Hasta hace muy poco, las cuestiones transgénero se han presentado como asuntos personales –es decir, como algo que el individuo experimenta interiormente, a menudo en aislamiento– no como algo que forma parte de un contexto social más amplio. Por suerte, eso está cambiando. La mayor parte de la literatura sobre cuestiones de transgénero solía proceder de perspectivas médicas o psicológicas, casi siempre escrita por personas que no eran transgénero. Estas obras enmarcaban la condición de trans en una desviación individual psicopatológica de las normas sociales de la expresión de género sana y tendían a reducir la complejidad y significación de una vida transgénero a sus necesidades médicas o psico-terapéuticas. Se han publicado muchas autobiografías escritas por personas que han «cambiado de sexo», así como un creciente número de libros de autoayuda para gente que se plantea un cambio así, o para gente que busca comprender mejor por lo que atraviesa un ser querido, o para progenitores de personas que expresan su género de forma contraria a las expectativas de la cultura dominante. Pero la tendencia, tanto de la literatura médica como de la de autoayuda, incluso la escrita desde una perspectiva transgénero o pro transgénero, sigue siendo más la de individualizar que la de colectivizar la experiencia transgénero.
El enfoque de este libro es distinto. Este libro forma parte de un cuerpo en rápida expansión de literatura de ficción y no ficción, artículos académicos, documentales, programas televisivos, películas, blogs, canales de YouTube, y otras formas de producción cultural casera sobre personas transexuales y realizadas por las mismas que nos sitúa en un contexto cultural e histórico y nos imagina parte de movimientos comunitarios y sociales. Este libro se centra concretamente en la historia del activismo transgénero y de género no conforme para el cambio social en los EE.UU. –es decir, en los esfuerzos para facilitar y hacer más seguro y aceptable el cruzar las fronteras del género a aquellas personas que desean hacerlo. Su propósito, no obstante, no es el de ser un relato íntegro de la historia de lo trans en los EE.UU., ni mucho menos el de reflejar la historia de ser transgénero a una escala internacional. Mi objetivo es proporcionar un marco básico centrado en una muestra de eventos y personalidades claves que contribuya a vincular la historia transgénero a la historia de los movimientos de minorías para el cambio social, a la historia de la sexualidad y el género, así como al pensamiento y la política feminista.
El movimiento feminista hacia los setenta popularizó el eslo-gan «Lo personal es político». En aquella época algunas femi-nistas se mostraban críticas con algunas prácticas transgénero como el travestismo, la ingesta de hormonas para cambiar la apariencia del cuerpo, la cirugía genital o de mama y la elección de vivir como miembro de un género distinto al asignado al nacer. Solían considerar dichas prácticas como «soluciones personales» a una experiencia interior de angustia generada por la opresión de género –es decir, pensaban que el hecho de que una persona a la que se le había asignado un género femenino al nacer se hiciera pasar por hombre era solo un modo de escapar a la escasa (o ninguna) remuneración del «trabajo de las mujeres» o de moverse de un modo más seguro en un mundo hostil para las mujeres; una persona femenina a la que se hubiera asignado un género masculino, pensaban las feministas, luchaba para obtener la aceptabilidad social de las «sissís» o las «reinas» y presumir de su afeminamiento en lugar de pasar por una mujer «normal» o una «real». El feminismo, por otra parte, trataba sistemáticamente de desmantelar las estructuras sociales que generan la opresión de género en primer lugar y que convierten a la mujer en el «segundo sexo». El feminismo liberal prevaleciente deseaba concienciar a las mujeres sobre su propio sufrimiento privado basando esa experiencia en un análisis político de la opresión categórica de todas las mujeres. Pretendía ofrecer a los hombres una educación en valores feministas para erradicar el sexismo y la misoginia que (a sabiendas o no) volcaban contra las mujeres. Este tipo de feminismo era, y aún es, un movimiento necesario para mejorar el mundo, pero precisa una mejor comprensión de las cuestiones transgénero.
