El museo policial
Acercarse a las narrativas policiales suele ser una tarea compleja debido a los varios resguardos que la institución y sus sujetos despliegan muchas veces frente a la pregunta curiosa. Por esto, una visita al museo policial puede abrirnos las puertas y las reflexiones para adentrarnos en un mundo un tanto familiar y ajeno a la experiencia propia. Mi relación con el Museo empezó varios años atrás, producto de las preguntas que guiaban mi tesis de doctorado. En ese momento perseguía documentos, libros y expedientes que allí se conservan para reconstruir la relación entre estado y pueblos originarios –mapuche y tehuelche– después de la Conquista del Desierto. Si bien las policías de los territorios no eran en principio mi objeto de estudio, su injerencia en la territorialización, tanto de la población indígena como del propio estado, las fueron volviendo un articulador central de mi trabajo.1 En esta segunda entrada al Museo mis preguntas venían ligadas al Museo en sí, su historia, su conformación y los relatos que buscaba exponer y compartir. Aquí mi distancia con la institución a la cual no pertenezco me llenaba de incertidumbres y curiosidades y volvía evidente mi desconocimiento de muchos lugares comunes que allí se presentaban.
Por ser esta una primera aproximación al museo policial de Chubut, me interesó hacer un recorrido un poco ecléctico respecto de los diferentes enfoques posibles que nos proponen aquellos estudiosos de los objetos y los museos. Más que centrarnos en una investigación a partir de la biografía de los objetos que conforman las colecciones (Alberti, 2005), o como contracara al guion y emplazamiento del museo respecto de qué se recuerda y cómo (Persino, 2008), o tomarlos como lugares de la memoria (Nora, 2009), me interesa combinar estas diferentes opciones metodológicas para conocer las narrativas construidas en la experiencia del visitante. Para esto utilizaré un registro etnográfico del Museo que me permitió transitarlo reparando en sus relatos y también extrañarme frente a la duda respecto de objetos y narraciones vagamente comprensibles a simple vista. Es decir, me interesa combinar diferentes estrategias metodológicas, para poder acercarme al Museo –y a una serie de museos policiales, aun por explorar desde la academia–, sin sesgar definiciones de antemano (Heuman Gurian, 2001).
No por esto dejo de incluir este Museo en las reflexiones respecto de otros museos de la Patagonia,2 ya que estos comparten enfoques históricos recurrentes que retoman la construcción de un relato hegemónico y excluyente de otras voces subalternas (Nagy, 2012; Piantoni, 2015). La historia oficial de la Patagonia abre su período “civilizatorio” con un primer período: la Conquista del Desierto, evento que epitomiza la entrada de la modernidad y el progreso sobre un territorio construido discursivamente como un “desierto”. La Conquista del Desierto remite a las campañas de ocupación militar del norte la Patagonia (1878-1885), mediante la cual se garantizó la extensión de la soberanía argentina sobre un territorio largamente pretendido pero bajo control indígena, el fin de la amenaza indígena o bien de la “barbarie” y, finalmente, la anexión de millones de tierras que fueron de ahí en adelante administradas por el Poder Ejecutivo Nacional. Esta versión oficial de la Conquista, difundida las más de las veces por las fuerzas armadas,3 se reprodujo y celebró por más de un siglo ocultando el proceso genocida de sometimiento de los pueblos originarios (Delrio et al., 2018), con efectos sociales que perduran hasta el presente.
El siguiente período señalado en esta historia oficial, fortalecido desde la historiografía local y regional, está marcado por una sociedad “hecha a sí misma” a partir del esfuerzo individual y familiar de pioneros, colonos e inmigrantes. Este segundo relato, conocido y recordado –al igual que la Conquista– en museos, nombres de pueblos y calles, fechas, etc., también esconde las políticas de estado que viabilizaron esta construcción excluyente y racista, así como marginaron a la población no europea del relato de progreso de la Patagonia (Pérez, 2016).
