f) La reproducción y la herencia genética pueden entenderse como conservación de la especie y transmisión de determinadas características específicas a los nuevos individuos. Una y otra sirven para contrarrestar la ley de la temporalidad biológica, que en los seres vivos conduce irremediablemente a la muerte. En las personas, la reproducción, mejor aún la procreación, es necesaria para que haya recambio generacional, social y también cultural, mientras que la herencia genética, es necesaria para que haya generaciones, familias y grupos humanos. De hecho, tanto la herencia bio-psíquica —transmitida por generación— como la herencia cultural, son el modo principal para que las experiencias individuales, el conocimiento, las artes, la ciencia y la tecnología, sigan creciendo a pesar de la extinción de generaciones y culturas y, sobre todo, de la muerte de los individuos. La generación, la tradición y la cultura son necesarias, pues, no sólo para sobrevivir, sino sobre todo para vivir con dignidad, es decir, en un mundo verdaderamente humano.
En resumen, de todas las características de la vida hasta ahora vistas, la integración parece ser la más importante, pues requiere la presencia y armonización de las demás.
2. NOCIÓN METAFÍSICA DE LA VIDA
Los aspectos fenomenológicos recién examinados se refieren a una vida concreta, la cual es siempre una forma de ser, ya que para los vivientes ser y vivir se identifican. La vida cuenta así con dos aspectos ontológicos complementarios: la inmanencia y la trascendencia.
1) La inmanencia. La vida es inmanencia o intimidad activa. El ser de los vivientes, al actualizarse, no se pierde: no se aleja de sí, sino que se identifica cada vez más consigo mismo. Sus acciones, en lugar de huir de él, de perderse, permanecen en él perfeccionándolo, reforzando su unidad originaria. Esto explica que cualquier atentado contra la unidad sea también un atentado contra la vida en cualquiera de sus niveles: biológico, psíquico, personal, familiar, comunitario, etc.
Ahora bien, no todas las acciones tienen el mismo grado de inmanencia. Mientras que el crecimiento y la nutrición son inmanentes de forma imperfecta porque sus objetos: el crecimiento físico y las sustancias asimiladas se refieren sólo al cuerpo, las sensaciones lo son de modo más pleno, pues se conservan en la conciencia, con lo que se hace posible realizar actos de mayor inmanencia, como los del sentido común, la imaginación y la memoria. El conocimiento inteligible, por su parte, posee un nivel de inmanencia aún más profundo, pues sus actos residen en la mente, por lo que dan origen a los hábitos dianoéticos o ciencias. De todas formas, el mayor grado de inmanencia se encuentra en las acciones humanas, ya que estas dejan en la misma persona un hábito o disposición al bien o al mal, convirtiéndola en virtuosa o viciosa. A su vez, de todas las acciones, las más inmanentes son aquellas que generan relaciones interpersonales perfectivas, como el matrimonio, la paternidad y maternidad, la fraternidad, la amistad, etc., ya que todas ellas influyen de forma decisiva en la identidad de la persona, que pasa a ser así buen marido o buena esposa, buen padre o buena madre, buen hermano o buena hermana, buen amigo o buena amiga.
También hay inmanencia en los actos vitales, como la asimilación de los alimentos, los recuerdos, las imaginaciones, los conceptos, las voliciones, las virtudes, las relaciones interpersonales, etc. La posesión de cada uno de estos fines implica un determinado grado de perfección. Por ejemplo, hay más perfección en comprender los mandamientos que en escucharlos, en ponerlos en práctica, más que en entenderlos… y aún más, en poseer la virtud de la obediencia. Sin embargo, la obediencia no es simplemente un acto o una virtud, sino más bien una relación, en concreto una filiación bien vivida, informada por la pietas y otras virtudes sociales (confianza, sinceridad consigo mismo y con los demás, etc.).
Por último, la inmanencia se manifiesta también en la novedad: en las sustancias que se asimilan, en las sensaciones que se integran y estructuran, en la conclusión que une lógicamente las diferentes premisas, y en el amor que genera y regenera las identidades personales, sus diferencias y relaciones[8].
