La característica más visible de estos peregrinos, y tal vez la que más impacto tuvo en los aspectos social y político de las colonias norteamericanas, era su religión: el puritanismo. Tocqueville decía del puritanismo que “(…) era casi tanto como una teoría política, como una doctrina religiosa” (Tocqueville, 1957, p. 58). Como doctrina religiosa estricta, el puritanismo imponía normas de comportamiento igualmente estrictas a sus seguidores. Esto permeaba todos los aspectos de la vida en las nuevas colonias y sirvió como base para su organización social y política. De acuerdo con Tocqueville, el primer acto realizado por los peregrinos cuando desembarcaron en América fue un acuerdo mediante el cual conformaban una sociedad política para gobernarse bajo los designios de Dios. Lo primero que llama la atención es este acuerdo que se constituye en un contrato social muy parecido al de la teoría contractual. En segundo lugar, dicho pacto se suscribe por designio de Dios, lo que curiosamente no implica que sea un pacto confesional. Finalmente, y como es de suponer, la sociedad así establecida quedaba sujeta a los preceptos morales del puritanismo.
Esta mezcla de Estado y religión parece contradecir los esfuerzos y el empeño que algunos teóricos habían puesto en construir un modelo de Estado laico. A priori, el Estado democrático norteamericano parecería fundado sobre las bases del más riguroso fundamentalismo religioso, como lo era el puritanismo. Sin embargo, el mismo Tocqueville le reconoce a la religión en Norteamérica un carácter singular:
La religión que, entre los norteamericanos no se mezcla nunca directamente con el gobierno de la sociedad, debe, pues, ser considerada como la primera de sus instituciones políticas; porque, si no les da el gusto de la libertad, les facilita singularmente su uso (Tocqueville, 1957, p. 292).
En la cita anterior hay dos elementos importantes para rescatar: el primero es que si bien la religión es la base de la política norteamericana, esta nunca se mezcla con la política. El segundo elemento es que la religión se considera la base de las libertades en ese país.
Con respecto al primer elemento, Tocqueville sitúa a la religión como la base de la política en los Estados Unidos, ya que le atribuye el origen de las costumbres severas por las que se rigen los norteamericanos. Como consecuencia de esto, Tocqueville deduce que el orden que se practica en el seno familiar, a partir de normas muy estrictas de comportamiento impuestas por el puritanismo, es el que por extensión se practica en el Estado. De ahí que le dé a la religión una importancia fundamental en la preparación de los ciudadanos para la convivencia social y para obedecer el orden social impuesto por el Estado.
Tocqueville observa que en los Estados Unidos, al contrario de Europa, los papeles que desempeñan la iglesia y el Estado están totalmente claros:
(…) todos [los norteamericanos] le atribuyen a la completa separación de la Iglesia y del Estado el imperio pacífico que la religión ejerce en su país (Tocqueville, 1957, p. 294).
Por ejemplo, los sacerdotes que defienden la libertad en sus sermones no se inmiscuyen en asuntos políticos, no ocupan cargos públicos y en algunos estados hasta les es vedado participar en política. Esto se da, según Tocqueville, porque la iglesia entendió que si se dedica a aumentar su poder e influencia sobre los asuntos terrenales uniéndose a un gobierno determinado, lo que hace es perder el inmenso poder que le da el influir en el alma y la conciencia de los hombres. Una iglesia politizada genera oposición y resistencia en parte de su feligresía, por lo que
[l]a religión no podría, pues, compartir la fuerza material de los gobernantes, sin cargar con una parte de los odios que provocan (Tocqueville, 1957, p. 295).
Con respecto al segundo elemento, al considerar la religión como fundamento de las libertades norteamericanas, Tocqueville se basa en el concepto de libertad de Cotton Mather en su libro Magnalia Christi Americana:
Hay en efecto una especie de libertad corrompida, cuyo uso es común a los animales y al hombre, que consiste en hacer cuanto le agrada. Esa libertad es enemiga de toda autoridad; se resiste impacientemente a cualesquiera reglas; con ella, nos volvemos inferiores a nosotros mismos; es enemiga de la verdad y de la paz; y Dios ha creído un deber alzarse contra ella. Pero hay una libertad civil y moral que encuentra su fuerza en la unión y que la misión del poder mismo es protegerla; es la libertad de hacer sin temor todo lo que es justo y bueno. Esta sana libertad, debemos defenderla en todas las ocasiones y exponer, si es necesario, por ella nuestra vida (Tocqueville, 1957, p. 63).
Como puede verse, la libertad para los norteamericanos es hacer lo que es justo y bueno y de ahí que, definida en estos términos, se compagine perfectamente con los preceptos puritanos, pues lo justo y lo bueno se definen en primera instancia por la religión. Esta idea de libertad se circunscribe a lo que permite la religión y cuando esto es interiorizado y practicado así por los individuos, se convierte en la mejor herramienta de control social a disposición del Estado. Por eso, con respecto a la sociedad, Tocqueville “[c]onsidera a la religión como la salvaguardia de sus costumbres y a las costumbres como garantía de las leyes y la prenda de su propia duración” (Tocqueville, 1957, p. 64).
Sobre las leyes de los Estados Unidos, Tocqueville estima que no son aplicables a todos los Estados democráticos y que entre ellas hay algunas peligrosas. Sin embargo, afirma que “no se podría negar que la legislación de los norteamericanos, tomada en su conjunto, está bien adaptada al genio del pueblo que debe regir y a la naturaleza del país” (Tocqueville, 1957, p. 303).
Para entender el origen y la efectividad de las leyes en Norteamérica hay que remontarse a los primeros colonos y entender cómo se concibieron las primeras leyes en las nacientes colonias. Tocqueville pone como ejemplo las leyes penales de Connecticut que castigaban con pena de muerte delitos como la herejía, la blasfemia, la hechicería, el adulterio, la violación y el ultraje de los hijos a los padres; todo esto claramente influido por lo que los puritanos consideraban pecados. Así mismo se castigaba con severidad la pereza y la embriaguez, hasta se imponía a los hosteleros topes máximos de venta de vino a los clientes. Sin duda, lo que impresiona no son los castigos o el rigor de las normas, lo que
[n]o hay que perder de vista, [es] que esas leyes extrañas o tiránicas no eran impuestas; (…) solían ser votadas por el libre concurso de los mismos interesados, y (…) las costumbres eran más austeras y puritanas que las leyes (Tocqueville, 1957, p. 61).
De lo anterior se desprende una relación bidireccional y coherente entre el individuo y el Estado que reduce las posibilidades de que se configure lo que Antanas Mockus llama el divorcio entre la ley, la moral y la cultura (Mockus, s.f.). Punto importante en la teoría de la democracia de Tocqueville: el sistema democrático funciona mejor cuando los individuos se comportan de una manera tal que las leyes hasta cierto punto no resultan necesarias, ya que el comportamiento de los individuos surge de una profunda convicción moral que se traduce en consenso social y luego se codifica en leyes. En el caso de los Estados Unidos, el comportamiento de los individuos es más estricto y apegado a las convicciones morales que la misma ley. Esto redunda en un desgaste menor para el aparato policivo y judicial del Estado, que puede dedicar la mayor parte de sus esfuerzos y recursos a administrar la cosa pública, e interviene en las relaciones entre los individuos solo cuando es estrictamente necesario o cuando la gravedad del caso lo amerita.