Llamada, obediencia y oración
Después, la obediencia. Daros cuenta de que posturas, sumamente evangélicas en un aspecto, están en plena desobediencia. Uno dice ¿cómo se puede dar esto? El que atiende a la obediencia, atiende a Cristo en el superior y el que atiende a Cristo en la Palabra es que está haciendo oración. La oración, el examen, sea como sea, la atención a cómo actúa Cristo en mí, cómo respondo yo, los signos de los tiempos, interpretar los signos de los tiempos, darnos cuenta de qué significa cada cosa. Cuando se trata de cosas un poco complicadas yo no digo que tenga que saberlas al principio, pero digo que por lo menos se va creciendo. El irse haciendo cargo, por ejemplo, de qué significa en la gente de los pueblos tal o cual actitud... qué significa que no vayan a misa, qué significa un montón de cosas que objetivamente hablando son muy graves...
[Esto no hay que] solucionarlo con las normas, sino ver qué quiere decir esto en estas personas... Porque se ve cuál es el tiempo en el que estamos y se sabe interpretar; las tendencias políticas, artísticas... uno no puede saberlo todo, pero estoy hablando de una actitud de discernimiento... Y Dios ya me hablará por donde quiera; a cada santo por muchos lugares; lo que creo es que muchas veces no entendemos y entonces no nos dejamos mover. ¿Hay culpa? A última hora la culpa tendrá que juzgarla él. Pero que tengamos la humildad de reconocer que es muy probable que haya ciertos embotamientos por nuestra parte, cierta falta de atención que trae este no entender, estar todavía sin entendimiento, como dice Cristo a los apóstoles.
Meditación, estudio, lectura para entender
¿Qué distribución hacemos de nuestro tiempo, por ejemplo? Las dosis de actividad pastoral misma, las dosis de descanso, en qué descansamos, las dosis de estudio... ¿Cómo va a entender lo mismo el individuo que pone un interés serio por entender la palabra de Dios –meditarla, estudiar exégesis, preguntar, autores que le vayan aclarando, leer cómo lo han entendido los santos– que el individuo que decide que todo eso no tiene tiempo para hacerlo. Lo que os decía antes era una cosa que a mí me llenaba de extrañeza: ¿cómo podía un cura haber rezado durante cuarenta años los salmos todos los días sin saber qué querían decir?; esto es realmente intrigante, para mí por lo menos; puede ser una falta de curiosidad humana absoluta, pero, vamos, es que, muchas veces, sí que tenían curiosidad humana; no era eso, eran otras cosas: es que veías que no había estudiado una exégesis nunca, sencillamente; mientras que, vas cogiendo la vida de los santos y ves cómo, de una forma y otra, se interesaban; en la vida de san Juan de Ávila y las cartas que escribe a los curas está bastante claro... [Hay] pues que investigar a ver qué me dice Dios.
¿Tengo esta actitud de recibir la palabra de Dios con los medios normales que Dios me ilumina de tantas maneras? Porque todo esto no es que se me ocurra a mí, es que está requete recomendado en todos los documentos últimos de los papas: que estudiemos, que recemos, que meditemos, que nos examinemos... Naturalmente, cuando uno reza el breviario con atención le van viniendo luces, se va dando cuenta, va planteándose problemas, que el que no reza con atención no se plantea nunca. Es muy peligroso decir: “yo tengo buena voluntad”; ¿a qué llamamos buena voluntad? La bondad es algo positivo, no meramente negativo...
Ya os he contado... en los tiempos en que el seminario se iba deshaciendo... claro la culpa la tenía D. Demetrio que estaba allí... venían, me consultaban... al cabo de un mes volvían a aparecer... y ya me preguntan un día:
–“¿Pero qué pasa que tenemos buena voluntad y sin embargo...?”
–“Pues yo no sé a qué llamarás buena voluntad... si llamas buena voluntad a no poner bombas en los sagrarios, no seducir a las abadesas y no matar a los obispos... pues bueno, tenéis buena voluntad, pero si la buena voluntad es una cosa positiva, que es buscar a Dios, no la veo por ninguna parte; por lo menos, los consejos que yo os doy no hacéis maldito el caso, volvéis a los tres meses a preguntar lo mismo, claro que estáis un poco más embotados que la vez anterior, no pasa más que eso...”
Y al final ya, se marchaban porque tenían estas actitudes; pero que eran bastantes... por eso se quedó vacío el seminario.
