La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Rivera Ramírez
Издательство: Bookwire
Серия: Espiritualidad
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788412049732
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porque la palabra de Dios es como una espada de dos filos, que va cortando en lo profundo, por tanto se siente el corte y ¿estamos atónitos? ¿sentimos la autoridad de Cristo? Ya meditaremos que, en cuanto somos pastores, nosotros tenemos esa autoridad y en cuanto somos cristianos sin más. Vamos a dejarle a Jesucristo que nos santifique durante estos días.

      La alegría de asemejarse a Cristo

      San Ignacio en los ejercicios coge a la gente y supone que la primera semana hay que limpiarla un poco; en fin, yo supongo que ya estáis limpios por la palabra que el Señor os habla... y, por consiguiente, empiezo ya por lo menos por la segunda semana. Pero está muy bien que expresamente hagamos esta respuesta también: la respuesta a que san Ignacio invita es a ponerse a disposición para que yo me santifique y a lo que invita es a que se hagan oblaciones de mayor momento; si somos sacerdotes, la santidad eximia necesariamente tiene que expresarse por eso de pedirle que, en la igualdad de gloria suya, prefiramos parecernos más a él (aparte que lo de la “igualdad de la gloria” no me lo creo mucho; siempre habrá alguna diferencia si usamos más los medios que tiene); pero que por nuestra parte prefiramos más oprobio que quedar bien, más enfermedad que salud, más pobreza que riqueza, etc., etc. Y dándonos cuenta de una cosa: que cuando le pedimos a Dios las cosas no en balde ha dicho “pedid y se os dará si pedís en mi nombre”.

      Yo me he encontrado algunas veces, después de unos cuantos años, con personas, generalmente mujeres, pero no sólo, que proceden de otras épocas, de la mía, de cuando yo era joven, y en aquella época habían hecho su voto de víctima... y luego te vienen [diciendo] que lo pasan muy mal... ¿Pues no hiciste voto de víctima?, pues aguanta... o qué te crees; tú no sabías lo que hacías, pero Dios sí, por eso vas aguantando, después de todo; pero cuando uno se le ofrece a Dios es que está movido por él, si se le ofrece en las condiciones debidas; está movido por él, realmente le mueve a que le pida que le haga de una manera especial sentir esta tarea de expiación, que podemos llamar “víctima”, porque se lo piensa dar... Pero luego que no gruña.

      Yo no sé vosotros, esto ya es una manera de ser, a mí lo que me revienta es que un tío se haga cura y luego venga protestándome, que un individuo se case y luego venga gruñendo, que se haga médico y luego se enfade porque es médico y que pida ser víctima y luego se enfade por ser víctima ¡Aguanta marea que para eso lo has pedido! Daos cuenta de que si realmente le pedimos al Señor que nos haga pobres, lo más probable es que nos haga pobres. Pero además lo más probable es que nos haga pobres no como a nosotros se nos ocurre esta tarde, sino de otras maneras bastante más molestas para la naturaleza humana. Y que, si le pedimos oprobios, pues no son los insultos o las cosas que se nos ocurran a nosotros esta tarde; yo me acuerdo, dando ejercicios, hace mucho tiempo, a seminaristas, les decía: pedir la cruz, muy bien, pero daos cuenta que vosotros la cruz os la imagináis irse a Los Alares y allí vivir una vida pobre y escondida y hacer oración y pasar frío y tratar con la gente e irla convirtiendo... Resulta que salís y os ponen en las oficinas de palacio y la máquina os revienta... ¡pues ponte la máquina a la espalda a ratos y esa es la cruz que tienes que llevar y ya está!; está bien que le pidas cruz al Señor, pero no se la señales, ya te la dará él. Pues aquí pasa igual, es un entregarse de verdad, un acto de confianza. Para mañana, en la misa, actualizar esta respuesta a la llamada a la santidad.

      11 Los defectos o “pecados” de la persona que tenemos enfrente.

      Su despacho con la vieja cartera que viaja con él

      a todos los sitios a donde va.

