Una hora más tarde, tras haber organizado sus pensamientos, buscó el móvil y llamó a Laney. Se conocían desde el colegio y nada la hacía más feliz que charlar un rato con su mejor amiga.
Julia se calmó un poco en cuanto oyó la voz de Laney.
–¿Señora Tyler? ¡Usted es la ganadora de un maravilloso bebé! Se le hará entrega del premio dentro de tres meses.
La risa de Laney inundó el auricular de Julia.
–¡Hola! Creo que preferiría recoger el premio ahora. ¿Puede ser?
–Oh, ojalá pudiera. ¿Tienes un mal día?
–No. Lo de siempre. Estoy un poco cansada esta noche, y Evan me mima mucho.
–Es un cielo.
–Mmm. Sí que lo es. Es cierto que tengo la barriga tan grande como una pelota de baloncesto, pero no soy una inválida. He leído que se trata del síndrome del padre primerizo. No estoy acostumbrada a verlo revolotear a mi alrededor. Se le ponen los ojos como platos cuando siente al bebé en la tripa.
–Ojalá estuviera ahí para verlo.
–¿Para ver los ojos de Evan, o mi barriga?
–Los dos. Te echo de menos, Laney. Echo de menos Los Ángeles.
–Oh, Julia. Pensaba que estabas muy contenta con el trabajo en el Tempest West. Y, bueno, después de lo que me dijiste sobre Trent y tú, pensé que…
–Tenemos una relación profesional, Laney.
Julia no estaba preparada para decirle a su amiga que la habían manipulado. En realidad, no se lo diría jamás. Evan y Trent estaban muy unidos y lo último que Laney necesitaba en ese momento era un conflicto familiar. Acababa de recuperarse de unos terribles ataques de náuseas y no quería arruinarle la alegría del embarazo. Tendría que lidiar con Trent por sí sola, cumplir con el contrato de seis meses y salir de Arizona para siempre.
–Me gusta el reto de trabajar aquí. Es un lugar… maravilloso.
Eso era cierto, pero Trent había destruido sus ilusiones profesionales.
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea. Julia nunca le había hablado de aquella aventura después de la boda, pero Laney sí sabía lo mucho que la había impresionado la inesperada llegada de Trent con una oferta de trabajo unas semanas antes.
Laney siempre había sido muy receptiva con las cosas del corazón.
–¿Por qué no te creo?
–Es un sitio precioso –dijo, esquivando el tema–. Pero tenemos que ponernos manos a la obra. Voy a darte una fiesta premamá dentro de seis semanas. ¿Recuerdas? ¿Puedes mandarme la lista de invitados por correo electrónico, cariño? He reservado en Maggiano’s –dijo, mintiendo–. Y espero estar de vuelta para el fin de semana.
–Uh, Maggiano’s. ¡Yo me comería dos platos de esa comida italiana! Te mandaré la lista hoy mismo, Julia. Te lo agradezco mucho. Sé lo ocupada que estás.
–Lo estoy deseando, Laney. Quiero que mi futuro sobrino tenga muchos regalos cuando llegue.
–Es tan emocionante… Sé que me quedan varios meses, pero no veo el momento de que nazca.
Terminaron la conversación con alegría y Julia se sirvió otra copa de vino. Entonces alguien llamó a su puerta.
Era Trent.
–¿Estás vigilando tu inversión? –le preguntó ella, apoyándose contra el marco de la puerta; tenía la copa de vino en la mano.
–Algo así. No volviste al trabajo hoy.
–Me tomé la tarde libre –le dijo ella con frialdad–. No te preocupes. Estaré en pie al amanecer y trabajaré sin cesar para que tus sueños se hagan realidad.
Trent se armó de paciencia y dio un paso adelante.
–A lo mejor estaba preocupado por ti.
–A lo mejor nieva en el desierto de Arizona.
Él dejó escapar un suspiro exagerado.
–Sabes que no tiene por qué ser así.
–Oh, yo creo que sí. De hecho, es la única forma –dijo ella. Él se merecía todo su desprecio.
–De acuerdo, Julia. Te quiero en mi oficina a primera hora de la mañana. Tenemos asuntos que tratar.
Dio media vuelta y se alejó antes de que ella le pudiera cerrar la puerta en las narices.
Al día siguiente tendría que hablarle de la fiesta de premamá de Laney y no tendría más remedio que trabajar con él codo con codo.
Pero esa noche podía olvidar a Trent Tyler durante un rato.
Trent nunca había conocido a una mujer a la que deseara más que a Julia Lowell. Ella estaba sentada frente a su escritorio, con la cabeza baja. Juntos trabajaban en proyectos para mejorar el Tempest West.
Se fijó en sus rizadas pestañas negras, en su boca suave y carnosa, en su cuello… Su larga melena le acariciaba los hombros y tocaba el cuello del traje de chaqueta rojo que llevaba puesto.
Ese color le sentaba de maravilla, y esas sandalias… Se las había puesto a propósito para atormentarlo.
Esa mañana Julia Lowell había entrado en su despacho con la cabeza alta y la mirada decidida. Había asumido una actitud estrictamente profesional y Trent no podía sino admirar sus agallas y su belleza radiante.
–Estos son mis planes preliminares. ¿Qué te parece? –le preguntó de sopetón, mirándolo a los ojos.
Trent asintió.
–Me parece que ya sabes lo que hay que cambiar aquí –dijo.
–El Tempest West es especial. No es solo un destino turístico. De esos hay un montón. Tenemos que darle una experiencia inolvidable a nuestra clientela, algo que no puedan conseguir en ningún otro lado. Va a ser exclusivo. Al principio, solo por invitación. Eso es un riesgo, Trent. ¿Estás dispuesto a asumirlo?
Julia era muy lista. Trent se había dado cuenta de ello la primera vez que le había hecho el amor. Sin embargo, bien podía estar llevando a la ruina al hotel. Había puesto toda su confianza en ella, pero las cosas habían dado un giro. ¿Estaría ella dispuesta a darlo todo por el hotel aun sabiendo la verdad?
Trent arrugó el ceño.
–¿Es el mismo proyecto en el que estabas trabajando antes de la conversación de ayer?
Julia no se molestó al oír la pregunta. Se puso erguida y esbozó una sonrisa artificial.
–Lo pasamos muy bien en la cama, Trent. Me usaste profesionalmente. Estoy furiosa contigo, pero nunca traicionaría mis principios. Creo en el juego limpio. Así que si me estás preguntando si te arrojaría a los lobos por venganza, la respuesta es «no». Es el mismo proyecto que empecé a mi llegada.
–Tenía que preguntar.
–De acuerdo. ¿Y ahora qué te parecen mis ideas?
Trent se frotó la mandíbula. La barba de un día le arañó los dedos. Unos días antes Julia se había sentado sobre sus piernas mientras le afeitaba la cara con movimientos suaves y cuidadosos hasta hacerle perder el control. Ese día la había sentado sobre el mueble del baño y le había hecho el amor con frenesí.
Trent suspiró.
–Estoy dispuesto a asumir el riesgo. Es una idea brillante.
Julia esbozó una sonrisa cristalina. Sus ojos refulgían.
–Me pondré a trabajar