La oratoria del Sr. Moret no tiene trascendencia en el sentido de que despierte el pensamiento para nuevas y más profundas concepciones. Limítase á recoger del suelo una idea generosa para arrojar sobre ella la luz de su inteligencia y ofrecérnosla adornada con todos los colores del iris y todas las magias del arte. De este modo, mejor que con profundas y sabias disquisiciones, sirve á las ideas haciéndolas amables y simpáticas para todos. Su claro pensamiento tiene la virtud de disipar las nieblas con que la malicia y el error las cubren. La libertad es la musa que inspira todas sus oraciones. Esta musa, que por capricho inescrutable se ofrece las más de las veces á la vista de sus oradores como deidad sangrienta y vengativa, como ángel exterminador y ministro de la voluntad del pueblo destinado á dar muerte á los primogénitos del privilegio y de la fortuna, se presenta á los ojos del joven tribuno y á los de aquellos que la gala de su elocuencia encadena, como ángel de ventura que trae en su mano, no la tea del exterminio, sino el olivo de la paz.
¡Grande y poderoso influjo el de la elocuencia! Á su poder no se allanan los peñascos ni se aplacan los irritados mares, pero hay algo que se mitiga y se aplaca más duro que los peñascos y más irritado que los mares: el corazón del hombre!
El Sr. Moret es un gran orador; pero nada más que un orador. Ha tenido la desgracia de nacer á la vida de la inteligencia en una época en que las aspiraciones más nobles del espíritu moderno se hallaban representadas por la escuela que tomó el nombre de economista. Y digo desgracia, porque no es mucha fortuna ciertamente para nuestra juventud el que haya de percibir la luz de la ciencia siempre de reflejo y al través de los cristales que el curso de las circunstancias le interponen. En los comienzos del siglo los jóvenes que en nuestra patria amaban la cultura y ocupaban su espíritu con los problemas que arrastra consigo eran cándidos descreídos y reformadores ilusos. Miraban por el cristal de la Enciclopedia y no alcanzaban á ver más que negaciones en el vasto campo de la naturaleza. Más tarde llegó hasta aquí la ola de la escuela economista y arrastró consigo á la flor de nuestros pensadores que navegaron incautos sobre su turgente espalda, sin comprender á qué abismo de anarquía y egoísmo nos conducían sus falaces armonías. Últimamente la amplitud que de poco á esta parte han tomado los estudios de medicina introdujeron aquí de soslayo la gallina del positivismo, que con tal extraña fecundidad va empollando en nuestras tierras, como se advierte por el número de pollos que en el día hacen profesión de incrédulos.
Todas estas direcciones, imposible fuera negarlo, corresponden en la esfera del conocimiento á otros tantos puntos de la realidad. Pero tienen la desdichada ocurrencia de aspirar al monopolio de toda ella, por lo mismo que en España van campeando sucesivamente sin mantener las luchas incesantes á que otras escuelas rivales las provocan en los demás países, y consiguen de esta suerte hacerse insoportables y odiosas para los espíritus que buscan imparcial y seriamente la verdad.
El Sr. Moret puso al servicio del individualismo las prodigiosas aptitudes con que la Providencia le dotara, cuando el individualismo era el único pan que se ofrecía á los hambrientos de la inteligencia. Sintióse vencido por aquella serie de hermosos sofismas con que el optimismo individualista nos llevaba á la felicidad sin movernos del sitio, sin hacer otra cosa que presenciar inmóviles el desenvolvimiento de las leyes que llamaban naturales. Parodiando á la inversa la frase de Mahoma, decían: «No vayáis á la felicidad; dejad que la felicidad venga á vosotros». Y, no obstante, ninguna de las cualidades morales del Sr. Moret acusa un individualista. Un espíritu como el suyo, generoso y armónico, más apto parece para la iniciativa de algún noble y filantrópico proyecto que para la expectación fría y calculada que la antigua escuela económica imponía á sus afiliados.
