Kimberly le enseñó el despacho y la dejó instalarse. Julia miró las fotos que colgaban de las paredes. Eran instantáneas de las obras del Tempest West, desde su comienzo hasta la inauguración. El escritorio estaba hecho de madera de roble blanco y las paredes eran de color crema, con molduras blancas. Las estanterías de libros llegaban hasta el techo.
A pesar de la moderna tecnología de los equipos informáticos, el despacho mantenía ese aire del Oeste que caracterizaba al hotel y había algunos toques femeninos que le recordaban a su apartamento de Los Ángeles.
Julia pasó algunos minutos familiarizándose con el aparato de fax, el ordenador y el intercomunicador. Estaba metiendo el contenido de su maletín en los cajones cuando Trent llamó a la puerta.
Ella se puso en pie al verlo entrar.
–Buenos días de nuevo –le dijo él con un guiño.
Estaba tan fresco y arreglado como siempre, con una camisa blanca, vaqueros, una chaqueta negra, una corbata texana y un sombrero de cowboy.
–Hola.
–¿Ya te has acomodado?
Ella miró alrededor. No había llevado muchas cosas. Todo lo que necesitaba lo tenía en el portátil y en la cabeza. Lo que más importaba era el instinto.
–Creo que sí.
–Si necesitas algo, díselo a Kimberly.
–Estoy bien, Trent. El despacho es estupendo.
Él asintió.
–De acuerdo. Solo quería asegurarme –se quitó la chaqueta y la corbata y las puso en el respaldo de la silla que estaba frente al escritorio.
Julia se puso un poco tensa al verle quitarse la ropa. ¿Acaso no había entendido lo que le había dicho la noche anterior?
–Vamos a hacer un recorrido por el hotel. Quiero que veas lo mejor del Tempest West.
Julia hizo un gesto afirmativo con la cabeza, sintiendo un gran alivio al ver que se había equivocado. Trent no tenía otra cosa más que negocios en mente.
–Sí, estoy deseando ver el resto de las instalaciones.
Sin embargo, un diablillo le decía que ya había visto lo mejor del Tempest West la noche anterior, en los brazos de Trent.
Capítulo Tres
–Normalmente veríamos los alrededores a caballo, pero nos llevaría demasiado tiempo. Hoy vamos a hacerlo de un modo más elegante –Trent le abrió la puerta del todoterreno.
Con una sonrisa Julia miró el polvoriento vehículo.
–Me parece bien.
Trent se bajó el ala del sombrero y le cerró la puerta del acompañante.
Se dirigieron hacia los establos por la vía de servicio. En breve se encontraron con caballos bayos y palominos. Los animales parecían bien cuidados y tranquilos.
–Tenemos cuarenta caballos y ocho vaqueros. En ocasiones hay entre diez y veinte caballos de paseo. Hay una oficina en el establo. Ahí trabaja nuestro capataz, Pete Wyatt. Él se encarga de programar los paseos a caballo.
Trent detuvo el coche y bajó, seguido de Julia. Fueron hasta la entrada de los establo.
Un hombre de la edad de Trent dio un paso adelante con una sonrisa en los labios y la mano extendida.
–Usted debe de ser la señorita Julia Lowell. Yo soy Pete. Me ocupo de los establos. Usted es la persona que nos va a ayudar a salir adelante –dijo con certeza.
Julia le estrechó la mano y miró a Trent.
–¿Y cómo voy a hacerlo? –preguntó ella.
–Consiguiendo más clientes –dijo Pete, como si estuviera diciendo algo obvio–. Solo trabajamos con la mitad de los animales. Son caballos de raza. Todos. No hacen suficiente ejercicio. Son demasiado salvajes como para estar encerrados. Vamos, le enseñaré cómo trabajamos.
Media hora después, Julia volvió al coche en compañía de Trent. Antes de emprender el camino de regreso hizo algunas anotaciones en su PDA.
–Parece que has convencido a todos de que obro milagros.
Trent la miró un instante.
–¿Demasiada presión?
–Trabajo mejor bajo presión –admitió Julia con honestidad.
Trent le lanzó una mirada satisfecha, como si ya lo supiera. Su fe en ella la intimidaba, pero también le subía la moral.
A continuación se dirigieron a la zona limítrofe de Crimson Canyon, donde el cielo azul se fundía con la tierra roja. Trent se detuvo en lo alto del cañón. A sus pies se extendía un abismo que parecía infinito.
–Esto es Shadow Ridge. Es mi zona favorita de toda la propiedad.
–Ya veo por qué –la belleza de la naturaleza deslumbró a la joven, que se sintió insignificante y diminuta–. Virgen y glorioso.
Trent guardó silencio durante un momento y entonces sacudió la cabeza.
–La mayoría de los clientes no llegan hasta aquí. El terreno es peligroso incluso con un buen caballo. El todoterreno no puede acercarse lo suficiente, pero créeme cuando te digo que no hay nada que se pueda comparar con las formas rocosas y los colores de Shadow Ridge.
Julia sacó la PDA y apuntó algo.
–De acuerdo –dijo, considerando las posibilidades–. ¿Adónde vamos ahora?
Veinte minutos después llegaron al lago Destiny.
–Hay piscinas naturales, pesca y paseos en bote. Es el único lago natural de la zona. Cuando compré la propiedad me aseguré de que estuviera incluido el lago.
–No podías haberlo hecho mejor.
–Así es. Sabía que construiría el hotel cerca del lago.
–Me dijiste que había una leyenda.
–Y la hay –Trent salió del todoterreno y abrió la portezuela del acompañante–. Vamos a dar un paseo –dijo, ofreciéndole la mano.
Julia aceptó la ayuda y lo soltó en cuanto bajó del coche. Juntos pasearon a lo largo de la orilla y disfrutaron de la brisa de otoño. A lo lejos unos clientes del hotel retozaban en el lago. Sus risas no eran más que un suave suspiro sobre las aguas.
Trent volvió a tomarla de la mano cuando se acercaron a un pequeño embarcadero que se adentraba en el lago. Tres botes de remo se mecían en la corriente. Avanzaron hasta la mitad del muelle y contemplaron el paisaje.
–Esta tierra fue poblada hace ciento cincuenta años por gente que había probado suerte en las minas de oro de California sin mucho éxito. Muchos ni siquiera llegaron a la Costa Oeste, sino que se asentaron aquí. Dice la leyenda que una joven llamada Ella y su prometido tuvieron una terrible discusión aquí. Sus padres habían elegido a otro pretendiente para ella. Samuel, el joven con el que había jurado casarse, le dio un ultimátum. Si no se reunía con él en este lugar al ponerse el sol, jamás volvería a verlo.
»Ella no quería fugarse y dejar a su familia, pero también sabía que no podía vivir sin el hombre al que amaba. Con mucho esfuerzo logró escaparse, pero cuando llegó al lago a medianoche, Samuel no estaba allí. Ella lo buscó sin cesar y, cuando por fin lo encontró, estaba a punto de saltar al vacío desde lo alto de Crimson Canyon.
–Es una historia muy triste, Trent, pero de alguna manera sabía que acabaría así.
Todas las leyendas terminaban en tragedia.
–Entonces dices que la tierra está encantada.
Trent sonrió.
–En absoluto.