La sensación de actuar nosotros mismos
Otro pecado, otro desconcierto, respecto a la llamada es la sensación que tenemos muchas veces de actuar nosotros. [Porque] una cosa es atender y otra la sensación. Evidentemente, la acción del Espíritu Santo nos va dando cada vez más consciencia de que es Él el que actúa; por lo cual se va ayudando esta actitud de discernimiento también, pues cuando estamos con una persona y ella es más diestra que nosotros en lo que sea, no nos es tan difícil un poquito de humildad y preguntarle. Es una oposición a esta llamada de Jesucristo, a esta actividad de iniciativa de Cristo en nosotros, el ver las cosas como si las tuviera que hacer yo por mi cuenta.
Tenemos, por un lado, la falta de confianza. Entraría también aquí esa especie de angustia: ... “no sé qué hacer...” Pues que te lo diga... te lo puede decir por cualquiera de estos modos que he recordado ahora mismo. Por otra parte, [está] la sensación de autosuficiencia, de actividad propia y de iniciativa propia –tanto en cuanto a lo que tengo que hacer como en cuanto a lo que he hecho ya–, de atribuirme las cosas que hago o que me guste simplemente que me atribuyan lo que hago. El que a uno le guste que reconozcan lo que hace, puede ser bueno o puede no serlo; hay santos que se han puesto tan contentos, porque está en el evangelio: “que brille vuestra luz ante los hombres”... Que la gente reconozca que hago una cosa buena es lo que Jesucristo quiere; ahora, que la gente me atribuya la cosa buena no, porque entonces no ven la luz de Dios, lo que ven es que yo hago tal o cual cosa, y esto es mentira sencillamente y, en la medida que voy teniendo más amor a Cristo, como Cristo es la verdad, me van molestando las mentiras. Tampoco es que me tenga que coger un infarto cada vez que me digan algo, pero me está molestando ver que la gente se empeña que yo tengo tales cualidades u otras porque hago eso.
Por una parte, saber que tenemos que hacer tal o cual cosa –estudiar, estar preparado, tener virtudes– y, por otra parte, darnos cuenta de que no podemos apoyarnos en ello sino usarlo; además, el usarlo es una gracia de Dios, aun en el sentido de un don natural. El que una persona tenga una capacidad intelectual, aun en el nivel natural es un don de Dios; el que la pueda usar espiritualmente es el mismo don pero elevado. El teólogo más experto hará mal en no darse cuenta que sabe teología, porque estaría negando lo que Dios le está dando, hará mal en no profundizar, en no usar ese don; pero haría muy mal si se apoyara en ello, porque es una cosa que le tenía que dar Dios. Por eso, [hay que] estar dispuesto a poner en cuestión –esto es el examen– las cosas que hacemos; por aquí es por donde tenemos que ir.
Si nos apoyamos en las cualidades naturales o sobrenaturales que tenemos se ve enseguida por una razón muy simple: porque es una especie de apego; una señal de los apegos siempre es que nos molestan cuando nos los contradicen. El que yo esté empleando cualquier cualidad que Dios me ha dado y la esté empleando porque Cristo me mueve a emplearla y reconozco incluso que aquello es una cualidad que Dios me da, esto se llama agradecimiento y reconocimiento de la verdad; puedo disfrutar incluso haciéndolo. Pero si, cuando me contradicen aquello o me lo niegan, me está molestando, quiere decir que, de alguna manera lo estaba considerando como mío porque, si no, no me molestaría, me dolería que no reconocieran a Jesucristo, que es completamente distinto. Por ejemplo, generalmente no he visto que a los curas nos dé ninguna vanidad decir misa. Nos puede doler que la gente no vaya a misa, pero no se nos ocurre que es un desprecio a nosotros; pues igual que pasa con la celebración de la misa pasa con cualquier otra cosa. Todo es un don de Dios. Cuando estamos registrándolo como algo nuestro, no estamos reconociendo que es una llamada de Cristo a la santidad, sino que estamos pensando que nuestra colaboración pasa por una autonomía que ya no es don de Dios –una llamada de Dios– sino que es un empeño mío.
La única llamada - Responsabilidad
Y la conciencia de que esta es la única llamada: “buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura”. O sea, que si las demás cosas, que las hay, claro, las necesitamos en el plan de Dios, forman parte