Esto nos está pasando continuamente; ¿por qué nos ponemos a pensar un rato en la capilla o en el cuarto y vemos tan claro que hay que amar al prójimo y apenas salimos resulta que el prójimo nos resulta tan poco fácil de amar? Sencillamente, porque hacemos una abstracción de lo que a nosotros nos parece real el rato que estamos [orando]... La sensación que tenemos es: lo real es que este es así... es un pesado... Esto está ligado con lo otro, lo de la sensibilidad y superficialidad, en resumidas cuentas. Y esto nos dificulta continuamente el ir a lo interior realmente y el estar continuamente colocando las cosas que son sensibles como signos. [Por eso hay que] ver qué significa esto en esta persona... La mayor parte de las veces no lo podemos saber ni en nosotros mismos. Esto que he hecho ¿qué significa en mí? Cada acto puede significar cincuenta actitudes distintas... o por lo menos cuarenta y nueve; y resulta que esto es complicado, nos exige pensar... Es más fácil decir “este ha dicho esto luego piensa esto”... Este ha dicho esto y puede pensar lo contrario, porque está significando tal o cual cosa. Esto tiene una manifestación y realización continua en toda la vida espiritual.
La gente en general, en España, está catequizada –los que están, vamos– pero no está evangelizada. ¿Por qué? Porque catequizar es enseñar, expresar de una manera racional y con unas normas morales... y hasta ahí hemos llegado todos. En cambio, evangelizar es dar un testimonio de Cristo y a Cristo no se le ve. Y Cristo sí que es sensible pero nosotros no le podemos ver todavía. Y lo mismo pasa con las actitudes interiores: la actitud interior no sé cuál es. Me importan mucho más todas las tendencias legales que en cierto sentido las tenemos un poco todos...
¡La cara de asombro que pone la gente cuando digo cosas de estas! No es lo mismo dar clase que ser profesor: dar clase es algo necesariamente concreto que tiene sus horarios determinados, sus tesis, sus apuntes, su instrumental... y se ve enseguida... Ser profesor es toda una actitud: profesar algo. La obligación no es dar clase, la obligación es ser profesor, que quiere decir que te ligas tú –una persona– con Dios que te envía, con las personas a quienes se te envía, con aquellas a las que se te envía inmediatamente y con una multitud de personas en que va a estar redundando lo que enseñes. Ahí el dar clase es uno de los signos y, como es uno de los signos nada más, pierde mucha categoría.
La gente que se caracteriza porque cumple muy bien con su obligación suelen ser cargantísimos. Es al revés: ¿qué quiere decir ser profesor? (profesor de EGB estoy pensando, pues no se puede decir maestro, que es una palabra mucho más bonita pero que está muy desacreditada, precisamente porque es más bonita), quiere decir que llego a clase a las nueve y media en punto y salgo a la una y media en punto, y he estado soltando rollos toda la mañana menos la media hora de recreo... y como he hecho esto pues ya está... y si no han aprendido peor para ellos... y si no me he explicado bien pues peor para ellos... Un maestro de verdad es un individuo que tiene el dinamismo interior de comunicar y de formar a esas personas y entonces está continuamente –en cierto sentido, moralmente hablando– viendo cómo puede enseñar mejor, a fulanito que es muy torpe y a menganito que es más listo de lo corriente... En fin, supone mucho más... supone una vida personal. Ver, pues, si tenemos y hasta qué punto la tendencia a quedarnos en lo exterior.
También podría haber –no porque haya [interioridad] de verdad sino porque nos disculparíamos así– un disculparnos de no saber significar lo interior [en lo exterior]. Lo interior necesariamente tiene sus signos en el ser humano, ya que de alguna manera tiene que manifestarse, y entonces, por ejemplo, tienen que existir unas normas en el seminario, en las clases, de alguna manera hay que hacer las cosas, porque tenemos cuerpo y vivimos en el tiempo. Pero es completamente distinto que una interioridad vaya creando unas formas de expresión a que nos quedemos puramente en las normas de expresión.
