La primera tópica crucial es la del consciente-inconsciente, en la que éste se considera como una especie de lugar en donde se recluyen todos los deseos que están bajo la represión y la resistencia, lo que surgirá a través del síntoma. El inconsciente en Freud se convierte en una especie de basurero amenazador que mediante el uso de la palabra en la sesiones clínicas puede llegar a ser evocado y comprendido, lo que daría lugar a la curación psicoanalítica. Posteriormente Freud encontrará que ciertos contenidos que surgen de ese inconsciente no tendrán nada que ver con la represión sino con algo más bien atávico, por ello admitirá la existencia de un inconsciente arcaico. La influencia de la existencia de un inconsciente es tan importante que Varela afirma, tal vez irónicamente, que «las personas –al menos los europeos y norteamericanos de clase media– han llegado a creer que tienen un inconsciente que es evolutiva y simbólicamente primitivo».
Una segunda tópica imprescindible será la del ello-yo-superyo, dentro de la teoría de la personalidad. El ello es inconsciente; el yo consciente será formado a lo largo de la vida, y el superyo, proviniente en un principio de la consciencia moral, representa la voz de los padres, el mundo simbólico de la autoridad y sus pautas, que pueden ir desde la restricción más absoluta hasta la ausencia de esas pautas. El “yo ideal” representa la etapa de unificación primigenia, y el “ideal del yo” será como un intento de vuelta a ello, lo que supondría la tendencia de la vida. Sobre todo esto Frances Vaughan resume que «el psicoanálisis considera que la infelicidad se debe al inevitable conflicto existente entre los deseos personales y las necesidades sociales, es decir entre las pulsiones del ello y las demandas del superyo».
Los cinco casos enmarcados para toda la vida del psicoanálisis, el de Dora como representante de la histeria, el de Juanito para la fobia infantil, el del hombre de las ratas como neurosis obsesiva, el de Sreber para la paranoia y el del hombre de los lobos, como neurosis infantil, conforman la galería más importante de los tratamientos modelo de Freud. La cuestión de la angustia es primordial también, al principio como creada por la represión y posteriormente como causa; personalmente creo que se mueve en la dos direcciones. Hoy posiblemente ya no se den estos casos retratados por Freud de una manera tan acusada y propios de la influencia cultural victoriana. Los numerosos artículos dan fe del trabajo prolífico que supuso la vida del creador del psicoanálisis, base de las psicologías posteriores.
Apuntes. Freud supuso una entrada en el mundo de las sombras que no pueden ser verificadas empíricamente como se pretende en la fisiología, y por ello abre la puerta a lo desconocido y a lo profundo en el hombre. Sin embargo participaba de una concepción racionalista y materialista de la vida. Freud, por alguna razón, tenía un tope ahí. Por ello, tal vez, no comprendió a Tagore ni a Dasgupta, profesor de filosofía en Calcuta, como afirma Ernest Jones en su biografía sobre Freud. No podía comprender el mundo hindú que trasciende lo racional. Sobre Einstein, tras su visita, comentó que «entiende tanto de psicología como yo de física». Pienso que la mente amplia de Einstein en nada concuerda con la reduccionista de Freud. Su determinismo y racionalismo le hizo llegar sólo hasta un concepto mítico racional de la existencia.
El mundo de lo espiritual, que no quisiera confundir con lo religioso, tiene poco objeto en el racionalismo de Freud. Su amigo Romain Rolland –en una ocasión– le describió una emoción mística con el universo, a la que Freud llamó sentimiento “oceánico”, y lo recondujo al estadio más primitivo de la infancia, lo cual da una idea de lo comentado. La religión viene a reducirse en Freud a una ilusión obsesivo-compulsiva, unida a un núcleo histórico, de ahí que en ciertas ocasiones haya sido posible ver algunas simbiosis entre el psicoanálisis y el materialismo dialéctico. Incluso llegaba a considerar con cierto dogmatismo que todo ataque al psicoanálisis se consideraría como una represión de la sexualidad. El mundo de la emoción de Freud al parecer sólo se exteriorizó en la muerte de su nieto Heinerle, y posiblemente en las desavenencias autoritarias con sus discípulos.
Hay varios aspectos en los que se critica al psicoanálisis, más allá de presupuestos teóricos:
Primero, el haber obtenido sus fundamentos teóricos basados en la patología. Segundo, el considerar el inconsciente como fuente de enfermedad, como algo peligroso y malo y que por lo tanto tenía que estar bajo control, lo que hace que el psicoanalista conciba como negativo todo aquello que no comprende, porque se aparta del concepto de normalidad. Miedo al sexo. «Los freudianos siguen siendo reduccionistas respecto de los valores humanos superiores, las motivaciones más reales y profundas parecen peligrosas y repulsivas, mientras que los supremos valores y las virtudes humanas son esencialmente falsos, no son lo que parecen, sino versiones camufladas de lo profundo, oscuro y sucio. Nuestros científicos sociales son igualmente decepcionantes. Un total determinismo cultural constituye todavía la doctrina oficial y ortodoxa de muchos o de la mayoría de los sociólogos y antropólogos. Esta doctrina no solo niega la existencia de motivaciones superiores intrínsecas, sino que, a veces, se acerca peligrosamente a la negación de la propia naturaleza humana.» Así se expresó Maslow. El reduccionismo racionalista y mentalista recoje la falla del discurso para metabolizarla desde el intelecto, con lo cual pierde todo su valor intuitivo. Todo ello proviene de un modelo que interpreta la realidad bajo un reduccionismo fisicoquímico que no integra la experiencia ni la vivencia personal, puesto que parte de una concepción en la que la experiencia se da sólo en los objetos, como en una reacción entre el ácido sulfúrico y un hidróxido de calcio, lo que cierra el camino a la comprensión del sentimiento de unión con el universo, pues ello requiere atravesar la barrera de lo que puede ser pensado. Por todo ello el cientificismo forma parte de esa posición de separatividad y es causa de los desastres ecológicos, por el poder de las reacciones que los experimentos desencadenan al contemplarse solamente el ombligo y no mirar el resto del “cuerpo terrestre”. Sólo Jung pudo dar ese salto hacia lo numinoso, lo transmental, convirtiéndose en paladín de lo transpersonal. Jung habla de su maestro diciendo que en él se daba una secuela de factores religiosos inconscientes, constituyéndose paradójicamente en un dogma: en el lugar del Dios celoso que había perdido había colocado la sexualidad, amenazadora, despótica y ambivalente moralmente. También comenta que la amargura de Freud le preocupaba en especial y que, según su propia expresión, se sentía amenazado por la “negra avalancha”. Freud reconoció, según Jung, la importancia de la parapsicología y de los fenómenos ocultos; sin embargo, el miedo a comentar su intimidad se pone de manifiesto en una contestación a éste: «el caso es que no puedo arriesgar mi vida privada». Jung, casi concluyente, expone que ninguno de ellos sabía qué era el psicoanálisis, pues ni siquiera el maestro había podido resolver su propia neurosis. Recuerdo haber leído que, ante una contemplación de la primavera,