[16] H. White, Metahistory. The Historical Imagination in Neneteenth-Century Europe, Baltimore y Londres, John Hopkins University Press, 1973.
[17] Sobre la cuestión del narrativismo véase J. C. Bermejo Barrera, Entre Historia y Filosofía, Madrid, Akal, 1994, pp. 91-123.
II
HÉROES Y TRAIDORES DE LA ANTIGÜEDAD: DOS ARQUETIPOS NARRATIVOS EN LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA
En la construcción de los grandes relatos de las historias de España nos encontramos habitualmente una serie de personajes destacados por haberse opuesto a su propio pueblo, rey o nación mediante la traición. Junto a estos traidores también vemos aparecer pueblos y ciudades caracterizados por haber protagonizado resistencias heroicas frente a ejércitos muy superiores. Ambos modelos resultan esenciales para la conformación de las identidades nacionales, ya que en ellos se plasmará la idea de un pueblo prístino marcado desde muy pronto por unos condicionantes gloriosos y una personalidad colectiva definida por valores como el heroísmo, el amor por la libertad, la disciplina o el patriotismo.
En la Antigüedad hispana tenemos dos personajes y tres episodios que encarnan muy bien la idea de la traición en el marco del contexto bélico, así como el prototipo de la ciudad sitiada ante un enemigo claramente superior. Se trata, por un lado, de la historia de Viriato y la traición del pretor Galba, y, por el otro, de la biografía de Sertorio, un personaje clave en el desarrollo de las guerras civiles romanas, pero que desplegó su actividad en el campo de Hispania asociado a los pueblos indígenas. En lo referente a los episodios que ejemplifican el esquema de la ciudad sitiada hallaremos los siguientes: los asedios de Sagunto y Numancia y las guerras cántabras, donde podemos ver cómo funcionan estos arquetipos historiográficos que, no debemos olvidarlo, derivan de la realidad histórica.
La importancia de la Antigüedad parece fuera de toda duda en estas elaboraciones. Ello es así porque se encuentra estrechamente relacionada con el origen de un determinado pueblo, revelándose como una época fundamental en tanto que momento de génesis y definición de, en este caso, los españoles, y, por extensión, de ese carácter multisecular al que se aludirá constantemente como depositario de la esencia del ser nacional. El mundo antiguo representa, en consecuencia, tanto el tiempo como el lugar en el que se desarrollaron luchas épicas, por lo que se regresará a ese pasado cada vez que sea necesario revivir enfrentamientos bélicos donde los españoles partan con clara desventaja, trazando de ese modo una línea directa atemporal cuyo fin es ensalzar la persistencia histórica de los valores subyacentes de la nacionalidad española.
Nuestro propósito consistirá, pues, en analizar cómo funcionan estos arquetipos literarios y retóricos en las principales historias generales españolas, elaboradas en diferentes momentos entre los siglos XVI y XX; interesándonos, además, conocer hasta qué punto son utilizados en los tópicos propagandísticos de la enseñanza de la historia nacional y de la ideología política. A esto podemos sumar el hecho de que examinar la obra de Juan de Mariana, Modesto Lafuente, Rafael Altamira o Ramón Menéndez Pidal supone una manera de comprender mejor tanto la evolución como el significado de la tradición historiográfica española.
SAGUNTO
Suele decirse que Sagunto entra en juego en el panorama historiográfico cuando en el año 219 a.C. Aníbal la asedia y la toma, lo que da origen a la Segunda Guerra Púnica. El casus belli habría estado motivado por la violación del llamado Tratado del Ebro, firmado entre romanos y cartagineses, que limitaba las aspiraciones púnicas sobre Iberia, prohibiéndoles atravesar dicho río en armas. De este modo se convirtió Sagunto en el eje básico de la resistencia ibérica ante los invasores cartagineses y abrió, además, el telón de una serie de oposiciones heroicas que, adaptadas en cada época conforme a los intereses sociales, políticos y religiosos imperantes, habrían sido fundamentales para la conformación de la identidad española.