Escuchad á ese orador ameno y elegante, saboread la ambrosía de su dicción, extasiaos ante ese conjunto de hermosas imágenes que surgen bullidoras al conjuro de su encantada fantasía, y sabed después que ese orador tan delicado, ese espíritu tan poético es... un hacendista.
Sí; el Sr. Moret se ha consagrado á la ciencia financiera, ha sido su intérprete en la Universidad de Madrid y su ministro en las esferas del poder. ¡Podrá darse mayor desdicha para la poesía, quiero decir, para la Hacienda!
¿Por qué es el Sr. Moret un financiero? Preguntad á la más fragante de las flores, á la suave madreselva, por qué despide su perfumado aroma entre las aguzadas espinas de una zarza; preguntad á la perla por qué oculta sus bellezas en el fondo de un molusco repugnante; preguntad por qué de un matemático profundo se forma de súbito un poeta dramático.
Arcanos y paradojas son éstos con que la naturaleza nos quiere sorprender algunas veces.
El Sr. Moret nació orador y se hizo financiero ó, lo que es lo mismo, nació ruiseñor y quiso ser gorrión. Para gorrión es demasiado fino y atildado.
Queremos, pues, al Sr. Moret ruiseñor; queremos escuchar su voz elocuente siempre que no nos hable de deuda flotante ó de emisión de bonos. Queremos también contemplarle desempeñando en la escena de la oratoria papeles de víctima, porque su frase, siempre melódica y regalada, no se hizo para expresar los acentos ásperos y arrebatados del tribuno batallador, ni mucho menos para engolfarse en el laberíntico juego de la ironía y la sátira.
Nada hay que nos disguste tanto como el gracejo del Sr. Moret cuando graceja. Con aquel rostro afeminado, con aquellos ojos que, aun queriendo reflejar malicia, siguen expresando la misma amable inocencia, con aquel aire soñador, con aquella voz conmovida y temblorosa que frecuentemente se anuda en la garganta, produciendo un movimiento de simpatía en el auditorio, ¿aspira el Sr. Moret á ser zumbón? ¿No comprende que el chiste que sale de su boca suena como un suspiro?
Abandone el ilustre orador esa forma, que se hizo para almas más revueltas y tempestuosas que la suya; no vuelva á introducirse incautamente en los matorrales de la hacienda, donde su espíritu dejará el rico vellón de la poesía y de la elocuencia, y siga el glorioso camino que su naturaleza le tiene trazado. Es nuestro respetuoso consejo.
D. CARLOS MARÍA PERIER
UAVES ondas que besáis las playas de la Italia, tibias auras que mecéis los cedros del Líbano, gentiles corderillos que triscáis en la pradera, aroma de las flores, perfume de los campos, venid! Vengan los elementos todos de la bucólica, y mójese mi pluma en la rica miel de Chío y en los lagos azules de la Helvecia. No tardéis. Ved que el orador se encuentra en pie, y yo impaciente por dar comienzo á la semblanza.
La voz llega ya á nuestros oídos.
Sentados bajo la frondosa y secular encina, en esas horas ardientes del mediodía en que el ruido de los humanos se apaga casi por completo y el de los insectos toma proporciones sofocantes; cuando todo dormita buscando con anhelo la sombra deleitosa, ¿no escuchasteis los errantes sonidos de la flauta? Las cadencias se prolongan de un modo indefinido, la misma frase se repite sin cesar, pero sus notas llegan unas veces puras y vibrantes, otras, cuando atraviesan por los juncos que crecen á orillas del arroyo, melancólicas y vagas, estremeciendo el aire con dulzura y cerrando blandamente vuestros ojos. Os halláis dormidos, y todavía percibís los mismos sones. Despertáis, y los seguís oyendo. Después de algún tiempo, la flauta llega á ser uno de tantos insectos y forma coro con los cantos penetrantes del grillo