[…] todos hablaban igual, todos vestían igual, todos se parecían en su aspecto exterior, aunque no se pareciesen antes, porque el krausismo es cosa que imprime carácter y modifica hasta las fisonomías, asimilándolas al perfil de don Julián o de don Nicolás. Todos eran tétricos, cejijuntos, sombríos; todos respondían por fórmulas hasta en las insulseces de la vida práctica; siempre en su papel; siempre sabios, siempre absortos en la vista real de lo absoluto[7].
López-Morillas nos ofrece un retrato completo de los krausistas:
Los krausistas vestían sobriamente, por lo común de negro, componían el semblante a fin de que pareciese impasible y severo, caminaban con aire ensimismado, cultivaban la taciturnidad y, cuando hablaban, lo hacían en voz queda y pausada, sazonando sus frases con expresiones sentenciosas, a menudo de una rebuscada oscuridad, rehuían las diversiones frívolas y frecuentaban poco los cafés y los teatros […][8].
El viraje moderado de los últimos años del reinado de Isabel II hará chocar a los krausistas con el poder institucional y, a raíz de la primera cuestión universitaria, Sanz del Río es expulsado de su cátedra en 1867; reintegrado por la Revolución de 1868, recibe la compensación adicional de ser nombrado rector de la Universidad Central, aunque renuncia al cargo. Falleció en Madrid el 12 de octubre de 1869.
Si su labor divulgadora y testimonial desde la cátedra fue importante, también lo fueron sus obras escritas, especialmente la Analítica (tomo I del Sistema de la Filosofía) y el Ideal de la Humanidad para la vida, traducción libre, verdadera recreación, del Das Urbild des Menschheit de Krause.
La primera edición española del Ideal de la Humanidad para la vida data de 1860; produjo hondo impacto hasta el punto de convertirse en «libro de horas de una generación», texto de cabecera o recetario ético al que acudían los intelectuales jóvenes e inquietos en busca de dirección espiritual y moral, más que empírica. Destacan en la obra tres grandes claves definitorias:
– Definición del contenido y método del conocimiento científico.
– Nueva visión del hombre como síntesis del universo.
– Organización armónica de la humanidad.
La idea de humanidad, siguiendo el mito platónico, comprende dos mitades: hombre y mujer, a desigual altura intelectual y moral; todo progreso es impensable sin que la primera atienda a la segunda, más rezagada.
De las instituciones existentes en la sociedad humana, la primera es la familia, que ha de fundarse en el amor y que es el principio de toda educación humana, donde el hombre recibe su carácter más profundo e inalterable; otras sociedades sucesivas son la ciencia, el arte, el Estado y la religión.
Todas ellas se hallan en estado imperfecto, siendo más grave el caso de la primera y originaria, la familia, que aparece más «como un asilo profanado por el placer y el abuso, que como un templo del amor y como un Estado doméstico, en el que toda relación humana sea reconocida y respetada»[9].
El Ideal de la Humanidad ha de realizarse también en el individuo: el hombre debe cultivar su espíritu mediante la combinación racional y equilibradora de ciencia y arte, y atender al bienestar de su cuerpo, y la mujer ha de ser rescatada por su compañero de la oscuridad y degradación a que se ve reducida en la mayoría de los países; es tarea de él trabajar
[…] para restablecer el santo derecho de la mujer al lado del varón, para mejorar su educación haciéndola más real, más elevada, más comprensiva, para despertar en todos el reconocimiento de la dignidad de la mujer y cultivar en ésta todos los sentimientos sociales, y sus facultades intelectuales en relación proporcionada a su carácter y destino[10].
El matrimonio es la única y mejor manera de dignificar las inclinaciones naturales, como sociedad constituida por el hombre y la mujer para originar a un «individuo superior». Al matrimonio corresponde la fundación de una familia, y a ésta la función de educar a los hijos; por tanto, la influencia educadora de la familia se proyecta gradualmente sobre el destino de la humanidad, y dicha influencia no puede ser favorable si la mujer permanece «en la oscuridad», mientras el hombre avanza solo.
Así, la primera oposición humana, la del sexo, se sublima con el amor y el matrimonio; la segunda, la de la edad, con el respeto a la infancia y a la vejez, y la tercera, la de caracteres y temperamentos, con la vida social y la amistad.
Significativa y novedosa es la consideración de la mujer como parte de la humanidad que requiere tratamiento especial para llegar a la perfección absoluta. Tal vez lo que ejerció mayor influencia del Ideal de la Humanidad fueron los mandamientos generales y particulares relativos a la misma, expuestos con claridad meridiana, y por ello más asequibles para la mayoría de los lectores que el complejo texto de Krause. En síntesis, los 12 mandamientos generales incitan a amar a Dios (a la Razón-Dios) y a amarse a uno mismo aspirando en todo momento al bien; los 11 particulares elogian el respeto a los demás, la sociabilidad, la veracidad y la justicia.
En la edición divulgadora que Tiberghien hace de los Mandamientos de Krause, el matrimonio (mandamiento octavo) es definido como «institución providencial para el reforzamiento y perfección del género humano»[11]. Incide en el aspecto de la educación (mandamiento decimoquinto) afirmando que ha de ser igual para ambos sexos en la primera infancia, pero en la juventud debe variar porque el hombre y la mujer tienen destinos diferentes en la sociedad, y añade una recomendación que los krausistas españoles harán todo lo posible por cumplir: cada uno ha de contribuir a la educación de sus semejantes
Cuidando de la educación y de la instrucción de los niños en la familia, contribuyendo en la medida de sus fuerzas y recursos al progreso de la enseñanza pública, fundando o favoreciendo las conferencias y las bibliotecas populares, formando asociaciones consagradas a defender por todos los medios legales la causa de la cultura moral e intelectual del pueblo[12].
Con este somero análisis del Ideal de la Humanidad queda esbozada la peculiar visión de Krause y los krausistas acerca de la educación del género humano en general, y la de la mujer en particular: la perfección es imposible sin arrancar a la mujer de las tinieblas de la ignorancia y estimular al hombre a respetarla como mitad a la vez opuesta y complementaria; la unión de ambos sexos constituye el matrimonio, base de la familia, a la cual corresponde la gran responsabilidad de educar al hombre del mañana y del progreso, ejecutor del Ideal de la Humanidad.
Abundando en el tema, Krause refutó la afirmación de que la mujer es sólo «un varón incompleto» como contraria a las investigaciones embriológicas y a la naturaleza, y rechazó, asimismo, que el fin último de la mujer fuese la maternidad, declarándola por ello incompatible con la vida social pública. Por el contrario, ésta se vería inusitadamente enriquecida con la participación activa de la mujer.
Estas tesis causaron fuerte impacto en un país como España, donde la educación femenina adolecía de un lamentable abandono. A pesar de los intentos de los gobiernos liberales del periodo isabelino por fomentar la educación popular como instrumento de regeneración social y del extraordinario florecimiento legislativo en este sentido, los resultados habían sido poco alentadores por causa, sobre todo, de la escasez de medios materiales. Mucho menos alentadores aún habían sido en el caso de las niñas, cuya instrucción se subordinó siempre a la de los niños, llegándose así a unas elevadísimas y escandalosas cifras de analfabetismo femenino