Mi primer deseo, al publicar esta obrita poco después haberse celebrado el año sacerdotal que Benedicto XVI convocó, es que estas meditaciones del gran maestro José Rivera susciten en algunos –ojalá fuera muchos– presbíteros y seminaristas teólogos, el deseo de vivir realmente, desde ya, el llamado urgente a la santidad y de renovarse en su vocación y ministerio. Ojalá ayuden mucho también –y es un segundo deseo– a los laicos y religiosas que llevan o desean llevar una vida espiritual seria, más madura. El hecho de que estas charlas vayan dirigidas a sacerdotes no es obstáculo para que aprovechen a cualquier lector, su contenido sustancial es válido para todos, aunque ciertas aplicaciones vayan hechas a la vida y ministerio de los sacerdotes; mutatis mutandis (hechas las adaptaciones oportunas), pueden ser llevadas a la propia vocación, sea laical o religiosa.
Esta publicación quiere ser además mi particular homenaje a quien fue, y sigue siendo, mi maestro y guía en la vida y el estudio de la espiritualidad católica. Con él aprendí mucho más que en los cursos de espiritualidad de la universidad. Estas predicaciones pueden ser tomadas como tema de reflexión y oración en unos días de retiro o como lectura espiritual.
Un agradecimiento especial a las Hnas. Benedictinas del Monasterio de san Juan Bautista de Valfermoso de las Monjas (Guadalajara-España) en donde D. José predicó este retiro y en donde, gracias a su hospitalidad, fue transcrito en su mayor parte durante el mes de agosto de 2009.
3 Tal vez en algunos casos resulte un poco difícil, a quienes no hayan conocido a D. José, darse cuenta del tono irónico de ciertas expresiones.
4 También son nuestros los epígrafes intercalados a lo largo de la exposición.
5 Entre corchetes [ ] van a lo largo del texto algunos añadidos míos que he considerado oportunos para la mejor lectura e intelección del discurso. Sobra decir que las separaciones en párrafos, la puntuación, puntos suspensivos, entrecomillados, ciertos signos de admiración o interrogación y otros signos gramaticales han sido introducidos según la entonación, sentido y otras características del contenido de la predicación. Me he permitido igualmente introducir algunas notas que ayuden a comprender mejor las ideas del texto.
6 Debo decir también por honestidad que la versión de que me he servido, grabada directamente por Eusebio Monge, sacerdote de Guadalajara, no recoge completamente alguna de las charlas cuando D. José hablaba más tiempo de la duración del casette. Tampoco he incluido en esta edición las homilías de la Eucaristía de esos días, por no hacer excesivamente voluminoso el libro.
1. Actitudes al comenzar los ejercicios
Llamados a la intimidad con Cristo, urgencia y esperanza
Actualización en lo que va a ser el retiro: Jesucristo “explicándose”, dándose a conocer.
Lo más oportuno para empezar [este retiro] es que os recojáis y os actualicéis más en lo que va a suceder aquí en estos días. Una actualización, al menos en un sentido psicológico, conciencia refleja también, de la intimidad con Jesucristo y, por tanto, de esta revelación de Jesucristo a nosotros.
En los evangelios aparece muchas veces que Jesucristo, después de predicar, se retira con los apóstoles y les explica: “porque a vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino”. No se les ha dado de tal manera que se les dé a ellos solos, porque nos dice que “lo que han oído en secreto lo prediquen desde los terrados”; se les da a los apóstoles respecto de cualquiera y a nosotros respecto de una serie de personas. Otras ya están metidas en la intimidad con Dios más que nosotros mismos. A nosotros se nos da el conocerlo antes, por tanto, el conocerlo ciertamente también en un nivel de explicación, en un nivel de intimidad personal. El conocimiento amoroso es esencial, pero también con esta explicitación de tipo incluso racional y sentimental que provoca la explicación; Jesucristo se explica. Nosotros disponemos de todos los elementos: la Biblia, la liturgia..., pero además disponemos de la gracia interior de Jesucristo mismo.