En las postrimerías del siglo XVI el padre Mariana redactó, primero en latín y después traducida al castellano por él mismo, su Historiae de rebus Hispaniae, obra que se acabó convirtiendo en la versión canónica del pasado español durante más de dos siglos y medio, hasta la aparición de la Historia general de España de Modesto Lafuente. Cabe recordar que la obra de Mariana no fue ningún éxito editorial por dos razones: las ventas se resintieron debido a su elevado precio y al hecho de que estuviese escrito en latín, lengua que por aquel entonces dominaban pocos españoles. En todo caso, la narración de Mariana se orienta, en relación con la conquista cartaginesa, hacia el final de Sagunto. Más que los acontecimientos previos a la guerra o el desarrollo de la misma, lo que verdaderamente va a interesar al jesuita es, al igual que va a suceder con Numancia, su desenlace, ya que es ahí donde se puede apreciar la sublimación de los valores asociados a los españoles, incidiendo particularmente en su orgullo y naturaleza libre.
En este sentido cuenta Mariana dos acciones que resultan especialmente decisivas. Por un lado dice que «juntando el oro, plata, y alhajas en la plaça les pusieron fuego, y en la misma hoguera se echaron ellos, sus mugeres, y hijos, determinados obstinadamente de morir antes que entregarse». Y unas líneas más adelante afirma que «los moradores fueron pasados a cuchillo, sin hazer diferencias de sexo, estado, ni edad. Muchos por no verse esclauos se metían por las espadas enemigas: otros pegauan fuego a sus casas, con que perecian dentro dellas quemados con la misma llama»[1]. Tras un cerco de ocho meses fue «destruyda aquella nobilisima ciudad». Esta tendencia a perder la vida antes que la libertad no representa solo un lugar común en la obra del jesuita, sino que se puede extrapolar a la mayoría de historias de España que a partir de ese momento, y antes con los precursores Florián de Ocampo o Ambrosio de Morales, se van a componer.
En Mariana encontramos, sin embargo, una cuestión que puede resultar llamativa: la imagen que proyecta de Aníbal[2]. Aunque es el responsable de la destrucción de Sagunto, no se advierte en él una caracterización excesivamente negativa. Nos encontramos, en contraste con los primeros púnicos, la imagen casi apologética de los Barca[3], justificado en base a un fervor patriótico que tenía como objetivo utilizar una serie de datos ajenos al terreno clásico y que le sirven a la hora de crear un linaje español glorioso consistente en formar una familia española (nacimiento de su hijo Aspar)[4]. Actitud que desaparece una vez que se abandona la Península e inicia la marcha a Italia, al limitarse a narrar e informar de un modo más escueto.
La visión que Mariana ofrece de Sagunto se encuentra en el núcleo del modelo interpretativo hegemónico de la historia española. Dicho esquema, en el que se puede encuadrar también el asedio de Numancia, el episodio de las guerras cántabras y las figuras de Viriato y Sertorio, se remonta al siglo XVI, siendo sus presupuestos perfectamente asumibles hasta como mínimo principios del siglo XX. Dos son los rasgos característicos de esta interpretación. El esencialismo, donde se postula la existencia de un pueblo español que se mantiene inalterable desde sus orígenes, cargado de virtudes como el valor militar, la pureza de costumbres, la honestidad o la frugalidad. En segundo lugar tendríamos el componente relativo a las invasiones, según el cual una serie de pueblos extranjeros, como fenicios, griegos, cartagineses o romanos, atraídos por las proverbiales riquezas de la tierra española, llegarían, ya fuera pervirtiendo o engañando a sus habitantes o conquistando y sometiendo (en el caso de los cartagineses y romanos)[5]. Aun así, ninguna de estas confrontaciones bélicas logrará acabar con la esencia hispana, esencia que, con la llegada visigoda, se mezclará, facilitando de esa manera los siglos de lucha contra el enemigo musulmán.
Para Modesto Lafuente, quien habría de