2) La trascendencia. La trascendencia la otra cara de la inmanencia, pues consiste en la apertura del viviente al mundo y a los otros. En efecto, la inmanencia no es un encerrarse en sí mismo, sino un enriquecimiento de la propia identidad a través de la relación con los otros. Por eso, la inmanencia se vierte en la trascendencia y viceversa. Existe, pues, una proporcionalidad directa entre estas dos realidades: cuanto más inmanente es una acción, tanto mayor es su trascendencia. Con otras palabras: la trascendencia es la sobreabundancia de la inmanencia. De ahí que los grados de trascendencia coincidan con los grados de inmanencia.
Así, la inmanencia del vegetal no va más allá de la comunicación vital con el entorno físico. El vegetal se trasciende sólo para entrar en relación con las realidades de las que se nutre y vive: sustancias minerales, agua, luz, etc. La inmanencia del animal, en cambio, no se limita a una comunicación con lo otro para alimentarse de él, pues puede poseerlo no sólo físicamente, sino también sensiblemente. Por último, la inmanencia de la persona es la mayor posible en el mundo, pues su trascendencia consiste no sólo en poseer física o sensiblemente, sino sobre todo en ser-para otros. En efecto, la inmanencia humana es plena, ya que, además de ir más allá de la propia forma mediante las formas intencionales sensibles, supera también la posesión sensible de estas, pues las contiene en sí intelectual y amorosamente. En tanto que puede poseer de este modo todas las cosas, la persona goza de una trascendencia espiritual, que le permite comunicar el bien, la verdad y la belleza al mundo y a los demás. La trascendencia espiritual consiente, pues, “superar el vivir en el mundo como fin último”. El fin de la persona humana no puede ser su vida individual, ni tampoco la especie o el mundo, pues el hombre se conoce a sí mismo, conoce la propia especie y el mundo, y eso significa trascenderlos. Por eso, el conocimiento humano y la voluntad no se satisfacen con el mundo, sino que tienden al Absoluto, un fin que a todas luces trasciende el carácter finito de la persona humana. Cuando el hombre no quiere reconocer esta aspiración de su corazón, se enfrenta necesariamente con la contradicción de poseer una trascendencia sin sentido, pues no hay nada que trascender, ya que todo lo que existe es finito. Se explica así por qué, según Sartre, la libertad —el nombre que él da a esta trascendencia— es absurda. A lo largo del ensayo trataré de mostrar, en cambio, que la trascendencia humana tiene sentido, para ello indicaré en qué consiste esa apertura al Absoluto y cuál es el papel desempeñado por ella en la constitución de la identidad humana y las relaciones personales[9].
3. LOS GRADOS DE VIDA COMO GRADOS DE INTEGRACIÓN
La visión greco-cristiana del universo como un cosmos ordenado según una jerarquía, hace posible el concepto mismo de integración. De hecho, además de existir un más y un menos cualitativo dentro de los grados de ser y, en consecuencia, en los vivientes, hay —según santo Tomás de Aquino— una inclinación de lo inferior hacia las formas superiores: así las operaciones vegetativas tienden a la sensación; la sensación, al conocimiento inteligible, y este último, a Dios[10]. Es decir, esta inclinación conduce a la unión de los diferentes grados de ser: en el animal, por ejemplo, se da la unión entre lo vegetativo y sensible, y en el hombre, entre lo vegetativo, sensible y racional o, mejor, relacional. Por eso, en los grados de vida más básicos descubrimos ya una tendencia a la integración. De ahí que pueda afirmarse que los grados de vida son tantos como los grados de integración. De todas formas, la proporción directa entre vida e integración deriva de otra aún más fundamental: la que existe entre integración y unidad y, por consiguiente, vida, ya que la vida y la unidad son transcendentales que se convierten mutuamente. Así, la simplicidad divina es el grado más elevado de vida y unidad, mientras que en todos los demás seres vivos la unidad de su ser, que está compuesta de esencia y acto de ser, se perfecciona a través de la unión e integración de estos principios.
Según los grados de integración, pueden distinguirse tres tipos de vida[11]:
a) La vida vegetativa implica la integración vital del entorno físico en el que se inserta el viviente. El medio ambiente solo tiene sentido respecto a la vida: no puede decirse que la piedra tenga un medio ambiente, ya que