1. POTENCIALIDADES DE LA TOTALIDAD DEL SER VIVO: INSTINTOS Y TENDENCIAS
Además de tener una estructura corporal orgánica, el viviente cuenta con un dinamismo interno, mediante el cual puede relacionarse con la realidad no solo físicamente sino también vitalmente. Dicho dinamismo depende del modo de ser del viviente, o sea, del determinado tipo de alma que posee. Por ejemplo, el vegetal, dotado solo de alma vegetativa, se halla inclinado hacia lo que depende directamente de su forma específica: la materia del ser vivo. Por eso, sus inclinaciones se refieren siempre a operaciones vitales en las que lo poseído o transmitido es de carácter físico, como la nutrición, el crecimiento y la reproducción. El animal, en cambio, que posee un alma sensitiva, capaz de captar las formas sensibles de otros seres, posee una inclinación o instinto hacia ellas. De ahí que las inclinaciones del animal sean tanto corporales como psíquicas, como lo demuestran los fenómenos del hambre, las emociones, o el placer y el dolor, vinculados a la satisfacción o insatisfacción de sus necesidades. En el hombre, en fin, la inclinación, además de física y psíquica, es también de naturaleza espiritual, en la medida en que su alma, dotada de un ser espiritual, trasciende por completo la materia[1]. Por eso, las inclinaciones humanas o tendencias carecen de la rigidez de los instintos y están abiertas al mundo[2], al uso de instrumentos, a la acción humana y a las diversas instituciones sociales, como la familia y la comunidad. De hecho, como he explicado en el capítulo anterior, el debilitamiento de los instintos, el aumento de la capacidad craneal, el uso de herramientas y el nacimiento de la cultura presentan un carácter sistémico.
Las inclinaciones (instintos y tendencias), puesto que contienen dinámicamente los diferentes elementos del ser vivo (corporales-psíquicos-espirituales), pueden ser llamadas potencialidades de la totalidad del viviente[3]. Consideremos, por ejemplo, el caso de la tendencia sexual: esta se refiere no solo a los cromosomas, a las hormonas y a los órganos sexuales sino también a la estructura del cerebro, a la identificación de uno mismo con el propio sexo, al deseo del otro, a la conducta sexual, al placer y la afectividad, a la virtud de la castidad, a la conyugalidad y la familia. De ahí que tanto los instintos como las tendencias no sean una pura reacción a los estímulos del medio ambiente, como sostiene en cambio la teoría conductista, sino estructuras muy complejas que conciernen al ser vivo en su totalidad[4]. Además, por estar ligadas a necesidades vitales, estas inclinaciones son potencialidades que tienden naturalmente al acto; no a uno cualquiera, sino a aquel que puede satisfacerlas, como la nutrición, el apareamiento o el cuidado de las crías. Pero, puesto que —como veremos más adelante— las inclinaciones contienen en sí una diversidad de elementos que no están integrados definitivamente, antes de convertirse en acto deben pasar por otras etapas, como la dinamización y la actualización[5].
En el animal, la falta de elementos espirituales hace que la potencialidad de su instinto esté muy cercana al acto, y que la integración espontánea de sus elementos físicos y psíquicos sea suficiente para desencadenar el comportamiento instintivo. Aunque no faltan los aspectos comunes entre las inclinaciones de los animales y las humanas, como la experiencia de necesidad (hambre, sed), la proyección hacia el futuro (inclinación o deseo) y la orientación hacia el fin (nutrición, reproducción, migración, juego), las diferencias son esenciales, por lo que conviene distinguirlas terminológicamente; por eso, llamaremos instintos a las inclinaciones del animal, reservando el término de tendencias para la persona.