Conciencia de la presencia especial de Jesucristo
Lo primero, pues, es tener esta conciencia de la presencia especial de Jesucristo tal como es: el Hijo de Dios, el Ungido por el Espíritu Santo que nos comunica, y la Cabeza del Cuerpo místico, y que nos habla a nosotros como miembros de ese Cuerpo místico. Pero que nos habla además como a ministros suyos. Conciencia de que somos ministros del Señor. Que somos curas y ya está. Que estamos elegidos para todo lo que ya sabemos –y que de alguna manera profundizaremos en este retiro–, pero que no siempre lo estamos teniendo en cuenta ni de una manera refleja ni siquiera de una manera directa; si no, andarían las cosas de otra manera en nosotros y en nuestros alrededores.
Urgencia y esperanza
También la conciencia –y por consiguiente esta esperanza– de la urgencia y de la necesidad7. Vosotros también lo veis... Es que yo, cada vez que me doy un garbeo, por cualquier lado, sea hablando con personas –que evidentemente son siempre buenas, como se ve por la muestra– y he leído un montón de cosas, [veo que] realmente la urgencia de la situación es tremenda. Pues esto: ver si temblamos; ver si temblamos, por una parte, de la dignidad nuestra. Después meditaremos más despacio sobre ello. Pero, para empezar, si tenemos esta conciencia de esperanza, de complacencia, porque Jesús va a pasar unos días con sus ministros para que sus ministros nos unamos más a él y ejercitemos mejor el ministerio, es decir, para que pueda vivir mucho más en nosotros.
Examinar las disposiciones
Y luego ver qué disposiciones negativas puedo tener. Las positivas son la fe, la esperanza y la caridad, contemplar a Jesucristo y que yo soy su ministro; más aún, que estamos un grupo de ministros de Jesucristo. Ver qué actitudes puedo tener que impidan el que reciba esta revelación, este aumento, este acrecentamiento total, personal, que me santifica más, de la revelación de Jesucristo y de esta intimidad suya. Cada uno verá. Pero, en fin, yo pondría, recordando, por una parte, el año pasado8. Jesucristo habla de cómo la palabra muchas veces –o la semilla–, dejando aparte donde no cae o casi no cae, no produce [fruto] por el miedo, por las tribulaciones. Démonos cuenta que, muchas veces, puede ser que interiormente no acojamos la Palabra de Dios suficientemente porque tenemos miedo. Es un sentimiento que la gente lo tiene bien consciente. Le da miedo acercarse a Dios por lo que le vaya a pedir. Cuando lo tiene tanta gente, no tiene nada de particular que también lo tengamos nosotros. Nos puede dar miedo que, si nos abrimos más, si no ponemos obstáculo ninguno, Jesucristo nos va a iluminar algunas cosas que puedan no gustarnos sencillamente. Lo primero, pues, es [preguntarse] esto: ¿tengo miedo? ¿me acerco al Señor con un resabio de miedo? Digo un resabio porque mucho no tendréis, si no, no habríais venido. Resabio de miedo que hace que vengamos, pues tenemos suficiente deseo y esperanza para ello, suficiente caridad, pero que vengamos con ciertas reservas a esta apertura a cualquier cosa que el Señor nos pueda decir. Por tanto, que [cada uno] coja la Escritura entera y esté dispuesto a cualquier cosa que el Señor le quiera dar.
Otro aspecto es al revés: el de las preocupaciones, no el miedo a lo que vaya a pasar, sino la preocupación que tengo ya. En nosotros puede haber también preocupaciones de tipo material o de tipo meramente natural. Ahora, la preocupación precisamente son las cosas pastorales o sus alrededores: estas preocupaciones son las que tendríamos aunque no creyéramos en Dios, sólo que trasladadas a otra materia. Estas preocupaciones ahogan también la Palabra de Dios. Lo que dice [la parábola] “la preocupación de la riqueza”, nuestras riquezas, quitando la preocupación de comprar coche, no son así riquezas materiales muy grandes, pero son reales. Las preocupaciones pueden ser de tipo espiritual. Aparentemente muy buenas... [Pero entonces] estaré más preocupado por lo que