      4. Radicalidad, interioridad, totalidad y coherencia

      La radicalidad en cuanto a Dios

      Nuestra actitud viene de arriba. La actitud primera es esta: la radicalidad. He puesto muchas veces el ejemplo de la pobreza. Uno puede decir: “pues yo soy pobre porque ¿para qué quiero tantas cosas?”; esto es muy razonable... pero lo pensaba también Diógenes, q.e.p.d., y no parece que era especialmente cristiano. San Jerónimo, comentando aquello de “lo hemos dejado todo” dice: “Jesucristo no les contesta <vosotros que lo habéis dejado todo>, sino <vosotros que me habéis seguido> porque dejarlo todo también lo dejaron Cráteres y otros filósofos”. Se trata de que cada cosa venga hecha porque sois hijos de Dios, que venga del Padre. La buena noticia es que somos hijos de Dios.

      Otra contestación que puede dar otro es: “yo quiero ser pobre porque así me domino más, soy más dueño de mí mismo, soy más libre”... Pero eso lo puede decir también un pagano; entonces ¿qué gracia tenemos? ¿y qué gracia tiene el asunto? No es que esté mal, esa expresión puede ser válida, pero no es la expresión cristiana todavía, no es la definitiva.

      Puedo decir: “es que cuando hay tanta gente que se muere de hambre, yo no quiero morirme de indigestión...” Está bien, la solidaridad humana está bien, será filantropía, una cosa buena, digna de alabanza, pero no es cristiana; si lo hacemos por eso, todavía no estamos actuando cristianamente. Y por tanto estamos todavía “en la carne” y, por consiguiente, “la carne no aprovecha para nada”, “el que siembra de la carne cosecha corrupción”, etc.

      Uno puede decirme: “es que Jesucristo lo hizo”. Ya estamos en otro terreno. De todas maneras se puede preguntar: ¿y por qué lo hizo Jesucristo? Jesucristo lo hizo porque es el hijo de Dios. Y usted lo hace porque es hijo de Dios también. Yo estoy en la intimidad de Cristo cuando estoy viviendo, conviviendo, su vida de Hijo de Dios. Entonces me es válida la expresión: lo hago porque Jesucristo lo hizo. Si decimos “porque es el Hijo de Dios” ya no hay más, porque más allá de Dios ya no existe nada. Y entonces ya estamos en la raíz. La raíz de todo es el Padre; quiere decir que es el origen de todo.

      Acostumbrarnos a hacer esto –de una manera u otra, con la técnica que use cada uno– es esencial, porque, si no, vamos teniendo unos planteamientos que radicalmente deben estar bien, pero resulta que, momento tras momento, vamos viviendo de una manera muy carnal. Vamos haciendo unas mezclas que, en resumidas cuentas, resulta que son inoperantes, no producen fruto o, por lo menos, no producen el que tenían que producir.

      La radicalidad en cuanto a mí

      Ahora la radicalidad, en un segundo término, que ya no es la última radicalidad sino que es consecuencia de la anterior, será esta expresión o consideración de Cristo mismo y del Espíritu Santo. Pero la radicalidad también tiene que ver, después, con nosotros mismos: tenemos que bajar a la última raíz nuestra; la última raíz nuestra es mucho más complicada. El Padre eterno es muy misterioso, pero de complicado nada: es la simplicidad absoluta. Nosotros no somos tan misteriosos, pero somos de una complicación impresionante; de manera que es dificilísimo conocernos. [Es necesario] que vayamos también procurando que las cosas broten de nuestra personalidad, que es lo que podemos llamar radical, esas cosas que los místicos llaman “el hondón”, “el ápice”, el centro, lo profundo... del alma; que broten de ahí. Porque es facilísimo que nos pongamos como una especie de vestido, una serie de hábitos, de costumbres, de modos de operación, de maneras de ser, que muchas veces son incluso meramente biológicas o meramente sociológicas, de costumbres. Por eso cambiamos con tantísima facilidad. En resumidas cuentas, quiero decir que o no tenemos el centro y la raíz en la Santísima Trinidad, en Cristo o que nosotros no estamos agarrados a ella a pesar de que nos creamos que sí. Esto no es más que lo que dice Jesucristo: “el que recibe mis palabras y las oye es como la casa que está hecha en piedra y viene las lluvias y los vientos y lo que venga y la casa no se hunde”; y el que no está arraigado en la Palabra de Dios, no la recibe, vienen las lluvias o lo que sea y se cae.

      –“¿Y cómo han pasado todas estas cosas en España? En España éramos todos tan buenos... Y resulta que rezábamos unos rosarios, que se organizaban en el Retiro, donde iba un montón de gente...”

      –Bueno, para lo que es Madrid no iba nadie, en resumidas cuentas;

      –Pero bueno, el Retiro se llenaba...

      –También se llena cuando