1) Los instintos son aquellas inclinaciones naturales que, en presencia de su objeto y si no hay obstáculos exteriores, conducen necesariamente a un comportamiento predeterminado. Ejemplos de instinto son: el agonístico, sexual, depredador, migratorio, etc. El instinto conduce al animal a realizar determinadas acciones con que satisfacer sus necesidades, como la nutrición, el apareamiento, la protección de las crías, la captura de la presa. Se trata de comportamientos que poseen valor para la vida del individuo y la especie, pero carecen de relevancia moral, pues el animal no puede dominar sus instintos, se ve arrastrado por ellos, ni puede dirigirse libremente hacia el fin. En otras palabras, aunque su comportamiento es intencional, el animal carece de intenciones propias, pues no actúa por sí mismo, sino que es “actuado” por su naturaleza. El comportamiento del animal se halla, pues, fuera del ámbito moral. De hecho, para evaluar un acto bueno o malo, hay que reconocerlo como expresión de una intencionalidad subjetiva (algunos prefieren hablar de una intencionalidad de segundo orden[6]), que falta en el animal. De ahí que, por ejemplo, no sea apropiado hablar de crueldad en el caso del león que mata a los cachorros de otro león para aparearse con la leona que los está amamantando. El fin de este comportamiento es la transmisión de su herencia genética, pero el león lo desconoce y, por eso, no puede quererlo ni tampoco rechazarlo. No cabe, por tanto, hablar de una acción egoísta y menos aún de genes egoístas. Las valoraciones morales del comportamiento animal, o de su biología, son ejemplos de burda antropomorfización[7].
2) Las tendencias humanas, por su parte, son también inclinaciones de la totalidad de la persona. Por lo que pueden ser naturales o culturales, como el ser aficionado al fútbol. Por otro lado, aunque se hallan abiertas a ciertas acciones y relaciones, no conducen necesariamente a un comportamiento determinado. Las tendencias humanas se caracterizan por su flexibilidad, lo que respecto de los instintos puede ser considerado tanto una ventaja como una desventaja. La ventaja consiste en que, mediante el binomio razón-voluntad y las virtudes éticas, son educables. La desventaja es que, si no se educan, causan la desintegración y corrupción moral de la persona. Por eso, la educación de las tendencias no es una opción más, sino algo necesario: la falta de educación puede dar lugar a comportamientos desenfrenados, como la avidez y la violencia humanas, que ocasionan graves daños al planeta y son causa de genocidios y crímenes atroces.
La disponibilidad más o menos profunda de las tendencias a través de la acción y, sobre todo, su integración o desintegración mediante hábitos (los hábitos buenos o virtudes las integran, mientras que los hábitos malos o vicios las desintegran), las hace aptas para recibir una forma ulterior, su carácter personal. Por eso, mientras que el animal hambriento se abalanza inmediatamente para devorar la presa muerta, la persona, aunque esté hambrienta, sólo come después de haber tomado esa decisión. Por eso, el acto humano de comer admite una pluralidad de formas que derivan de la cultura y también de las virtudes personales: lo que en algunas culturas está permitido, en otras, está prohibido; algunas personas comen sobriamente; otras, se dejan llevar por la gula; e incluso de costumbres o modas, como los regímenes de comida, el ser vegetariano o vegano, etc. Pues, a diferencia de lo que sucede en los animales, a las tendencias humanas no les basta el puro dinamismo espontaneo para conducir al acto; de ahí, la responsabilidad que cada uno tiene a la hora de educar las propias tendencias para poder obrar bien, es decir, de forma verdaderamente humana.
2. DINAMIZACIÓN, ACTUALIZACIÓN Y ACCIÓN
Como ya he indicado, en el proceso que va desde la potencialidad de todo el ser vivo al acto hay tres etapas: dinamización, actualización y acción[8].
a) Dinamización
La primera es la dinamización de los instintos y las tendencias. A diferencia de los órganos, como el corazón o los pulmones que están dinamizados mientras el cuerpo está vivo, algunas tendencias básicas y, sobre todo, los instintos, son cíclicas, pues dependen de la función metabólica, la secreción de las glándulas, el influjo de las estaciones, etc. Por ejemplo, esto es evidente en el caso de la nutrición, pues no siempre sentimos hambre, es decir, necesitamos comer; la experiencia del hambre es precisamente el signo de que la tendencia de la nutrición se ha dinamizado. La dinamización generalmente termina con la satisfacción de la necesidad. En el caso de los animales siempre es así, mientras que en las personas —como veremos— el asunto es más complejo.
Por otro lado, en los seres humanos y los animales, la dinamización tiene o puede tener un aspecto psíquico, pues unos y otros están dotados de conciencia, es decir, de una luz que ilumina el propio vivir aun cuando se desconozca el objeto de la inclinación, como ocurre en las experiencias del hambre y la sed previas a la percepción de la comida