«Arrogante, traidor…», pensó Julia.
Todo su cuerpo temblaba de rabia, pero antes de condenarle a la horca tenía que enfrentarse a él.
Con el contrato en la mano irrumpió en el despacho de Trent.
–Espera un momento, Brock –dijo él, cubriendo el auricular del teléfono–. Dame un minuto, cielo –le dijo a Julia–. Ya casi he terminado.
–Ya has terminado –dijo ella, furiosa–. Cuelga el teléfono, Trent.
Trent arqueó las cejas, sorprendido.
–¿Qué demonios…? –la miró con ojos perplejos–. Te llamo luego –colgó el teléfono y se puso en pie–. ¿Qué te pasa? –le preguntó, algo molesto.
–Solo contesta a mi pregunta, Trent, ¿me hiciste perder el contrato con Bridges para que trabajara para ti?
Trent arrugó los ojos.
–¿Qué te hace pensar eso?
Ella arrojó el contrato sobre el escritorio. Él miró el documento con gesto impasible.
–Contesta a mi pregunta. Con sinceridad… si es que eres capaz.
Él levantó las cejas y contrajo la mandíbula.
–Sí. Hice un trato con la cadena de restaurantes.
–¿Y yo era parte de ese trato?
Trent rodeó el escritorio y se apoyó en él, poniendo las manos en el borde.
–Cierra la puerta, Julia.
Ella la cerró de un portazo y se volvió hacia él, de brazos cruzados. Estaba demasiado furiosa como para moverse. Aquella postura indiferente y desafiante era indignante.
–¿Y bien?
–¿Si eras parte del trato? –se tomó un minuto para responder. Sus fríos ojos y rígidos labios no dejaban entrever la respuesta–. Sí. Quería que trabajaras para mí.
–¡Entonces me hiciste sabotaje! –gritó Julia, dando rienda suelta a la rabia–. ¿Sabes lo mucho que trabajé para conseguir ese contrato? ¿Tienes idea de lo que ese trabajo habría significado para mí?
–Te pago un salario más que generoso –replicó Trent–. No hice nada ilegal. La gente de Bridges quería conseguir este trato con Tempest. Llevan muchos años detrás de nosotros.
–¿Qué trato? –preguntó ella, colérica. Él ni siquiera se había molestado en negarlo.
–Van a abrir sus restaurantes en nuestros hoteles en ciudades estratégicas por todo el país. Las negociaciones se alargaban demasiado y yo aceleré el proceso. Todo el mundo gana con ello.
–¡Excepto yo!
–Depende de cómo se mire.
–¡Ja! Me mentiste una y otra vez. Has estado a punto de destruir mi reputación al hacerme perder ese contrato. Acepté este trabajo de rebote. Los dos lo sabemos. El Tempest West es solo un hotel. Si a eso lo llamas «ganar» prefiero ser una perdedora y firmar un contrato con toda una cadena de restaurantes.
Trent se apartó del escritorio.
–Ahora tienes un contrato vinculante conmigo.
A Julia le hirvió la sangre.
–¿Un contrato vinculante? Tú no jugaste limpio. ¡No me puedo creer que vayas a obligarme a cumplir con el contrato!
Trent suspiró hondo.
–No es el fin del mundo. Soy un hombre de negocios. Vi una oportunidad y la aproveché. De todos modos, llevábamos mucho tiempo negociando con Bridges. Al final habríamos cerrado el trato igualmente.
Julia sacudió la cabeza.
–No te creo.
–Créelo –le dijo con firmeza–. Es la verdad.
–No, la verdad es que eres un tipo cruel y sin corazón. Me utilizaste para conseguir lo que querías. Lo pasamos muy bien después de la boda de tu hermano y, cuando te marchaste de Los Ángeles, no volví a saber de ti hasta que el Tempest West empezó a tener problemas. Y entonces sales de la nada y te presentas en mi casa con un ramo de orquídeas con el único propósito de seducirme y embaucarme. No podías haber llegado más bajo. Soy una chica lista, pero jamás me habría esperado algo así. Eres un bastardo de primera, Trent Tyler.
Él permaneció impávido.
–Cálmate, Julia.
–No. Estoy a punto de explotar. Me has hecho daño, Trent. ¿No vas a negar nada?
Trent soltó el aliento.
–No. Fue un buen negocio.
Ella echó a un lado la cabeza y se rio al oír aquel absurdo comentario.
–Yo pensaba que eras distinto, pero el vaquero de manos suaves no es más que un artista del engaño. ¡Qué estúpida he sido!
Él había dañado su reputación, herido su orgullo y su corazón. Nunca le daría la satisfacción de saber que casi se había enamorado de él. Jamás volvería a confiar en él.
Trent dio unos pasos adelante.
–¡Para! –Julia levantó la mano y guardó la compostura–. No, Trent. No vas a engatusarme de nuevo.
Él se detuvo; tenía las facciones tensas.
–Estuviste de acuerdo con todas las cláusulas y firmaste el contrato.
–Eso es todo lo que te importa, ¿no? –le espetó Julia–. No importa que haya firmado engañada.
–No hay nada falso en ese contrato. No te obligué a firmar. Tu trabajo es promocionar al Tempest West en el mercado e impedir que lleguemos a números rojos.
Julia levantó la barbilla.
–Bueno… Ya no sé si quiero hacerlo.
–Cielo, el contrato no deja lugar a dudas. No tienes elección –Trent le lanzó una sonrisa que la habría hecho derretirse en sus brazos en otras circunstancias.
–Podría demandarte por esto.
–Pero perderías. Se haría público que incumpliste el contrato en tiempos difíciles. Nadie te obligó a firmar con el Tempest West. Mi trato con Bridges es legal y nadie podría demostrar lo contrario.
Se sentó en el sillón del escritorio y se apoyó en el respaldo.
–Vas a quedarte, si no quieres ver cómo arruinan tu reputación.
Capítulo Cuatro
Chantaje. Engaño. Seducción.
Al atardecer, Julia se dejó caer en el sofá de la suite y le dio un sorbo a la copa de merlot. Tenía los nervios de punta y le temblaba todo el cuerpo. Pensó en Trent y en todas las molestias que se había tomado para atarla al Tempest West.
Sus mentiras y manipulación la habían hecho quedar como una idiota, pero nada le dolía tanto como saber que había sucumbido a sus encantos. Se había dejado llevar en sus brazos. Él se había presentado en su puerta y había anulado su sentido común en un instante. Hipnotizada por un amante maravilloso, no había sido capaz de ver la verdad. Quizá habría podido darse cuenta de todo si no hubiera estado tan ciega.
Si tan solo hubiera sospechado algo…
Pero aquel apuesto texano la había hecho caer en sus redes. Sin embargo, sí tenía razón en una cosa: por mucho que quisiera hacerlo, no podía abandonar el puesto. Necesitaba un buen contrato para mejorar el currículum y no tenía ningún proyecto de futuro. Tendría que quedarse y hacer funcionar ese hotel. Ella no era de las que abandonaban, a pesar de las circunstancias. Una profesional de verdad tenía