Esto está muy ligado a que debemos examinar de vez en cuando qué imagen tengo yo de lo que es un santo, qué imagen tengo yo de mí mismo cuando sea santo, porque generalmente tendemos lo mismo a poner unas cosas exteriores, que muchas veces no son las que tenemos que hacer. ¿Cómo me imagino yo la cruz sacerdotal? Me la imagino, pues, a mi gusto, porque a mí de momento ahora no me cuesta pensar, en cambio la cruz sacerdotal consiste en que el obispo me ponga en un sitio más cómodo pero mucho más molesto psicológicamente para mí. Entonces, pues, ver estas dos cosas: ¿tengo una tendencia a la interioridad? ¿voy creciendo en ella?, pero a la interioridad personal. Y, por consiguiente, ¿voy creciendo en la capacidad de inventar –que quiere decir que me doy cuenta, que descubro y soy capaz de llevar a término– los signos verdaderamente significantes de esta interioridad?
Como hay algunos –bastantes– que son comunes, quiere decir que caigo en la cuenta del valor de signo que tienen muchísimas cosas: la misa, los sacramentos, la predicación... Pero voy cayendo en la cuenta de qué significan. Porque, si no, lo que pasa es que para unos lo que importa es decir misa y para otros no importa decir misa... y lo que importa es lo interior... La pobreza de espíritu: lo que importa es la actitud interior de pobreza, la radicalidad que decía antes, pero naturalmente los que me dicen que tienen espíritu de pobreza y cada año se han mejorado materialmente en cincuenta cosas... a lo mejor lo hacen para disimular... pero lo que hay que concluir es que no tienen espíritu de pobreza... O es que no veo la forma de realizarlo... pues son unas limitaciones naturales... Una pobreza sin espíritu no sirve para nada, pero un espíritu de pobreza sin pobreza, sin un intento serio de ir siendo cada vez más pobre, [significa] que no existe y ya está. Igual en la obediencia y en todas las cosas.
Podemos caer en las dos cosas; lo más corriente es que caemos en la mediocridad: ni somos muy interiores ni somos muy exteriores, porque no nos conviene ninguna de las dos cosas; si tomamos muy en serio lo exterior: a estas fechas, después de veinte siglos de Iglesia, tantos engorros, tantas cosas que hacer, que es un rollo y, de no ser algunos temperamento muy especiales... procuramos en ese momento recurrir a lo interior. Pero lo interior, una labor seria –la palabra trabajo no me gusta mucho–, de atención a Dios, atención al Espíritu Santo, de atención a nosotros mismos... tampoco tenemos ganas de hacerla. Y entonces estamos ahí a medias, que es la situación más antipática.
La totalidad
Otro aspecto del evangelio, muy importante me parece a mí, es la totalidad. Un sentido de totalidad de recibir al Espíritu Santo, que es simplicísimo y si le recibimos no podemos más que recibirle totalmente, pero nosotros vamos recibiendo al Espíritu Santo –como cualquier objeto humano o material que recibamos– por grados, con aspectos, al menos en lo consciente. Entonces, tenemos que ver: lo que estamos hablando ¿es coherente con el resto del evangelio? Para saber si una cosa viene del Espíritu Santo, una de las normas de discernimiento es esta: ¿es coherente con lo demás? Porque, claro, ver cómo unas personas se fijan en unos aspectos, incluso los desarrollan, y otras personas se fijan en los contrarios... Uno dice, pero bueno... si es que están las dos cosas en el evangelio de verdad, pero lo que pasa es que precisamente no lo han tomado de la raíz, de la raíz del Espíritu Santo que les iluminaría, un poco antes o un poco después, para ver la coherencia, sino que, como viene precisamente de su superficialidad, de su pura manera de ser, no de quién son sino de cómo son, a uno le atrae tal aspecto y, como le atrae, puede realizarlo con facilidad y como lo realiza con facilidad ya se da por satisfecho y procura no fijarse en el otro y desvalorizarlo lo más posible... Y al otro le pasa igual sólo que al revés. Esto es continuo. Y nos llenamos de estupor porque resulta que la gente no cambia, sino que la gente cada vez está peor...
Estaba yo dando ejercicios y una noche tuvimos una reunión para aclarar algunas cosas que había dicho: sobre todo, que había dicho que la caridad no consiste en dar gusto a la gente. Esto a algunos les pareció rarísimo. Fueron hablándose muchísimas cosas. Y dijo un cura:
–“Es