyes que regulan los cambios en las especies o poblaciones, pero no su finalidad. De ahí que ninguna de las teorías evolutivas sea capaz de negar o afirmar la creación.
En esta perspectiva, la creación no niega la evolución; se opone, ciertamente, al hiperevolucionismo, porque, en la medida en que este afirma que todo está gobernado por el azar, rechaza la existencia de un logos en el origen último de las especies, así como la orientación de sus estructuras hacia cierta dirección. En definitiva, la creación es compatible con el evolucionismo a condición de que se acepte la presencia de una finalidad transcendente que dirige el proceso evolutivo. El diseño inteligente refuta, en cambio, el evolucionismo, porque no acepta el caso; por ejemplo, la posibilidad de que emerjan seres vivos cada vez más complejos o se emprenda un determinado camino evolutivo que después queda interrumpido. Desde el punto de vista del diseño inteligente, todo esto carece de sentido[42].
5. ANTROPOGÉNESIS
La aparición del Homo sapiens sapiens está relacionada con el origen del universo y la vida en la Tierra, ya que el hombre parece ser el viviente más perfecto. Precisamente, la concepción del ser humano como culminación de la vida animal, es una de las causas que dificultan la comprensión de su singularidad, pues aparentemente el hombre no es más que un animal evolucionado. De ahí que, desde un punto de vista científico, sobre el origen del hombre sólo se puedan formular hipótesis.
Aunque hay diversas teorías que tratan de explicar la aparición de la especie humana, las más conocidas siguen siendo las evolucionistas, las cuales se limitan al estudio de los cambios del cuerpo humano respecto al de los simios y los homínidos desaparecidos. Así, a partir de observaciones de tipo morfológico (estructura, funciones y leyes del desarrollo del cuerpo humano), se pretende reconstruir la evolución humana mediante diversos procesos de adaptación al medio ambiente, transmisión hereditaria, etc. En realidad, este enfoque presenta un error básico, pues en el hombre la ley de la adaptación es sustituida gradualmente por la de la trasformación de la naturaleza en mundo; en efecto, en lugar de adaptarse al medio ambiente, el hombre lo domina y humaniza con la técnica. Por eso, la vida humana no puede explicarse sólo en términos de adaptación y supervivencia.
En el estudio de la especie humana conviene distinguir, por tanto, dos aspectos: la hominización y la humanización. La hominización, que se refiere al origen del cuerpo humano, es de carácter anatómico-morfológico y evolutivo, mientras que la humanización, que estudia el origen de la persona, «se refiere a los restos fósiles, anatómicos y culturales que hacen que sea posible saber cuándo nos hallamos en presencia de hombres»[43]. La ciencia puede ocuparse de la hominización; la antropología filosófica y la teología, de la humanización.
1) La hominización. La paleontología, que estudia los cambios en el fenotipo de los individuos, encuentra una solución de continuidad entre los monos, los homínidos y la aparición del hombre. Así, el australopithecus, el principal representante de los homínidos, presenta características morfológicas propias, que preparan la aparición del cuerpo humano: a diferencia de los monos, es bípedo y, como algunos de ellos, utiliza las manos para manipular objetos; sin embargo, no parece que haya sido capaz de fabricar herramientas. Otro grupo es el de los homines, compuesto por diferentes especies genéticas que se hallan todavía más cercanas al sapiens. Los restos más antiguos, encontrados en el continente africano, datan de hace 2.000.000 de años. A través de los fósiles pueden rastrearse dos migraciones desde África: la primera hace