Uno de los objetivos de este libro es ubicar el activismo transgénero para el cambio social dentro de un marco feminista extenso. Para ello debemos pensar en las distintas formas en las que lo personal es político, en aquello que constituye la opresión de género y en cómo entendemos el desarrollo histórico de los movimientos feministas. Hablando en términos generales, la Primera Ola del feminismo de los siglos xix y xx se centraba en la reforma de la vestimenta, el acceso a la educación, la igualdad política y, sobre todo, en el sufragio o derecho al voto. La Segunda Ola del feminismo, también conocida como «movimiento de las mujeres», arrancó en los años sesenta abordando un amplio abanico de cuestiones que iba desde la igualdad salarial, la liberación sexual, el lesbianismo y la libertad reproductiva, al reconocimiento del trabajo no remunerado que lleva a cabo la mujer en el hogar y la mejor representación de la mujer en los medios, pasando por la defensa propia y la prevención de la violación y la violencia de género. En los noventa se formó una Tercera Ola, en parte como respuesta a las limitaciones identificadas en las inflexiones más tempranas del feminismo y en parte para abordar cuestiones emergentes. Las exponentes de la Tercera Ola del feminismo se consideraban más liberadas sexualmente que sus madres y abuelas y de ese modo protagonizaron más marchas de putas que protestas para reclamar la noche, realizaron porno feminista en lugar de denunciar toda la pornografía como forma inherentemente degradante para la mujer y apoyaron el activismo de las traba-jadoras del sexo en lugar de imaginarse rescatando de las garras de la prostitución a mujeres desprovistas de autonomía. Tenían más interés en hacer frente a las ideas políticas que fomentaban la vergüenza por el propio físico, en mantener una relación subversiva o irónica con la cultura de consumo y en embarcarse en el activismo digital a través de las redes sociales. Se habla incluso de una Cuarta Ola, que habría tomado forma al amparo de la crisis económica de 2008 y que se encuentra más en sintonía que sus predecesoras con las políticas de otros movimientos como Occupy, Black Lives Matter, movimientos de justicia medioambiental, de alfabetización tecnológica y espiritualidad.
Más importante que diseccionar las distintas olas generacionales del feminismo, en cambio, es el surgimiento de lo que se ha terminado llamando «feminismo transversal». El feminismo transversal, que hunde sus raíces en el pensamiento feminista negro y chicano, cuestiona la idea de que la opresión social que sufre la mujer pueda analizarse y combatirse adecuadamente concentrándose únicamente en la categoría «mujer». El fe-minismo transversal insiste en que no existe una «Mujer» arquetípica bajo opresión universal. Entender la opresión de una mujer o grupo de mujeres concreto implica prestar atención a todo lo que interfiere con su condición de mujeres, como la raza, la clase, la nacionalidad, la religión, la discapacidad, la sexualidad, la condición migratoria y otra miríada de circunstancias que les marginaliza o privilegia –incluyendo la manifestación de sentimientos o identidades transgénero o de género no conforme. Las perspectivas transversales emergieron ya en la Segunda Ola pero la dividieron en distintas facciones y continuaron influyendo en todas las formaciones feministas posteriores. Una cepa poderosa dentro de los movimientos contemporáneos transgénero para el cambio social nace de las perspectivas feministas sectoriales que brotaron inicialmente en la Segunda Ola pero en la mayoría de los casos encuentra alianzas más afines y favorables en los movimientos de Tercera (o Cuarta) ola que son explícitamente pro transgénero. Los feminismos que incorporan la perspectiva transgénero todavía combaten para desmantelar las estructuras que apuntalan la jerarquía de género como sistema de opresión, pero lo hacen reconociendo que dicha opresión puede darse tanto al cambiar de género o desafiar las categorías de género como al ser incluida en la categoría del «segundo sexo».
Para reconciliar la relación entre las políticas transgénero y las feministas –para crear un transfeminismo– necesitamos únicamente reconocer que el modo en el que cada persona experimenta y entiende su identidad de género, su conciencia de ser un hombre o una mujer o algo que no encaja en ninguno de esos términos o mezcla ambos, es una cuestión personal muy idiosincrática relacionada con otros muchos atributos de nuestra vida. Es algo que antecede, o subyace en, nuestras acciones políticas y no es necesariamente en sí mismo un reflejo de nuestras creencias políticas. Abrazar una identidad transgénero no es ni radical ni reaccionario. Las personas no transgénero, al fin y al cabo, se consideran mujeres u