Un artista le había pintado Crimson Canyon en un póster y ella había trabajado duro en el lema de la campaña. Con la nueva imagen del Tempest West delante de los ojos, Julia sintió un golpe de energía y supo que iba por el buen camino.
Le dio un sorbo al café, ya frío, e hizo una mueca.
–Qué horror –murmuró, y dejó la taza en la mesa.
Se apoyó en el respaldo de la silla y suspiró. Su cerebro se merecía un descanso. Además, su estómago empezaba a quejarse.
Se levantó y estiró los brazos. Cerró los ojos y empezó a mover la cabeza a un lado y al otro, intentando relajar los músculos.
–Estás muy sexy cuando haces eso –Trent estaba en el umbral del despacho, apoyado contra el marco. Tenía las manos en los bolsillos.
–Has vuelto –dijo ella, sorprendida.
Los ojos de Trent emitieron un destello.
–¿Me has echado de menos? –le preguntó, entrando en el despacho.
–Iba a irme a casa.
Trent hizo caso omiso de sus palabras y miró el póster, que descansaba sobre la mesa.
–¿Es eso? –dijo, acercándose un poco para verlo mejor.
Julia vaciló un instante. Creía tener buenas ideas y la campaña iba bien, pero aún no estaba preparada para una presentación. Cuando se trataba de su profesión le gustaba tenerlo todo bajo control. Sin embargo, Trent siempre se las ingeniaba para desordenar algo en su vida.
–Sí, ya está. Pero todavía no he terminado. Voy a diseñar una invitación especial para nuestra reinauguración. Pero no quiero llamarlo así.
Trent continuó mirando el póster.
–«Vive nuestra leyenda» –dijo, leyendo– «o crea la tuya propia».
Ella se puso a su lado.
–Ahí –le dijo, señalando la parte inferior del póster– es donde pondremos «Tempest West, Crimson Canyon».
Trent la miró de reojo.
–Me gusta el eslogan.
–Gracias –dijo ella suavemente, y oyó cómo le rugía el estómago una vez más.
Trent sonrió.
–Yo también me muero de hambre. He venido directamente desde el aeropuerto. El chef nos traerá la cena. Para dos.
Julia asintió.
–Seguro que puedes comértelo todo –dijo, sacando el bolso de un cajón.
–Salmón a las finas hierbas con arroz basmati.
Aquello sonaba como un manjar celestial, pero Julia sacudió la cabeza.
–Suflé de zanahoria.
–¿Suflé? –repitió. La boca se le hacía agua–. Eso no parece una cena de vaquero.
–Mi apetito no conoce fronteras.
Ella esbozó una sonrisa tímida.
–El chef también nos va a traer una tarta de chocolate de siete capas.
–La especialidad de la casa.
–Puedes ponerme al tanto de todos los detalles de la campaña mientras cenamos.
A Julia le volvió a rugir el estómago, pero Trent no pareció haberlo oído. Ella había pensado pedir una ensalada en el Canyon Café antes de irse a la cama, pero una cena a la carta sonaba muchísimo mejor. No era capaz de rechazar a Trent y a la comida.
–¿Esto es una orden del jefe?
Trent la miró a los ojos.
–No, es solo una petición.
Ella dejó escapar un suspiro.
–De acuerdo, entonces. ¿Cuándo vamos a cenar?
Trent miró la hora.
–En unos minutos.
Mientras Julia ponía en orden los documentos, Trent fue hacia la ventana.
–Acabo de cerrar un trato para traer una camada de caballos salvajes al cañón.
–¿Qué? –Julia creyó que no le había oído bien.
Trent se volvió hacia ella.
–Necesitan un hogar. Están hambrientos y cansados.
–Trent, esto no es un rancho. Es un destino turístico elitista que no está sacando muchos beneficios. ¿Por qué no lo discutiste conmigo antes?
Él se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
–Fue todo muy rápido. Haremos que funcione, Julia. Los voy a soltar detrás de Shadow Ridge.
–¿Soltar? Dime que es una broma.
–Los caballos no molestarán a nadie allí. Es una zona prohibida para los clientes.
–Si hubieras esperado a oír mi presentación, sabrías que tenía planes muy específicos para Shadow Ridge, planes que no incluyen caballos salvajes.
Trent contrajo la mandíbula y su mirada mostró determinación. Julia se dio cuenta de que no había forma de disuadirlo.
–¿Qué clase de planes? –preguntó él.
–Visitas guiadas a caballo por las montañas. Charlas de arte, dadas por profesionales. La privacidad, la paz y las hermosas vistas del Crimson Canyon. A la mayoría de la gente le gustaría encontrar un sitio tan retirado como este para reflexionar. Algunos pintarían paisajes, otros montarían a caballo. Les ofreceríamos algo que no pueden encontrar en otro sitio, ¿no?
–Y ahora podrán ver a los caballos salvajes en primera línea.
–¿Puedes controlarlos?
–Ni hablar.
Julia no pudo sino admirar su dedicación hacia esos caballos maltratados y se los imaginó corriendo en libertad por Crimson Canyon. Trent se ocuparía de que estuvieran bien cuidados. Él era un hombre que se preocupaba por los suyos.
–Pero la seguridad de los clientes…
–Los caballos tienen barreras naturales. No irán demasiado lejos. Voy a darles comida y agua y así se quedarán donde tienen que estar. Y no molestarán a nadie.
–¿Y cómo puedes asegurármelo?
–Confía en mí.
Julia jamás volvería a confiar en él, pero el hotel era suyo.
–No puedes permitirte una demanda.
Trent levantó las cejas.
–¿Has oído algo de eso?
–No de ti. Pero, sí. He oído algo. Nuestra primera prioridad son los clientes, y van a pagar el doble por lo que acabo de proponerte. Por favor, dime que no tienes ninguna idea alocada para Destiny Lake. Nada de exhibiciones acuáticas o algo por el estilo.
Trent hizo una mueca.
–Muy gracioso, Julia.
–¿Y bien?
–No. No tengo planes para Destiny Lake.
–Eso es un alivio.
En ese momento llegó el camarero con un carrito y Trent lo hizo pasar.
–Es para dos, Robert. Comeremos aquí mismo, a no ser que la señorita Lowell prefiera comer abajo –dijo, buscando su consenso.
–Así está bien. Estamos trabajando –dijo ella, y le sonrió al camarero.
Robert