Dentro de esta narrativa hegemónica, ¿qué rol cumple la institución policial? ¿Cómo se relata dicha narrativa para la sociedad en general y para la familia policial en particular? ¿Qué diálogos emergen entre civiles y policías?
Los museos policiales forman parte de ese conjunto de relatos y narraciones que buscan educar y legitimar trayectorias y prácticas policiales a partir de movilizar las emociones y los sentimientos de apego de miembros de la institución (Sirimarco, 2010). Por esto, nos interesa indagar no solo el rol que cumple el museo policial dentro de la sociedad, sino su aporte a la construcción institucional de la policía de Chubut.
El museo policial de Chubut fue creado por el comisario general Mariano H. Iralde por medio de una orden del día en diciembre de 1974. Recién el 4 de diciembre de 1995 abrió sus puertas al público, en un edificio policial de 1930. En 2013 el Museo pasó a manos de la Comisión de Amigos del Museo Policial. En declaraciones a la prensa con motivo de su reapertura, tras un breve período de refacciones, el comisario mayor retirado Alun L. Jones reflexionó:
Acá está resguardado el trabajo de generaciones de policías. Ese trabajo es el que hoy nos permite orientarnos para encontrar soluciones a los hechos que acosan a nuestra sociedad… [El museo es una] unidad operativa, la cual es conducida por retirados que no dejamos el compromiso policial para continuar con el servicio.4
¿Cuáles fueron los reveses que motivaron la dilación de la apertura del Museo? En el libro de memorias Para que la huella no se pierda, del comisario general –e impulsor– del Museo, Mariano Iralde (2017), las razones que se expresan son múltiples. En principio, una demanda planteada como generacional, en la que el autor dice buscar de forma “apasionada” los orígenes, las trayectorias y los antecedentes de la Policía de Chubut. Una pasión que sus colegas en funciones parecen desconocer o desdeñar. Iralde reclama por cierta desidia humana e institucional con relación a la historia policial. También argumenta en diferentes pasajes que hubo, a lo largo de su carrera (entre 1949 y 1984 en servicio y como director del Museo entre 2000 y 2013), reconocimientos y homenajes que se basaron en errores históricos, por desconocimiento de los hechos y las personas que conformaron las diferentes policías que operaron en el territorio chubutense. Finalmente, en el “Prólogo Institucional” se reconoce, desde la actual dirección del Museo, a la Comisión de Amigos, a las y los retiradas/os de la fuerza, a los familiares de policías y luego a las jerarquías policiales, por el trabajo realizado. En suma, la valorización de la historia no parece ser un piso común dentro de la institución, pero sí un objetivo que merece ser defendido por quienes quieren seguir construyendo institución, aun retirados, y quienes destacan prácticas olvidadas o postergadas de ejercer el mandato policial.
Indudablemente, este Museo plantea un diálogo con la sociedad chubutense, ya que, entre otras cosas, es parte del circuito turístico oficial propuesto por la provincia, y también, en especial, cumple una función para con las mujeres y los hombres policías. Tanto para con los Aspirantes –la escuela de personal subalterno se encuentra contigua al Museo y sus visitas son habituales– como con aquellos policías en funciones que visitan, sea en servicio o en su descanso, el Museo. Por último, es un espacio de encuentro entre quienes son jubilados de la fuerza.
Esto se vuelve evidente mirando el Libro de oro de visitas del Museo, donde se registran agradecimientos por parte de múltiples miembros de la fuerza, así como de familiares de ellos. Pero además el Museo mantiene, por lo menos desde su reapertura en el 2014, una política activa en las redes sociales a través de Facebook, por medio del cual trae al recuerdo –a través de fotos, recortes de diario o relatos breves– figuras relevantes (sea por su jerarquía o por alguna responsabilidad singularizante) trayectorias de agentes o personajes queridos, así como hechos de la historia policial que habilitan un intercambio entre los seguidores. En los comentarios o preguntas se reponen datos como nombres, fechas, trayectorias, imágenes y recortes de prensa para ampliar el “disparador” propuesto desde el Museo.
Las policías patagónicas tienen la particularidad de haberse conformado en 1887 solo después