Se habían conocido meses antes, cuando Laney se había casado con el hermano de Trent, Evan. La química había surgido enseguida. El apuesto texano había llamado la atención de Julia desde el primer momento y habían vivido un tórrido romance de fin de semana, pero… Nunca había vuelto a saber de él.
Hasta hacía quince días. Él se había presentado en su casa de Los Ángeles con flores, una botella de champán y una disculpa por no haberla llamado.
Trent había esbozado una sonrisa pícara.
–Estás espléndida.
Julia se habría sonrojado si su tez no hubiera sido tan morena. ¿Cómo habría podido olvidar aquellas noches de pasión en brazos de Trent? Aquella aventura la había consumido en una hoguera de deseo. Jamás habría podido olvidar cómo susurraba su nombre antes de llevarla al cielo.
Durante las últimas semanas se había cuestionado su decisión de aceptar el empleo una docena de veces. Trent era el típico soltero empedernido y estaba metido de lleno en su proyecto. Le había dejado muy claro que no estaba interesado en tener una relación. El hotel Tempest West era la única prioridad que consumía todo su tiempo y energía. Sin embargo, cada vez que estaban juntos les resultaba difícil mantener las manos quietas.
Su amiga Laney siempre le decía que una mujer de verdad podía seducir a cualquier hombre, y que Evan y ella eran la prueba viviente. Julia tenía miedo de haberse enamorado. Trent la turbaba en todos los sentidos y, cada vez que lo miraba, pensaba en vivir a su lado hasta el fin de los días.
Trent tiró de ella y le puso las manos en la cintura, sacándola de sus pensamientos. El ala del sombrero texano no la dejaba verle los ojos.
–Me alegro de verte.
Julia respiró hondo y le puso las manos en el pecho. En cuanto palpó el potente pectoral a través de la camisa, le fallaron las fuerzas.
Trent sonrió y se inclinó para besarla.
Ella observó cómo se acercaban sus labios antes de sentir el roce sutil. Una avalancha de sensaciones le recorrió las entrañas. Fue un beso fugaz, pero los vestigios de sus caricias no desaparecieron.
–Quizá deberíamos… –le dijo ella, incapaz de mirarlo a los ojos–. Poner algunas reglas, Trent.
–Me parece bien –le rodeó la cintura con el brazo y la condujo hacia la puerta de entrada–. Te llevaré a tu habitación para que te pongas cómoda. Dentro de una hora cenamos y hablamos.
Julia lo miró de reojo. ¿Así de fácil?
–De acuerdo –le dijo, decepcionada y aliviada.
Trent se entregaba a su trabajo en el hotel con la misma energía que hacía todo lo demás, siempre al cien por cien. Era estricto y tenaz cuando era necesario, e inflexible cuando creía tener razón; sobre todo cuando se trataba del Tempest West. Siempre había sabido que lo convertiría en un negocio de éxito. A diferencia de su hermano Evan, él no se dejaba amedrentar por las grandes ciudades, ni tampoco tenía reparos en codearse con la elite como Brock, la parte animal de los hermanos Tyler.
Aquella promesa había salido de sus labios con facilidad:
–El Tempest West nos dará más dinero que cualquiera de los hoteles Tempest en el primer año…
Brock, que nunca había rechazado un reto, había escuchado sus palabras sin pestañear. Tenía previsto abrir otro hotel en Maui e Evan iba a supervisarlo todo. Todavía seguían comportándose como niños. Aún eran dos chavales testarudos que competían y el hermano mayor se encargaba de asegurar el juego limpio. No obstante, tanto Evan como Brock pensaban que Trent no tenía ni la más mínima oportunidad de ganar.
El Tempest West era un hotel rural con toques del Oeste y una clientela muy distinta a la de los sofisticados hoteles de la cadena. Trent había invertido todo su dinero en el hotel de sus sueños y había puesto su corazón en él. Su reputación y su orgullo estaban en juego.
El hotel había abierto sus puertas con éxito, pero unos meses después la ocupación había caído y los beneficios eran mínimos. Trent se había visto obligado a despedir al director de marketing.
Necesitaba a alguien con una nueva perspectiva. Necesitaba a Julia Lowell.
Y había hecho todo lo posible por que aceptara la oferta.
Con el brazo alrededor de su cintura, la llevó hasta la recepción del hotel.
–Este es mi lugar favorito dentro del hotel.
Julia miró a su alrededor, impresionada.
–Las fotos del catálogo no le hacen justicia. Esto es increíble, Trent.
–«Increíble» es una buena de forma de describirlo.
Él nunca había escatimado en gastos para que el atardecer de ensueño de Crimson Canyon inundara la recepción del hotel. Enormes ventanales abarcaban toda la pared oeste, capturando lo mejor del paisaje exterior. Las majestuosas montañas ocultaban parte del sol de poniente y un halo de oro teñía las tierras de Trent.
Él le puso una mano en el hombro y señaló con la otra.
–¿Ves ese mar azul? Es Destiny Lake. Hay una leyenda sobre él. Algún día te la contaré.
–Trent, esto es magnífico. Has metido el Oeste aquí dentro, con el mobiliario y las enormes chimeneas. No parece la recepción de un hotel, sino un acogedor lugar de encuentro.
Trent le apretó el hombro.
–Quiero enseñártelo todo: las tierras, el lago, los establos… Hay una barraca moderna, donde duermen los vaqueros. Mañana iremos de visita turística.
La sonrisa satisfecha de Julia le hizo sentir un latigazo de deseo. En una ocasión ella había sonreído de esa forma antes de caer en sus brazos tras un orgasmo arrollador.
Tenía un cuerpo esbelto, unas piernas de infarto, el cabello castaño y unos ojos verdes que quitaban el sentido. Pero ella era mucho más que eso. Aquellas noches de sexo habían sido las mejores de su vida. Cuando estaban cerca el uno del otro, se producía una explosión de pura dinamita.
Trent sintió una punzada de culpa. Había usado todas sus armas para que aceptara el empleo, pero no podía decirle la verdad sin poner en peligro el futuro del hotel. Siempre y cuando no averiguara que él la había hecho perder el contrato con los restaurantes Bridges de Nueva York, estaría a salvo. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ocultarle aquella flagrante manipulación. Tenía que impedir que lo supiera.
La quería en la dirección del hotel, y también en su cama. Ella era capaz de subir la ocupación y podía ayudarlo a demostrar que el Tempest West estaba a la altura de los otros hoteles. Además, así podrían saciar la sed que sentían el uno por el otro.
–Vendré a buscarte dentro de una hora para la cena –le dijo de camino al ascensor que la llevaría a una pequeña suite en el tercer piso.
Se sacó una tarjeta del bolsillo y la puso sobre la palma de la mano de Julia. Sus dedos rozaron los de ella fugazmente.
–Entraría contigo, pero si lo hago no tendrás el descanso que te mereces.
Ella sacudió la cabeza.
–Trent…
Él la soltó y recorrió sus largas piernas con la vista hasta llegar a las sandalias rojas que llevaba puestas.
En una ocasión le había pedido que se lo quitara todo, excepto esos zapatos tan sexys, y entonces le había hecho el amor.
–Los llevas.
Julia parpadeó.
–Hacen juego con el vestido –dijo ella.
Él